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La escena de la Anunciación es plenamente actual, porque todos están llamados a la santidad, que María hizo posible y prefigura
La colección La Palabra hecha imagen (13 cuadros que el Museo del Prado ofrece con motivo de la JMJ de Madrid-2011) comienza, según la cronología de la vida de Cristo, por la Anunciación a María, pintada por Fra Angelico.
El contexto de esa obra es un jardín, que representa el paraíso. En el ángulo superior izquierdo se ven las manos de Dios emitiendo un rayo de luz hacia la Virgen, en el que viaja el Espíritu Santo en forma de paloma. Ella ha dejado su lectura y está atenta al ángel. Delante del pórtico, como consecuencia del pecado original, Adán y Eva son expulsados del paraíso, custodiado por un ángel. Bajo el cuadro, pueden verse escenas de la vida de María: el Nacimiento y los Desposorios, la Visitación, la Adoración de los Magos, la Presentación en el Templo y el Tránsito de la Virgen.
Entre otros cuadros que recogen la escena de la Anunciación, vale la pena recordar el de Goya.
El pintor español nos presenta a la Virgen María arrodillada junto al arcángel San Gabriel. Sobre ellos, el Espíritu Santo, en el centro de los rayos de luz que vienen del cielo y que inundan toda la escena. Como suele pintarse en el barroco español, cerca de María se ve un lirio y la cesta de labor. En lugar de un libro, sostiene abierto un rollo que alude al Antiguo Testamento, donde señala algún pasaje (quizá el que habla de la doncella que dará a luz). La Virgen aparece sumisa ante el ángel que trae el mensaje divino. Como toque neoclásico, en primer plano aparecen dos escalones que ascienden hasta María. Esos escalones anticipan los dos ángulos rectos que se forman a partir de la Virgen, cuya cabeza está a la altura del ángel, que señala con su dedo hacia Dios, dirigiendo a Él nuestra mirada. Y es que el camino que nos lleva a María es el mismo que nos lleva a Dios. El punto de vista del espectador es bajo, sugiriendo que la humildad es la mejor actitud para contemplar este gran Misterio.
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El "dejarse hacer" de María, expresión de su sí a Dios
Recojamos ahora algunas reflexiones de Benedicto XVI sobre la Anunciación de María. En 2006, predicando a los nuevos cardenales, citaba a San Bernardo, cuando llama a María aquaeductus, acueducto, canal privilegiado por el que fluye el Manantial divino, el Verbo hecho carne (cf. Sermo in Nativitate B. V. Mariae: PL 183, 437-448). También evocaba a San Agustín, cuando le pregunta retóricamente al ángel de la anunciación por qué ha sucedido esto en María. Y el ángel le responde: porque ella está “llena de gracia”, nombre divino que expresa cómo Dios la ve y la califica desde siempre, y que equivale a llena de amor de Dios o “amada por Dios” (cf. Sermo 291, 6).
Añadía el Papa una observación de Orígenes sobre ese mismo título, “llena de gracia”, que el ángel da a María: es único y nunca fue dado a otro ser humano (cf. In Lucam 6, 7). Y señala Benedicto XVI: «Es un título expresado en voz pasiva, pero esta ‘pasividad’ de María, que desde siempre y para siempre es la ‘amada’ por el Señor, implica su libre consentimiento, su respuesta personal y original: al ser amada, al recibir el don de Dios, María es plenamente activa, porque acoge con disponibilidad personal la ola del amor de Dios que se derrama en ella».
Se trata —continuaba diciendo el Papa— de la identificación del “aquí estoy” del Hijo (cf. Hb 10, 5-7) con el “hágase” de su Madre formando un único Amén, Así sea, a la voluntad de Dios. A la vez, en ese momento María se anticipa y contiene a la Iglesia, que debe acoger continuamente a Cristo: «El icono de la Anunciación, mejor que cualquier otro, nos permite percibir con claridad cómo todo en la Iglesia se remonta a ese misterio de acogida del Verbo divino, donde, por obra del Espíritu Santo, se selló de modo perfecto la alianza entre Dios y la humanidad. Todo en la Iglesia, toda institución y ministerio, incluso el de Pedro y sus sucesores, está ‘puesto’ bajo el manto de la Virgen, en el espacio lleno de gracia de su ‘sí’ a la voluntad de Dios».
El año siguiente notaba Benedicto XVI cómo la Anunciación «es un acontecimiento humilde, escondido —nadie lo vio, sólo lo presenció María—, pero al mismo tiempo decisivo para la historia de la humanidad» (Angelus, 25-III-2007). Y continuaba recurriendo a uno de sus temas favoritos, de sabor paulino: el “sí” de Dios espera nuestro “sí” como respuesta. «La obediencia del Hijo se refleja en la obediencia de la Madre y de este modo, gracias al encuentro de estos dos ‘síes’, Dios ha podido asumir un rostro de hombre». Pues bien, continuaba, ese sí de Jesús y de María, se renueva en la Iglesia y en cada uno de los santos y de los mártires, en cada uno de los cristianos.
Dejarse renovar por Dios para renovar la humanidad
Profundizó más adelante en el significado de la expresión “llena de gracia” referida a María: «Su corazón y su vida estaban totalmente abiertos a Dios y, por eso, completamente desbordados por su gracia». De ahí que ella puede ayudarnos a dar «un ‘sí’ libre y pleno a la gracia de Dios», de modo que quedemos renovados y podamos «renovar la humanidad a través de la luz y la alegría del Espíritu Santo» (Homilía en Oporto, 14-V-2010).
En 2011 subrayaba de nuevo que «el icono de la Anunciación a María representa mucho más que ese particular episodio evangélico, por otro lado fundamental: contiene todo el misterio de María, toda su historia, su ser, y al mismo tiempo habla de la Iglesia, de su esencia para siempre; como también de cada creyente en Cristo, de cada alma cristiana llamada» (Lectio divina con los seminaristas de Roma, 4-III-2011).
Y en el videomensaje que dirigió a los jóvenes participantes con ocasión del atrio de los gentiles (25-III-2011), en París, recordando la anunciación a María, pedía a los no creyentes: «Abrid vuestros corazones a los textos sagrados, (…) y si realmente lo deseáis, dejad que los sentimientos que hay dentro de vosotros se eleven hacia el Dios Desconocido». Ese Dios que ellos consideraban desconocido les invitaba también a la JMJ de Madrid.
María, símbolo vivo de la apertura a Dios y a los demás
El lugar único y a la vez ejemplar y materno de la Virgen, en relación con la Palabra de Dios, está señalado en la exhortación Verbum Domini (30-IX-2010). Ella, «con su sí a la Palabra de la Alianza y a su misión, cumple perfectamente la vocación divina de la humanidad». «María es también símbolo de la apertura a Dios y a los demás; escucha activa, que interioriza, asimila, y en la que la Palabra se convierte en forma de vida» (n. 27). Por eso, con el Sínodo sobre la Palabra de Dios (2008), se recomienda redescubrir sobre todo el rezo del Angelus. En esa breve oración «pedimos a Dios que, por intercesión de María, nos sea dado también a nosotros el cumplir como Ella la voluntad de Dios y acoger en nosotros su Palabra» (n. 88). Y también el Rosario, «que recorre junto a María los misterios de la vida de Cristo» con su cadena de Avemarías, cuya primera parte recuerda precisamente el momento de la Anunciación.
Concluyendo, la escena de la Anunciación es plenamente actual, porque todos están llamados a la santidad, que María hizo posible y prefigura. Y la santidad consiste no tanto en hacer muchas cosas y difíciles, sino en “dejarse hacer” por Dios, sobre la base de la oración y los sacramentos. Para eso, no sólo una vez sino a diario, como hizo la Virgen, hay que decirle que “sí” con generosidad. De este modo, en cada uno, en su familia y en su trabajo, en sus relaciones de amistad o de cultura, como también en la vida de la sociedad, Cristo podrá tomar carne y seguir vivificando a las personas de nuestro tiempo.
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
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