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Oslo, 31 de agosto

Oslo, 31 de agosto

Oslo, 31 de agosto
  • Público apropiado: Jóvenes-adultos
  • Valoración moral: Con inconvenientes
  • Año: 2014
  • Dirección: Joachim Trier
Contenidos: Ideas (fatalismo F)

Dirección: Joachim Trier. País: Noruega. Año: 2011. Duración: 95 min. Género: Drama. Interpretación: Anders Danielsen lie (Anders), Hans Olav Brenner (Thomas), Johanne Kjellevik Ledang (Johanne), Ingrid Olava (Rebecca). Guion: Joachim Trier y Eskil Vogt; basado en la novela “Le feu follet”, de Pierre Drieu La Rochelle. Producción: Hans-Jørgen Osnes y Yngve Sæther. Música: Ola Fløttum. Fotografía: Jakob Ihre. Montaje: Olivier Bugge Coutté. Diseño de producción: Jørgen Stangebye Larsen. Vestuario: Ellen Dæhli Ystehede. Distribuidora: Abordar Distribución – Casa de Películas. Estreno en Noruega: 31 Agosto 2011. Estreno en España: 17 Enero 2014.

Reseña:

   Anders (Anders Danielsen Lie), de 34 años, es un adicto a las drogas que está a punto de finalizar un tratamiento de desintoxicación en un centro situado en el campo, cerca de Oslo. Como parte de la terapia, le autorizan a ir a la ciudad para realizar una entrevista de trabajo. Pero él vagará todo el día por las calles intentando recuperar las oportunidades que desaprovechó y el favor de las personas a las que ha decepcionado.

   Tras debutar brillantemente en 2006 con “Reprise”, el cineasta noruego de origen danés Joachim Trier —sobrino lejano de Lars Von Trier— confirma su cualidades y limitaciones en “Oslo, 31 de agosto”, un drama sobrio y pesimista, libremente basado en la novela “Le feu follet”, del escritor parisino Pierre Drieu La Rochelle. Ese fatalismo es quizás el principal lastre del filme, cuyo desarrollo y desenlace resultan demasiado previsibles, mucho más que el sugerente planteamiento. De todas formas, Trier presenta todos ellos con una contundente y contemplativa puesta en escena más bien hiperrealista, aunque rota de vez en cuando por vigorosos insertos oníricos en torno a los efectos de las drogas en el protagonista. Y, además, despliega una rigurosa dirección de actores, que dota de dolorosa veracidad a la desesperada soledad de Anders y otros personajes.

   En este sentido, resultan certeras las reflexiones de Trier —muy a contracorriente y tal vez autobiográficas— sobre la desintegración moral de las nuevas generaciones en las sociedades occidentales, a las que muestra atenazadas por un patético individualismo hedonista, sin sólidos referentes éticos, cuyo único motor vital es una escapista y patológica búsqueda del placer físico, y cuyo destino natural es el nihilismo. Éste es el enfoque de las duras críticas que el propio Anders —¿el propio Trier?— lanza contra la educación supuestamente “progresista” que recibió de sus padres. “Odiaban a los reaccionarios —recuerda—, pero esperaron años antes de comprar un reproductor de vídeo (…). Me hicieron un lector crítico, y me enseñaron a despreciar a los que no sabían expresarse (…). Él decía que los que valoraban el militarismo eran aburridos. Ella tenía una visión tolerante de las drogas. Él quería prohibir las barbacoas en los parques. La democracia era solo la mejor alternativa (…). Respetaban mi privacidad, tal vez demasiado. Me enseñaron que la religión es una debilidad. No sé si estoy de acuerdo… Nunca me enseñaron a cocinar, ni a construir una relación. Pero parecían felices. Nunca me dijeron cómo se disuelve la amistad. Ella decía que podía hacer lo que quisiese, decidir qué podía hacer, a quién amar, dónde vivir. Siempre me ayudaron. Eran más estrictos con mi hermana que conmigo”.

   Da que pensar, por tanto, esta incómoda película, cercana en sus planteamientos formales y de fondo a obras clave del movimiento Dogma 95, como “Celebración”, de Thomas Vinterberg, o del post-Dogma 95, como “La caza”, también de Vinterberg, o “En un mundo mejor”, de Susanne Bier.(Cope J. J. M.) (Decine21 / Almudí JD) LEER MÁS