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¿Por qué las notas de los chicos son tan malas comparadas con las de las chicas? Parte de la respuesta la intuía quizá ya Chesterton
En “El hombre común y otros ensayos sobre la modernidad”, encontramos un texto de Chesterton sobre la dificultad de educar juntos chicos y chicas. Es un texto antiguo, pero vistas las diferencias enormes en los índices de fracaso escolar y nivel de estudios entre chicos y chicas en España, todo ayuda a replantearse como mejorar la formación de los jóvenes.
«Al discutir una proposición como la de la coeducación de los sexos, es muy conveniente establecer claramente, antes que nada, qué es lo que deseamos que la coeducación realice. La proposición puede sostenerse en motivos muy opuestos. Puede suponerse que va a aumentar la delicadeza o a disminuirla. Puede dársele valor porque abre una esfera de acción al sentimiento o porque va a apagar el sentimiento. En una discusión tal, mi simpatía se vería conmovida enteramente de acuerdo con la diferencia que sus defensores creen que crearía.
Personalmente, creo que no haría diferencia alguna. Todos deben estar de acuerdo con la coeducación para los niños pequeños; y no puedo creer que les haría mayor daño a los niños más grandes. Pero es porque creo que la escuela no es tan importante como piensa la gente actualmente. El hogar es lo que importa, y lo que importará siempre. La gente dice que los pobres descuidan a sus hijos; pero un chiquillo de la calle tiene más trazas de haber sido educado por su madre que de haber aprendido ética y geografía a través de las enseñanzas de un maestro de escuela. Y si tomamos este paralelo del hogar, creo que veremos exactamente qué es lo que la coeducación puede hacer y qué es lo que no puede.
La escuela nunca hará de jovencitas y jovencitos camaradas comunes. El hogar no los hace camaradas de ese tipo. Los sexos pueden trabajar juntos en una sala de clase lo mismo que pueden desayunar juntos en un comedor; pero ni una ni otra cosa influye en el hecho de que los jóvenes busquen la compañía de otros jóvenes, lo que a las niñas parecería horroroso, mientras que ellas buscan la compañía de otras niñas, lo que a los muchachos parecerá igualmente loco.
Por más que se aplique la coeducación, siempre existirá una valla entre los sexos, hasta que el amor o la lujuria la destruyan. El patio de juegos de la escuela donde se practica la coeducación para alumnos adolescentes no será un lugar de camaradería asexuada. Será un lugar donde los jóvenes que van en grupos de cinco refunfuñarán con mal humor hacia las niñas, y donde éstas irán en grupos de dos, mirando a los muchachos con la nariz apuntando a las nubes.
Ahora bien, si se acepta este estado de cosas, y están contentos con ello como resultado de su coeducación, estoy con ustedes. Lo acepto como uno de los primeros hechos místicos de la naturaleza. Lo acepto, en cierta manera, con el mismo espíritu de Carlyle cuando alguien le dijo que Harriet Martineau había "aceptado al Universo" y él le respondió: «Caramba, le convendría». Pero si tienen la idea de que la coeducación logrará algo más que hacer desfilar a los sexos uno frente al otro dos veces al día; si creen que destruirá su profunda ignorancia del sexo contrario o que los iniciará en la vida sobre una base de comprensión racional, entonces les diré, primero, que esto no ocurrirá jamás, y segundo, que yo, por lo menos, me sentiría profundamente irritado si ocurriera.
Por otro medio, lograré explicar mejor lo que quiero decir. Muy pocos establecen con propiedad el fuerte argumento en favor del matrimonio por amor o en contra del matrimonio por dinero. El argumento no es que todos los enamorados son héroes o heroínas, ni que todos los duques son libertinos o todos los millonarios groseros.
El argumento es éste: que las diferencias entre un hombre y una mujer son, hasta en las mejores circunstancias, tan obstinadas y exasperantes que, prácticamente, no se las puede superar a menos que reine una atmósfera de exagerada ternura e interés mutuo. Para presentar el tema a través de otra metáfora: los sexos son dos porfiados trozos de acero; si es necesario unirlos, habrá que hacerlo mientras están al rojo. Toda mujer tiene que descubrir que su marido es una bestia egoísta, porque todo hombre es una bestia egoísta desde el punto de vista de una mujer. Pero que descubra a la bestia mientras ambos están todavía en el cuento de La Bella y la Bestia.
Todo hombre tiene que descubrir que su esposa es malhumorada, es decir, sensible hasta la locura; pues toda mujer está loca desde el punto de vista masculino. Pero que descubra que está loca mientras su locura es más digna de ser tenida en cuenta que la cordura de cualquiera.
Esto no es una digresión. Todo el valor de las relaciones normales entre un hombre y una mujer reside en el hecho de que comienzan a criticarse mutuamente cuando comienzan a admirarse mutuamente. Lo cual está muy bien, por otra parte.
Afirmo, comprendiendo en su totalidad la responsabilidad de mi afirmación, que es mejor que los sexos no se comprendan hasta que se hayan casado. Es mejor que no tengan el conocimiento hasta que posean la veneración y la claridad. No deseamos ese prematuro y fatuo "conocer profundamente a las chicas". No queremos que los más altos misterios de la distinción divina sean comprendidos antes que deseados, ni manejados antes de que se los comprenda.
Eso que Shaw llama la fuerza vital —pero para lo cual el cristianismo tiene términos más filosóficos— ha creado esta temprana división de gustos y hábitos para ese propósito romántico; que es también el más práctico de todos los propósitos. Aquellos a quienes Dios ha separado, ningún hombre unirá.
Por lo tanto, la cuestión es saber cuáles son los propósitos de quienes apoyan la coeducación. Si sus propósitos son pequeños, tales como ciertas conveniencias de organización, ciertas mejoras en los modales, saben de eso más que yo. Pero si tienen grandes propósitos, estoy en contra de ellos».
G. K. Chesterton
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