Hay condicionamientos genéticos del hombre que tienen una relación con su conducta, pero no se puede decir que sean absolutamente determinantes
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«La biología tiene un papel importante en el comportamiento humano —lo que se ha denominado clásicamente como 'carga biológica'—, pero ese aspecto del hombre no es, en sí mismo o de forma única, lo que proporciona unidad o dinamismo vital a toda la persona».
Lo explicó a ZENIT el catedrático de Anatomía y Embriología, José Manuel Giménez Amaya, profesor durante muchos años en la Universidad Autónoma de Madrid, y ahora director del grupo de investigación Ciencia, Razón y Fe de la Universidad de Navarra.
«Hay condicionamientos genéticos del hombre que tienen una relación con su conducta, pero no se puede decir que sean absolutamente determinantes. Lamentablemente, muchas veces cuando se habla de los llamados genes que regulan nuestra conducta como, por ejemplo, el 'gen de la conducta sexual' se pretende dar a entender que todo en el hombre está determinado por el genoma. Y en este caso es importante señalar, por tanto, que desde el punto de vista científico esa tesis no se puede sostener».
Lo afirmó en el marco del simposio “Neurociencia y acción moral, las condiciones neurobiológicas de la afectividad y de las decisiones de la virtud” que se ha desarrollado los días 28 de febrero y 1 de marzo en Roma, en la Universidad de la Santa Cruz y que ha reunido a importantes expertos del tema.
El profesor Giménez Amaya recordó que es cierto que en «la neurociencia actual existen corrientes que, en efecto, hablan de que el cerebro es lo único que regula toda la actividad del hombre».
Por ello «en nuestro libro "De la Neurociencia a la Neuroética: narrativa científica y reflexión filosófica" (EUNSA, Pamplona 2010) hemos indicado que dichas corrientes proponen una visión reduccionista del hombre. Nuestra tesis ahí es que una visión tal de la neurobiología es errónea incluso desde la perspectiva de la propia neurociencia y que es, en definitiva, muy lesiva para la misma».
En este sentido, prosiguió, «abogamos por una visión interdisciplinar, muy connatural también con el nacimiento de esta disciplina biológica, que abarque todos los problemas que supone el funcionamiento, el comportamiento y la vida del hombre desde las diferentes perspectivas de las distintas ciencias».
«Una visión unitaria exige no ceñirse de manera exclusiva a los datos que nos brinda solamente una disciplina, como en este caso la neurociencia, porque entonces pasan a ser datos muy parciales, fragmentarios, muchas veces carentes de la unidad necesaria para llegar a conclusiones certeras y profundas».
«Indicaba antes que es lesivo para la propia neurociencia —prosiguió el catedrático— porque la ciencia busca la verdad y hay un campo de la verdad que se autoexcluye de la propia disciplina si hace de sus hallazgos particulares la única y exclusiva dimensión de la persona humana».
Para el profesor de la Universidad de Navarra «tampoco parece adecuado intentar abordar el estudio del hombre en compartimentos estancos que proporcionan una visión parcial y, desgraciadamente, a veces también, muy distorsionada. De ahí la importancia crucial de la interdisciplinaridad, que permite completar, unificar, dar sentido y plantear estudios mucho más completos y penetrantes».
Sobre el determinismo de los actos del hombre que nacería de una situación biológica cerrada y unidireccional, como se afirma en algunas corrientes de pensamiento científico actual, el profesor español precisó que «en primer lugar no está plenamente demostrado desde el punto de vista científico —como hemos podido ver durante el presente simposio— que exista un determinismo completamente validado de la acción neurobiológica».
«Desde el punto de vista de la neurociencia, que es mi campo de estudio —señaló—, para muchos neurocientíficos existe una clara indeterminación en algo tan esencial para nuestro funcionamiento cerebral como la transmisión sináptica o las configuraciones de las redes neuronales corticales y subcorticales, aspectos estos que son esenciales en el funcionamiento biológico del cerebro. El determinismo biológico cerrado como se presenta muchas veces, queda así puesto claramente en suspenso».
Por lo que se refiere a la conducta moral y al factor biológico y genético, el profesor Sergio Sánchez-Migallón, conferencista del simposio y coautor del libro arriba indicado y director del Instituto de Antropología y Ética de la Universidad de Navarra, indicó que «la conducta moral se basa en la experiencia moral y tanto la filosofía clásica como la fenomenología ven que la experiencia moral es muy rica y que tiene aspectos que la ciencia experimental no llega a captar».
El profesor Sánchez-Migallón que cursó sus estudios de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y se doctoró en esta disciplina en la Universidad de Navarra, precisó que «la experiencia moral filosófica está descubriendo muchos otros campos muy coherentes con la ciencia. Por lo tanto no se trata de una oposición sino de una colaboración entre los dos, aspectos que faltan y aspectos que iluminan la propia ciencia».
Y concluyó: «Sobre el comportamiento moral hay algunos datos irreductibles a la ciencia experimental, como la conciencia del deber moral, la conciencia de la responsabilidad, la propia decisión libre por más condicionada que sea por muchos factores: al final uno tiene la última palabra de decir sí o no sobreponiéndose a dichos factores biológicos, porque al final no son el factor determinante».
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