Dirección: Denys Arcand
Intérpretes: Marc Labrèche, Diane Kruger, Sylvie Léonard, Caroline Néron, Rufus Wainwright, Macha Grenon.
Guión: Denys Arcand
Música: Philippe Miller
Fotografía: Guy Dufaux
Distribuye en Cine: Golem
Duración: 104 min.
Género: Tragicomedia
Mundo enfermo
Jean-Marc es un funcionario gris en Quebec, Canadá, que cada día debe enfrentarse a sus jefes insoportables, además de no dar casi nunca solución a los pobres ciudadanos que acuden a él a solicitar ayuda en las injustas situaciones, de corte surrealista, a las que dan pie leyes y reglamentaciones que olvidan que las normas están al servicio de la persona y no viceversa.
Su vida familiar no es satisfactoria. Su mujer, agente inmobiliaria, no le hace ningún caso, su vida amorosa es inexistente. Y sus dos hijas, en edad escolar, están pegadas al móvil o al iPod, pocas alegrías le dan. Quizá los únicos lazos afectivos reales que le quedan son los de su madre, con demencia senil, y en cuyo cuidado se esmera, y dos amigos del trabajo.
En tal tesitura, Jean-Marc se evade con sus fantasías, en que se imagina un novelista de éxito, o un tenor de prodigiosa voz, donde una guapa reportera le concede con ansiedad favores sexuales, y una actriz preciosa sustituye a su esposa. El dilema estriba en seguir con esas ensoñaciones, o tomar por los cuernos la realidad, por dura que sea, para afrontarla.
El canadiense Denys Arcand es un cineasta serio, que ya ha dado antes la voz de alerta acerca de la decadencia de la sociedad occidental en sus bien conocidos filmes El declive del imperio americano y Las invasiones bárbaras. Aquí reincide en la cuestión, con un título original bien expresivo, "La edad de las tinieblas". Precisamente tal título, y una subtrama caballeresca con torneo medieval (no demasiado bien insertada, todo hay que decirlo), parecen señalar con ironía que tal vez haya algo de verdad en el oscurantismo y la superstición de que se suele acusar a la Edad Media, pero que nuestros coetáneos tampoco tiene demasiado de qué presumir, ante la sociedad deshumanizada y profundamente egoísta de que "disfrutan" (es un decir, claro está).
El film hace su denuncia recurriendo al artificio fantasioso, que funciona bien en bastantes tramos, pero que llega a hacerse reiterativo, además de resultar demasiado insistente la alusión al escapismo sexual. Domina, dentro de la tónica de un humor algo negro, un tono desesperanzado, aunque la reivindicación final de una vida sencilla despeje un poco los densos nubarrones que recorren la trama. No deja Arcand espacio para la trascendencia, pero sí apunta a la necesidad de recuperar cosas tan básicas como la sonrisa, en esa mirada risueña del protagonista, eficaz Marc Labrèche, a la mujer y a la hija mayor, hacia el final de la cinta.
Por si acaso, y en román paladino, se advierte que Arcand es burro, y en esta ocasión ha querido ser reiterativo, especialmente en su modo de carcajearse del pansexualismo, del management y del homo gadgeticus. La excesiva insistencia al escapismo sexual la hace desaconsejable. (Decine21 / Almudí JD-AC)