Dirección: Ray Loriga Guión: R. Loriga Fotografía: José Luis Alcaine Montaje: Pablo Blanco Música: Ángel Illarramendi Intérpretes: Paz Vega, Leonor Watling, Geraldine Chaplin, José Luis Gómez, Eusebio Poncela, Álvaro de Luna Distribuidora: Azeta Cinema Duración: 121 minutos
Con un diseño de producción cuidado y un buen elenco actoral, Teresa. El cuerpo de Cristo es la segunda película dirigida y escrita por el novelista Ray Loriga (Madrid, 1967). En su faceta de guionista Loriga participó en la escritura de Carne trémula, de Pedro Almodóvar, y de Ausentes, de Daniel Calparsoro. En solitario escribió los guiones de El séptimo día, de Carlos Saura, y de La pistola de mi hermano, dirigida por él mismo, en 1997.
Esta película sobre Teresa de Jesús abarca el periodo de su vida que media entre su ingreso en la vida religiosa en 1531 hasta la fundación del Convento de San José en 1562. La cinta se abre con una cita altisonante, un remedo de la que abre los tebeos de Asterix. Se escucha una voz ominosa que describe en tres frases la España del siglo de oro como un periodo oscuro, fanático, terrible y tenebroso, para terminar con esta sentencia: "Todos los corazones estaban gobernados por el miedo.
Todos menos uno". Este prólogo es un buen compendio del punto de vista de Loriga sobre la monja castellana y el tiempo que le tocó vivir. A Ray Loriga le viene grandísima la historia de Teresa de Jesús. Es tan bobo su acercamiento que acaba dando lástima. Lo que vemos podría titularse Otra mujer, como la estupenda película de Allen.
El extravagante y anacrónico vestuario de la japonesa Eiko Ishioka envuelve una errática dirección de actores, con una apuesta por la ambigüedad que suena a requetevista. El reduccionismo populachero de la cinta se empeña en que Teresa va al convento después de haber perdido la honra ("Estamos en el siglo XXI y hay muchas cosas que se pueden revisar sobre Santa Teresa, como su supuesta virginidad", dice el audaz Loriga, que parece empeñado en que no conocemos la vida exterior e interior de uno de los personajes históricos que más obras autobiográficas nos ha dejado y sobre la que se han escrito cientos de libros y tesis doctorales).
Para Loriga, la relación mística con Jesucristo que tiene Teresa se reduce a unas cuantas escenitas eróticas ("Hay muchas cosas de Santa Teresa que no se han contado y que son un misterio sin resolver: su sexualidad o su relación tan cercana a Dios, casi piel con piel... Estos temas fueron escandalosos en su día y no han sido revisados muy a menudo, así que probablemente puedan volver a parecerlo hoy en día, lo cual dice muy poco del progreso de la Iglesia en los últimos siglos", sentencia un sobrado Loriga) protagonizadas por una mujer adusta y destemplada, siempre con mala cara, permanentemente a la defensiva, metida por sistema en grescas con todo el que se le acerca.
"¡Ojo! ?advierte Loriga- Yo no he tratado a Santa Teresa para hacer un panfleto contra la Iglesia católica, he estudiado mucho ese contexto y he encontrado que, incluso dentro de la discrepancia con sus postulados, había mucho respeto hacia su inteligencia. Y ese respeto lo encuentras desde reyes u obispos a provinciales de su orden, hombres que hablaban con ella de igual a igual, a veces para discrepar y otras incluso para condenarla. Algo con lo que he tenido mucho cuidado ha sido no presentar a la Iglesia como los malos de la película: ella contó con apoyos importantes dentro de la Iglesia católica".
Una declaración de intenciones que, por desgracia, se contradice con el resultado final que puede verse en la pantalla, un retrato deformado y ofensivo de la santa y de la mayor parte de las personas que le rodearon. Baste citar las caricaturas ridiculizantes del provincial de Ávila (que exige a gritos que se viole el secreto de confesión para enterarse de lo que trama Teresa) o del padre Daza, confesor de Teresa, un miserable maniobrero, o de la priora de la Encarnación, una víbora que promueve un aborto practicado por monjas a una novicia en la misma enfermería del convento.
En el segundo tramo de la película, cuando Teresa emprende la reforma de la descalcez, parece como si Loriga se viera superado por la grandeza de un personaje que no logra mantener sumiso en sus ridículos y rígidos esquemas.
Y a pesar del tenebrismo truculento de Loriga (y de Andrés Vicente Gómez, cuya larga y conocida mano se percibe una y otra vez en las provocaciones reiteradas), la santa, la hija y doctora de la Iglesia, la fabulosa escritora, la maravillosa y humanísima mujer asoma por la armadura -la loriga opresiva de lo políticamente correcto- que le han impuesto los novísimos inquisidores del siglo XXI.
Y así, con dolor y desconcierto, la entrevemos con bastante dificultad -Teresa, divertida, aguda, encantadora, vital, enamorada- a través de un objetivo groseramente desenfocado. (Filasiete / Almudí JD-JM)