En su hermano Joseph “ha permanecido la gratitud de haber recibido la gracia de ser sacerdote. Que es mi misma gratitud y espero siempre que quede en mí la alegría que teníamos ese día, la gratitud por haber recibido esta llamada. Más aún, espero que esta gratitud crezca de año en año”
Presentamos una entrevista que Mons. Georg Ratzinger, hermano del Santo Padre, ha concedido recientemente a la revista 30Giorni
Monseñor Ratzinger, ¿qué le queda en el corazón de estas jornadas de celebraciones por el sexagésimo aniversario de sacerdocio?
No le oculto que inicialmente quería celebrar solo en forma privada, sin participar en ceremonias solemnes, porque todavía no he recuperado todas las fuerzas después de la operación de la rodilla y las ceremonias, en cambio, requieren cierta frescura mental y física. Pero estoy contento de que las cosas se hayan dado de modo diverso, porque ha habido momentos muy conmovedores, como la bellísima celebración organizada en la Catedral de Freising por el Instituto Benedicto XVI, que está a cargo de la publicación de la opera omnia del Santo Padre. La Catedral de Freising es el lugar donde mi hermano y yo fuimos ordenados sacerdotes y se respiraba una atmósfera para mí realmente familiar. Por la mañana se rezaron las laudes y luego, después de los saludos y algunas intervenciones, se realizó el almuerzo con los altos prelados, algunos cardenales, los obispos auxiliares y, naturalmente, los viejos amigos. Un segundo momento importante ha sido la Misa en mi colegiata de San Juan Bautista: la iglesia estaba llena de gente y había una atmósfera solemne. Finalmente, el tercer acontecimiento fue la Misa en San Pedro en Roma: fue conmovedor pensar que nuestro jubileo se insertaba en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, tan importantes para Roma y para la Iglesia universal.
Para su hermano habrá sido una alegría tenerlo a su lado en estos días…
Cuando nos vemos es siempre una gran alegría. En toda nuestra vida siempre nos hemos reencontrado y naturalmente no queremos renunciar ahora en la vejez, en la que experimentamos de modo particular este sentimiento de pertenecer el uno al otro.
¿Usted qué pensó en aquel 29 de junio de 1951? El Papa, al recordar el día de la ordenación, dijo: «”Ya no os llamo siervos, sino amigos” (cf. Jn 15,15). Sesenta años después de mi Ordenación sacerdotal, siento todavía resonar en mi interior estas palabras de Jesús, que nuestro gran Arzobispo, el Cardenal Faulhaber, con la voz ya un poco débil pero firme, nos dirigió a los nuevos sacerdotes al final de la ceremonia de Ordenación…».
Pensé que era un punto de inflexión en mi vida, como en aquella de todo hombre que se convierte en sacerdote, porque la ordenación sacerdotal confiere al hombre una nueva calidad de vida y lo hace convertirse en “encargado” de Cristo, debe llevar el misterio y la palabra de Jesucristo al mundo. Con los años he podido comprender cuán ciertas son las palabras del Evangelio de Juan que el cardenal Faulhaber nos dirigió: porque la ordenación sacerdotal comporta una particular amistad con Cristo en cuanto confiere un mandato particular. Y nos brinda la sorpresa y la conciencia de ver cómo el Señor se involucra en nuestra vida humana.
¿Y cómo se vivió ese día en la familia?
Fue una experiencia de alegría única. En nuestra vida familiar, que hasta ese momento había sido la vida de una familia normal, fue un evento que en aquel tiempo era considerado un don: el sacerdocio, algo que remite a la eternidad, a una esfera divina. Tenía tres años más que mi hermano pero fue bello vivir juntos la ordenación y la primera Misa, aún si era sólo consecuencia de la guerra que había desbaratado los proyectos de cada uno de nosotros. En aquellos años, de hecho, en el seminario de Freising las diferencias de edad de los aspirantes al sacerdocio eran grandes.
¿Cuáles fueron las personas que más influyeron, durante los años del seminario, en vuestra maduración como sacerdotes y como cristianos?
Una figura clave en el “Domberg” de Freising fue nuestro rector Michael Hock, quien había estado cinco años en el campo de concentración de Dachau. Su camino fue el de un sacerdote piadoso, devoto y comprometido. Había en él algo de paterno, bueno, comprensivo, y fue considerado más un padre que un superior. Lo que más le importaba era ayudar a cada uno a encontrar, en aquellos tiempos difíciles, el camino que conduce a una meta buena.
El Papa, durante el almuerzo con usted y los cardenales, volviendo con el pensamiento a 1951, subrayó que entonces el mundo era totalmente diverso y Alemania debía ser reconstruida materialmente y moralmente. ¿Os parecía participar en esta reconstrucción también siendo sacerdotes?
Estamos todos condicionados por la época en que vivimos, compartimos con los hombres de nuestra época las dificultades, las preocupaciones de nuestro tiempo, pero también las alegrías. En este sentido hemos contribuido también nosotros a esta obra de renovación. Pero es también cierto que no ha sido un proceso unívoco porque a medida que la economía crecía, y con ella también la riqueza y el bienestar, se introdujo también una cierta decadencia moral y, sin que nosotros pudiéramos imaginarlo, otros elementos negativos han acompañado el proceso de reconstrucción.
Ya desde los años del seminario sabíais que tomaríais caminos diversos. Usted la música, su hermano la enseñanza teológica…
Sí, el buen Dios nos ha hecho recorrer caminos diversos. Yo había pedido siempre al Señor, si era posible, poder trabajar en la música sacra, poder cantar las alabanzas a Él a través de la música. Y si miro ahora a mi vida, debo decir que ha escuchado mis oraciones de modo realmente estupendo. Me ha permitido trabajar en el coro de la Catedral de San Pedro en Ratisbona, los Regensburger Domspatzen, que aprecio mucho y que tiene cualidades, tal vez únicas en el mundo católico.
¿Cómo juzga la situación actual de la música sacra en la Iglesia?
La situación varía de un lugar a otro y de un país a otro. En lo que respecta a mi experiencia, puedo decir que la Catedral de Ratisbona tiene una larga tradición en el particular cuidado del canto gregoriano y de la polifonía vocal clásica, que ha sido bien conservada después del Concilio pero que, de algún modo, ha ido también hacia delante. La música siempre ha tenido su importancia vital para la vida religiosa porque la palabra hablada sólo llega a la ratio mientras que la música involucra a todo el hombre en las alabanzas a Dios. Y aún si las modalidades pueden variar, la música sacra tendrá siempre una gran importancia. Debemos asegurarnos de que la música sacra sea cuidada de modo que alcance plenamente el efecto que le es propio: el de conducir a los hombres a Dios.
Una última pregunta: recordando aquel 29 de junio de sesenta años atrás, ¿cuánto ha quedado en su hermano de aquel joven sacerdote de 24 años?
Mucho, porque ha permanecido la gratitud de haber recibido la gracia de ser sacerdote. Que es mi misma gratitud y espero siempre que quede en mí la alegría que teníamos ese día, la gratitud por haber recibido esta llamada. Más aún, espero que esta gratitud crezca de año en año.
Fuente: 30Giorni
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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