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Nada de lo que existe es independiente. La persona no existe sino en relación con otras personas de las que depende en su origen y en el sentido de su existencia. Si se aísla, se asfixia. Y si se aísla de Dios muere
En su libro La bendición de la Navidad[1], Benedicto XVI cuenta la historia del árbol de navidad más antiguo que se haya conservado en todo el mundo. Este árbol viene a ser algo así como la imagen del altar mayor de la iglesia del Christkindl (del Niño Jesús), situada en las afueras de la ciudad de Steyr, en el norte de Austria.
«La historia del árbol se remonta hasta el año 1694. En ese entonces, Steyr había recibido un nuevo campanero y director de coro que sufría de epilepsia, la “enfermedad de las caídas”, como lo consigna con candidez la crónica. El hombre había aprendido en Melk, de donde era oriundo, la veneración del Niño Jesús.
Así pues, colocó en la cavidad de un abeto de mediana altura una imagen de la Sagrada Familia y cultivó frente a esa imagen sus prácticas de piedad, que le proporcionaban fortaleza y consuelo. Después, se enteró de la existencia de una imagen del Niño Jesús que había traído la curación a una monja paralítica. Finalmente, recibió una reproducción exacta de esa imagen: un Niño Jesús de cera que sostiene en una mano la cruz y en la otra la corona de espinas.
El hombre llevó esa imagen al árbol, rezó frente a ella su devoción y sintió que de ella emanaba una fuerza sanadora. Poco a poco, los hombres de la zona fueron enterándose y comenzaron a peregrinar al Niño Jesús del árbol. Imponiéndose a los titubeos de las autoridades eclesiásticas de Passau lograron que se construyera en torno al árbol una pequeña iglesia.
Así, en 1708 se colocó la piedra fundamental de la iglesia del Christkindl, que fue erigida por los arquitectos más célebres de esa época en Austria siguiendo el modelo de Santa Maria Rotonda de Roma. La iglesia se ha convertido de alguna manera en una preciosa envoltura del árbol, del cual surgen el altar y el sagrario: el árbol sigue conteniendo el pequeño Niño Jesús de cera, que, con corona y rodeado de rayos dorados, entraña promesa y esperanza para los hombres».
El árbol de la vida reencontrado
Ese árbol sugiere al Papa el árbol de la vida que aparece en el relato bíblico del paraíso. Se sobreentiende la historia de la caída de los orígenes. La absurda declaración de independencia de los primeros padres respecto al Creador. Rompieron libremente su vínculo con Dios y así el árbol de la vida, la inmortalidad, recibida en aquel estadio como don “preternatural”, quedó fuera de su alcance.
Ahora, dice el Papa, «ese árbol es María con el fruto bendito de su vientre, Jesús. Pero Jesús está allí como niño, inerme, en ademán de invitación, como 'Emanuel', un Dios al alcance de la mano, un Dios para tratar de 'tú'. Él nos invita a su casa, a nosotros, que en un sentido muy profundo sufrimos todos de la 'enfermedad de las caídas'. Una y otra vez somos incapaces de andar y de estar interiormente erguidos. Una y otra vez caemos, no tenemos el dominio de nosotros mismos, estamos alienados y carecemos de libertad».
La iglesia rotonda subraya esa misma afirmación. El octógono circular es la forma clásica de la iglesia bautismal, que retoma a su vez antiquísimas tradiciones religiosas: la cueva y la construcción redonda que sugieren el seno materno, el misterio del nacimiento. Así, la construcción remite de nuevo a María, a la Iglesia, a nuestro bautismo y nuevo nacimiento.
Interpreta para nosotros lo que significa que Dios se haya hecho niño. Interpreta lo que significa la frase de Jesús a Nicodemo: «Si no naces del agua y del Espíritu no puedes entrar en el reino de Dios». Y en este contexto tiene también su lugar la otra frase de Jesús: «Si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos».
¿El amor, esclavitud?
Ahora el Papa cita parafraseando a Karl Marx quien dijo en una ocasión: «'no serás independiente mientras te debas a la gracia de otro'. Mientras no seas independiente, no serás libre sino dependiente». Con cierta ironía añade Benedicto XVI: «¡Qué raciocinio tan obvio! Pero si se lo analiza más de cerca, viene a significar que se declara el amor como falta de libertad, puesto que el amor implica que necesito del otro y de su gracia. Esa idea de libertad entiende el amor como una esclavitud y tiene como presupuesto la destrucción del amor. En ello es un ataque a la verdad de la condición humana, que vive del amor. Y también es un ataque a Dios, cuya imagen es el hombre justamente por el hecho de que necesita amor. En efecto, Dios tampoco quiso ser independiente del amor: el Hijo existe sólo desde el Padre, el Espíritu sólo desde ambos y el Padre sólo hacia ambos: él es Dios sólo en esa dependencia mutua, como Trinidad. No puede ser de otro modo si Dios es amor».
El anhelo de plena libertad como independencia es utopía en el más estricto sentido de la palabra, es decir, lo que no existe en parte alguna, ni siquiera en Dios. Dios es independiente de todo lo que no es Él, pero en su intimidad, cada Persona divina depende de las demás. Nada de lo que existe es independiente. La persona no existe sino en relación con otras personas de las que depende en su origen y en el sentido de su existencia. Si se aísla, se asfixia. Y si se aísla de Dios muere.
Existir, aunque sea en la soledad eremítica, es al menos coexistir con el mundo que sostiene el cuerpo y con Dios que sostiene todo. Existir es coexistir. Vivir es convivir. La verdad del misterio de la comunión de los santos que confesamos en el Credo es fundamental. No se puede ser “en Cristo” sin ser “un solo cuerpo con los que comen un solo pan (Cristo)”. La gran liberación es vencer el egocentrismo. El egocentrismo es antinatural. Paradójicamente es contrario a la naturaleza del yo.
La muerte es el fruto del aislamiento respecto a Dios. El único liberador de la muerte es el Resucitado, Cristo. Con Él, el que muera, aunque haya muerto, vivirá[2]. No hay otro Salvador, no hay otro liberador, no hay otra libertad definitiva que la liberación de la muerte y ésta solo se encuentra en Cristo crucificado y resucitado. Él es el fruto del árbol de la Vida inmortal.
El fruto del árbol de la vida
«A esa verdad primordial de la condición humana nos remite el Niño Jesús: tenemos que nacer de nuevo. Debemos ser aceptados y dejarnos aceptar. Hemos de dejar transformar nuestra dependencia en amor y, así, llegar a ser libres. Tenemos que nacer de nuevo, deponer el orgullo, llegar a ser niños: reconocer y recibir en el Niño Jesús al fruto de la vida. A ello quiere conducirnos la Navidad: ésa es la verdad del niño, la verdad del fruto del árbol de la vida.
El árbol de Christkindl, que nos dice esto, es al mismo tiempo una custodia: la manifestación de Aquel que es el pan de la vida, la aparición visible de la salvación. Y ese árbol es cruz y, por eso, pudo convertirse en altar. El niño sostiene la cruz y la corona de espinas en las manos, los signos del amor que convierte el árbol en cruz, pero también la cruz en mesa de la vida eterna.
El verdadero árbol de la vida no está lejos de nosotros, en algún paraje de un mundo perdido. Ha sido erigido en medio de nosotros, no sólo como imagen y signo, sino en la realidad. Jesús, que es el fruto del árbol de la vida, la vida misma, se ha hecho tan pequeño que nuestras manos pueden contenerlo. Se hace dependiente de nosotros para hacernos libres, para recuperarnos de nuestra “enfermedad de las caídas”. No defraudemos su confianza. Depositémonos en sus manos tal como él se ha depositado en las nuestras».
Antonio Orozco
[1] JOSEPH RATZINGER. BENEDICTO XVI, La bendición de la Navidad. Meditaciones, Herder, Barcelona 2007, pp. 47-51.
[2] Jn 11, 25: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá».
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