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Reino Unido/EE.UU./Alemania/China (The White Countess)
Dirección: James Yvory Guión: Kazuo Ishiguro Fotografía: Christopher Doyle Montaje: John David Allen Música: Richard Robbins Intérpretes: Ralph Fiennes, Natasha Richardson, Vanessa Redgrave, Lynn Redgrave, Madeleine Potter, John Wood Distribuidora: Sony Pictures
El escritor Kazuo Ishiguro se convierte en guionista de la última película de James Ivory, que acaba de cumplir 78 años. Ivory llevó al cine previamente una novela de Ishiguro, The remains of the day, con adaptación de su asidua guionista Ruth Prawer Jhabvala.
Del director californiano, con más de 30 películas en su haber, se puede, y debe decir que tiene estilo, estilo propio, personalidad. Su cine, es más que sabido, siempre se apoya y se deleita -en eso se fundamenta- en una historia con mucho argumento, muchos personajes entre conflictos sentimentales y, normalmente, en un ambiente aristocrático o de lujo -el dinero es otra constante-, que permita ese despliegue de elegancia, que es su característica.
No sería justo calificar su cine de esteticista. La suya es una elegancia real: hace un magnífico uso de la fotografía como lenguaje. Lenguaje es también en su cine la decoración y el color de los ambientes y el vestuario. E igualmente la música.
La selección y dirección de actores forma parte de este amplio lenguaje: hombres y mujeres deben ser -ser- elegantes, hermosos, o tener una característica especial que les permita acceder al mundo de significaciones de Ivory. Deben ser actores y actrices que sepan moverse, hablar, hacer ademanes de modo aristocrático, como la condesa blanca.
La historia, situada en el tiempo previo a la II GM, y en Hong-Kong, parece un sueño; quiero decir, parece un invento -cierto que de un escritor y de un buen fabulador- de la fantasía, que inventa para sí misma en esa frontera entre el sueño y la vigilia, en una duermevela en la que uno se cuenta cuentos a sí mismo antes de dormir o para dormirse. Cabría decir que el diplomático cesante, ciego y doliente, y sin embargo valioso, y triunfador en todas sus empresas, de las que vive estoicamente despegado, es el mismo Ishiguro.
La exótica condesa ruso-blanca sí que es un sueño de la fantasía masculina, conquistadora de bellezas errantes como princesas cautivas del Dragón: la pobreza, el exilio, la injusticia... -hasta la más mísera miseria es un cuadro para una exposición en manos del director. El San Jorge Ishiguro libera a la condesa cautiva. ¿Qué otra cosa se esperaba? Personajes todos, pues, tipo; son personajes-tipo, que exigen en buena parte un actor, una actriz, que los llene de vida singularizada.
Si la cosa no nació así, sirva como descripción del qué de la historia.
Hay muchos afluentes y otros personajes en sus orillas, que permiten que se cumpla lo que siempre se cumple en sus películas: la belleza constante, antigua -no por anticuada sino por perenne-, del buscador James Ivory.
Ritmo pausado. Secuencias largas de perfecta escritura. Grandes panorámicas, movimientos de masas, y primeros planos en alternancias adecuadas.
Objetos, frecuentemente objetos, presentados a la contemplativa mirada del espectador: una almohada blanca, limpísima, tomada por unas manos femeninas con amor de hogar. Y el hombre siempre recio, impecablemente vestido, de pocas palabras...
Es todo un símbolo. Nada es casual. Está todo pleno de significado, a veces buscado, las más veces intuido y visto.
El cine de Ivory corre el peligro de ser tomado sólo en su apariencia, en lo externo: su realidad está detrás, dentro: el arte como elevación, el arte como búsqueda de algo más alto. La Belleza.
Esta búsqueda en el mundo de Ivory tiene un camino de pausado andar, un aprendizaje aristocrático, es decir, socrático, o platónico, nunca sofístico, tan alejado de misiones imposibles como lo está una patata rancia y mal cocida del Banquete de Platón o de los Pensamientos de Pascal.
Acabada la película, cabe preguntarse: ¿Qué me ha dicho? Quizá pueda parecer que nada. Pero su semilla ha entrado, si ha entrado está dentro, y actúa. (Filasiete / Almudí) pend prev