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Revolutionary Road

Revolutionary Road

Revolutionary Road
  • Público apropiado: Adultos
  • Valoración moral: Desaconsejable
  • Año: 2009
Contenidos SX (varias imágenes), D(varios diálogos), F (degeneración moral del matrimonio por el indiviudalismo materialista y hedonista; los problemas se presentan cerrados a una visión trascendente de la vida)

Reseña:

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Dirección: Sam Mendes
Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Kate Winslet, Kathy Bates, Kathryn Hahn, David Harbour, Michael Shannon, Jay O. Sanders, Zoe Kazan, Richard Easton.
Argumento: Richard Yates (novela)
Guión: Justin Haythe
Música: Thomas Newman
Fotografía: Roger Deakins
Distribuye en Cine: Paramount
Duración: 119 min.
Género: Drama

Un diagnóstico durísimo

    Basada en la escalofriante novela de Richard Yates, esta película disecciona el matrimonio entre Frank y April Wheeler a lo largo de los años 50. Guapos, emprendedores y envidiados por todos, huyen de la supuesta mediocridad de sus padres, y sueñan con una vida aventurera y sin responsabilidades. Pero, pronto, la realidad rebaja sus entusiasmos, sobre todo con la llegada de dos hijos. 

    Tras instalarse en un precioso chalé de Revolutionary Road, en una zona residencial de Connecticut, Frank se refugia en su burocrático trabajo —en la misma oficina donde trabajó su padre— y en sus devaneos sexuales con una secretaria. Y April, traumatizada por su fracaso como actriz, languidece hasta la depresión, y se obsesiona con la idea de que el matrimonio debe quemar las naves y marcharse a vivir a París con sus hijos. Unos hijos que, mientras tanto, sufren en silencio y soledad el hundimiento de sus padres. 

    El ritmo de la película es pesado, su tono es morboso —sobre todo en varias escenas sexuales— y su enfoque moral resulta ambiguo y carente de referentes positivos. De hecho, Sam Mendes a veces parece dar la razón a April y sus ilusas ambiciones; otras, a Frank y a su esfuerzo por encontrar la felicidad en lo cotidiano; e incluso a un amigo desequilibrado, que actúa de abogado del diablo de una y otro, como los borrachos de John Ford. 

    Pero, a la postre, el cineasta inglés levanta acta de la degeneración moral que provoca en el matrimonio el materialismo individualista. Una ideología que sustituye el enriquecimiento mutuo —entre los cónyuges, y entre ellos y los hijos— por la autoafirmación personal; que prefiere la satisfacción del placer inmediato y sofisticado a la serena alegría de la felicidad sencilla con las personas amadas; que se agobia por la consecución del estatus social y afectivo de triunfador en vez de luchar por la perpetuación de lo mejor de uno mismo en los hijos y amigos; que busca, en fin, la felicidad en un hedonismo necesariamente contingente —todo lo humano lo es— en vez de abrirse con audacia a la infinita y gozosa belleza de los demás y de Dios. 

    Quizás Sam Mendes no ha pretendido llegar tan lejos en su afilada reflexión. Y, desde luego, no aporta soluciones concretas a los conflictos que describe. Ni siquiera permite que se complete la catarsis de sus personajes. 

    Pero se muestra coherente con los planteamientos claramente positivos de filmes como Cosas que perdimos en el fuego o Cometas en el cielo, ambos producidas por él. Y, al menos, refleja con dolorosa claridad el vacío de tantas personas sin recursos morales, encerradas en oasis totalmente subjetivos, ciegas a la felicidad que les rodea e incapaces de salir de sí mismas. 

    Un mensaje hecho sangre a través de las memorables interpretaciones de Leonardo DiCaprio —que óptó al Globo de Oro—, Kate Winslet —Globo de Oro a la mejor actriz dramática y candidata a los Premios Bafta— y Michael Shannon, que opta al Oscar al mejor actor secundario. (La Gaceta JJM / Almudí JD-AC)