Directora y guionista: Sofia Coppola. Intérpretes: Kirsten Dunst, Jason Schwartzman, Rip Torn, Judy Davis, Asia Argento.
En 1770, con sólo 14 años, la archiduquesa María Antonieta de Austria se casa con el delfín Luis de Francia, que cuatro años después se convierte en el rey Luis XVI. En el palacio de Versalles, María Antonieta sufre las intrigas de la corte –en la que siempre fue considerada una extranjera caprichosa– y la falta de carácter de su esposo, que tarda tres años en consumar el matrimonio y ocho en tener descendencia. De modo que la joven austriaca se refugia en una vida frívola y disipada, que sólo se corta traumáticamente con la Revolución Francesa, la caída de la monarquía y la muerte de la familia real en la guillotina.
La controvertida figura de María Antonieta ya fue llevada al cine, con resultados notables, en 1938 por el norteamericano W.S. Van Dyke y en 1956 por el francés Jean Delannoy. Ahora lo intenta también Sofia Coppola en su tercer largometraje, tras "Las vírgenes suicidas" y "Lost in Translation". En su versión de la novela "Marie Antoinette: The Journey", de Antonia Fraser, la directora neoyorquina dirige bien a sus actores –sobre todo a la versátil Kirsten Dunst– y se luce en la recreación externa de la corte francesa del siglo XVIII.
Sobresalen en este punto el antológico vestuario de Milena Canonero y la soberbia ambientación, que aprovecha al máximo el palacio de Versalles y otros lugares históricos en los que han podido rodar. Sin embargo, Sofia Coppola se ata demasiado a un enfoque parcial de la figura de María Antonieta, centrado casi exclusivamente en su soledad en Versalles, sus lamentables relaciones conyugales y su afán por disfrutar de la vida de una manera hedonista. Casi como si fuera una niña pija del Nueva York actual; una imagen que Sofia Coppola potencia a través de la inclusión de "rock" en la banda sonora y del rodaje de las fiestas versallescas como si se celebraran en una discoteca.
Todo esto decanta en un guión frío, expositivo y enfático, de escasa progresión dramática y que se queda en la epidermis del alma de María Antonieta. Ignora así sus facetas de madre y estadista, y difumina casi por completo el apasionante contexto histórico en el que vivió, como si nunca se hubiera enterado de lo que pasaba fuera de Versalles. Este enfoque discutible y anacrónico resta autenticidad y hondura a los personajes, y los aleja peligrosamente del común de los espectadores, quizá ya un poco hartos de sufrir en la gran pantalla adolescentes bobas y disolutas.
No cabe duda de que el film pone en la picota la decadencia de la monarquía francesa previa a la revolución. Toda la vida de la corte es frívola, tediosa, vacía hasta lo absurdo, llena de gente y costumbres ridículas ("esto es Versalles", explica irónicamente un personaje). .(Aceprensa / decine21/ Almudí)