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Benedicto XVI pide a los profesores un redescubrimiento de los núcleos existenciales de la tarea universitaria, y, en consecuencia, una revisión de las actitudes personales y de los hechos que la hacen posible
En su encuentro con profesores jóvenes universitarios (El Escorial, 19-VIII-11), Benedicto XVI ha recordado sus años de profesor en la Universidad de Bonn, cuando, a pesar de la situación de carestía, «todo lo suplía la ilusión por una actividad apasionante, el trato con colegas de las diversas disciplinas, y el deseo de responder a las inquietudes últimas y fundamentales de los alumnos».
Ilusión, interdisciplinariedad, investigación. De ahí brotaba el sentido y la definición de la universidad: «‘Universitas’ de profesores y estudiantes que buscan juntos la verdad en todos los saberes», o como dijo Alfonso X el Sabio, ese «ayuntamiento de maestros y escolares con voluntad y entendimiento de aprender los saberes» (Siete Partidas, partida II, tít. XXXI).
El ser y quehacer universitario —señalaba el Papa— no permite ser reducido a una mera capacitación técnica, con una visión utilitarista de la educación movida por el pragmatismo inmediato, pues esto lleva a pérdidas dramáticas: «Desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder»; asimismo —añadirá después— esa visión puede llevar a ideologías cerradas a la razón, y conducir al servilismo de «una lógica utilitarista de simple mercado, que ve al hombre como mero consumidor».
Por el contrario, «la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana». La fe cristiana en Cristo como logos por quien todo fue hecho (Cf Jn 1, 3) ilumina y vivifica el ser y el trabajo universitario. «Esta buena noticia descubre una racionalidad en todo lo creado y contempla al hombre como una criatura que participa y puede llegar a reconocer esa racionalidad».
La tarea del profesor universitario católico implica el ideal de «proponer y acreditar la fe ante la inteligencia de los hombres». ¿Cómo puede llevarse esto a la práctica? «El modo de hacerlo no solo es enseñarlo, sino vivirlo, encarnarlo, como también el Logos se encarnó para poner su morada entre nosotros». (Es decir, desarrollar ese proceso personalmente para luego poder transmitirlo a otros).
«En este sentido —concreta el Papa— los jóvenes necesitan auténticos maestros; personas abiertas a la verdad total en las diferentes ramas del saber, sabiendo escuchar y viviendo en su propio interior ese diálogo interdisciplinar; personas convencidas, sobre todo, de la capacidad humana de avanzar en el camino hacia la verdad».
De esta manera podrán transmitir ese ideal (buscar y encontrar la verdad) a los alumnos. A este propósito citó a Platón: «Busca la verdad mientras eres joven, pues si no lo haces, después se te escapará de entre las manos» (Parménides, 135d). Y añadió Benedicto XVI: «Esta alta aspiración es la más valiosa que podéis transmitir personal y vitalmente a vuestros estudiantes, y no simplemente unas técnicas instrumentales y anónimas, o unos datos fríos, usados sólo funcionalmente».
Por tanto, continuó el Papa, «os animo encarecidamente a no perder nunca dicha sensibilidad e ilusión por la verdad; a no olvidar que la enseñanza no es una escueta comunicación de contenidos, sino una formación de jóvenes a quienes habéis de comprender y querer, en quienes debéis suscitar esa sed de verdad que poseen en lo profundo y ese afán de superación. Sed para ellos estímulo y fortaleza».
Finalmente, concretó dos aspectos para esta tarea: la unidad entre el conocimiento y el amor, y la trascendencia de la verdad unida a la humildad.
En primer lugar, «el camino hacia la verdad completa compromete también al ser humano por entero: es un camino de la inteligencia y del amor, de la razón y de la fe. No podemos avanzar en el conocimiento de algo si no nos mueve el amor; ni tampoco amar algo en lo que no vemos racionalidad: pues "no existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor" (Caritas in veritate, n. 30). Si verdad y bien están unidos, también lo están conocimiento y amor». Y observó: «De esta unidad deriva la coherencia de vida y pensamiento, la ejemplaridad que se exige a todo buen educador».
En segundo lugar, «la verdad misma siempre va a estar más allá de nuestro alcance. Podemos buscarla y acercarnos a ella, pero no podemos poseerla del todo: más bien, es ella la que nos posee a nosotros y la que nos motiva».
Y concluía: por eso, especialmente en el ejercicio intelectual y docente, «la humildad es asimismo una virtud indispensable, que protege de la vanidad que cierra el acceso a la verdad». Una consecuencia: «No debemos atraer a los estudiantes a nosotros mismos, sino encaminarlos hacia esa verdad que todos buscamos». Esto puede lograrse con la ayuda de Cristo, Verdad y Camino, «que os propone ser sencillos y eficaces como la sal, o como la lámpara, que da luz sin hacer ruido (cf. Mt 5,13-15)».
En definitiva: buscar e impulsar la búsqueda de la verdad sin reduccionismos, promover la racionalidad propia de la sabiduría, hacer creíble la fe a base de vivirla (no sólo de enseñarla), y unir el conocimiento y el amor sobre la base de la humildad. He aquí la tarea de un profesor universitario cristiano. El compromiso con la verdad requiere coherencia de vida, y esta coherencia le viene de su unión real con la caridad. El discurso de Benedicto XVI no trata de meros conceptos. Pide un redescubrimiento de los núcleos existenciales de la tarea universitaria, y, en consecuencia, una revisión de las actitudes personales y de los hechos que la hacen posible.
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
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