Dirección: Hayao Miyazaki Guión: Hayao Miyazaki Música: Joe Hisaishi Fotografía: Atsushi Okui Distribuye en Cine: Aurum Duración: 100 min. Género: Animación, Aventuras
Entre el niño, la sirenita y el tsunami
Sosuke, un niño de cinco años, vive en lo más alto de un acantilado que da al mar. Una mañana, mientras juega en una playa rocosa que hay bajo su casa, se encuentra con un pez de colores llamada Ponyo, con la cabeza atascada en un tarro de mermelada.
Sosuke la rescata y la guarda en un cubo verde de plástico. Ponyo y Sosuke sienten una fascinación mutua. Él le dice: No te preocupes, te protegeré y cuidaré de ti. Sin embargo, el padre de Ponyo, Fujimoto, que en otro tiempo fue humano y ahora es un hechicero que vive en lo más profundo del océano, la obliga a regresar con él a las profundidades del mar. ¡Quiero ser humana!, exclama Ponyo y, decidida a convertirse en una niña y regresar con Sosuke, escapa.
"Ponyo en el acantilado" es una aventura mágica sobre la fuerza de la amistad y el poder de la naturaleza que traslada a la gran pantalla la particular visión del director sobre el cuento de la Sirenita.
Fujimoto es un tipo que, harto de los destrozos que el hombre realizaba en la naturaleza, y más concretamente en el mar, decidió dar la espalda a ese mundo contaminado y vivir en el fondo del océano, en un entorno muy especial. Allí conoció a una diosa del mar, lo que le hizo padre de centenares de criaturas con aspecto de pececillos rojos encantadores, aunque con particularidades que les distinguen del resto de los habitantes del mar.
Otra de las maravillas animadas con que nos suele obsequiar el genial Hayao Miyazaki. Su película es pura poesía, una delicia en cada uno de sus fotogramas. Siguiendo la tradición del 'anime' japonés, demuestra que no es necesario apabullar con las herramientas de ordenador -las usa con mesura y sabe que son eso, herramientas- para obsequiarnos con una historia deliciosa, de personajes bien construidos.
Resulta conmovedora la estrecha relación que se establece entre Sosuke y Ponyo, que en un momento dado exigirá una gran prueba de amor. Miyazaki transmite emociones, tan pronto nos conmueve como nos hace reír. O nos hace vibrar en la noche de la gran tormenta, la emoción de las olas que sacuden la costa, y que podrían ser el prólogo de un gran tsunami. Por supuesto, en el diseño de personajes destacan los pececillos, muy graciosos.
Miyazaki, director y guionista, demuestra que ni siquiera es necesario contar con un supervillano para sacar adelante una película animada. Llama la atención lo positivos que son sus personajes, la naturalidad con que despliegan sus virtudes, la generosidad, el espíritu de servicio, la alegría, la gratitud.
Por supuesto que puede haber reacciones intempestivas, un ecológico toque de atención acerca del descuido en tantas personas de las cuestiones de la naturaleza o una anciana cascarrabias, pero en el cineasta nipón domina un optimismo antropológico muy de agradecer en los tiempos que corren. Una delicia y obra maestra de la animación, el
dibujo, los colores, la sensibilidad, los valores ecológicos, pero que salvo
cinéfilos solo aguantarán los niños menores de 8 años. (Decine21 / Almudí FCR-POA)