El tercer largometraje de Brad Bird confirma su talento como realizador. Después de la notable El gigante de hierro y de la sobresaliente Los Increíbles, Bird ha elegido una historia muy arriesgada, consciente de que Pixar podía asumir los retos, también económicos: 100 millones de dólares de presupuesto. La empresa de animación de John Lasseter, productor ejecutivo de la cinta, ha establecido unos estándares de calidad que dan vértigo. Y en Ratatouille vuelven a quedar patentes: sin el extraordinario trabajo de los animadores y técnicos de Pixar la película no funcionaría.
Hacer una película sobre una rata de campo que sueña con ser una estrella de la alta cocina francesa en un restaurante parisino es de todo menos convencional. La repugnancia natural que los humanos tenemos por las ratas siempre estará ahí, por mucho que otras películas de animación hayan procurado presentarnos a ratones simpáticos y pulcros.
Pero juntar ratas y comida, meter a una rata en una cocina es jugar muy fuerte, aún más si se renuncia al cómodo expediente de permitir que los roedores y las personas puedan hablar entre sí.
Lo más sorprendente del gran guión de Ratatouille es la manera de establecer las relaciones entre los roedores y las personas, con unos conflictos verdaderamente ocurrentes y una excelente progresión dramática que culmina en uno de los mejores clímax de la historia del cine de animación. La película juega una y otra vez con la manera de conciliar las aspiraciones de los roedores con las de los hombres usando como escenario de convivencia la cocina de un restaurante parisino.
Bird ha escrito un guión con hallazgos verdaderamente geniales aunque sobran 15 minutos de metraje (podrían haberse obviado algunos largos diálogos de un didactismo un poco cargante).
En el diseño de personajes, Pixar sigue siendo Pixar: al espectador se le abre la boca de admiración, especialmente por el dominio de la gestualidad de los personajes, que en el caso de Remy, la rata azul que protagoniza la cinta, es prodigioso. La calidad de la fotografía y el montaje dan brillo a un diseño de producción esmeradísimo, con una gran recreación de París y unas atmósferas tremendamente conseguidas. Las secuencias de acción, gracias al dominio de la animación de los movimientos violentos, tienen un gran dinamismo, realzado por la acertada partitura musical de Giacchino.
Y procuren llegar puntuales a la proyección: el cortometraje Abducidos (una autoescuela para marcianos), dirigido por el hasta ahora editor de sonido Gary Rydstrom, es divertidísimo. (Aceprensa / Almudí AG-ER)