Unos antiguos relieves en la colina de Kong Wang Shan, al nordeste de China, podrían ser la prueba definitiva de que el apóstol Tomás puso en marcha allí comunidades cristianas
El sacerdote y los dos obispos que llevaron a cabo la investigación fueron encarcelados, pero antes lograron sacar del país su estudio por medio de un profesor francés.
En ocasiones, los viajes de los apóstoles fuera del mundo romano han sido considerados legendarios, pero las investigaciones llevadas a cabo en 1981 en el antiguo puerto de Lianungang, cerca de la capital de la China de los Han, en la ruta de la seda por el mar, arrojan una luz nueva sobre cómo se formaban las comunidades primitivas, en este caso en la antigua China, hasta donde según la tradición llegó el apóstol Tomás.
Los relieves en piedra se conocen como Kong Wang Shan y constituyen un friso de 20 metros de ancho, en origen policromado, que data de los años 69-71 y que aparece ya recogido en los anales relativos a la dinastía de los Han posteriores, entonces en el poder. En total aparecen 107 personajes, y el conjunto era interpretado desde antiguo como una celebración de la introducción del budismo en China, que en realidad tuvo lugar algo más tarde.
Sin embargo, en 1981, un sacerdote y dos obispos locales decidieron investigar mejor y llegaron a la conclusión de que lo que había allí era una fotografía de la llegada del apóstol Tomás a China y la formación de la primera comunidad cristiana, con su catequesis, su liturgia y sus miembros, entre los que destacan sobre todo las mujeres.
El intento de hacer públicas sus conclusiones les costó a los obispos y al sacerdote 30 años de trabajos forzados, pero antes consiguieron hacer llegar sus trabajos a un investigador francés, Pierre Perrier, que había viajado a China para dar una conferencia sobre matemáticas y a su vuelta logró pasar el excepcional descubrimiento de los pastores chinos.
Todo esto llega ahora a España de la mano de un español vinculado al equipo de Perrier, el sacerdote Francisco José López Sáez, profesor de Teología Espiritual en Comillas y de Teología y Liturgia de las Iglesias Orientales en San Dámaso, donde ha hablado recientemente de estos descubrimientos.
Es Tomás
El hallazgo parece confirmar una antigua tradición que situaba a Tomás en China predicando el Evangelio, tras su paso por la India. San Francisco Javier recoge en una de sus cartas esta noticia de la presencia de Tomás en China, bien conocida también en India, desde donde habría partido el apóstol.
Kong Wang Shan sitúa a Tomás en China porque representa su rostro de manera similar al de Jesús; no en vano es apodado en el Evangelio como «el gemelo» por su parecido físico con el Señor. Además, las crónicas de la dinastía Han mencionan a dos misioneros, uno de ellos de nombre She Moton: literalmente, nuestro apóstol Tomás. Y otro dato más: en la parte inferior de la colina se contempla un original dibujo que representa al apóstol dando testimonio de la lanzada de Cristo, escena de la crucifixión que seguramente vio Tomás: «Si no meto mi mano en su costado…».
La llegada de Tomás aquí es verosímil porque el primer contacto lo solían establecer los apóstoles en las comunidades judías a las que llegaban, y resulta que en la corte de los Han las princesas eran mujeres hebreas procedentes de la diáspora.
Mujeres, madres de la memoria
La presencia de la mujer es muy significativa en todo el conjunto de la colina, porque se ve cómo «el apóstol establece una casa donde hay mujeres que hacen la función de María en la primera comunidad, mujeres que están al lado del obispo para vivir en la oración lo que ellos celebran y transmitirlo a otras mujeres y a otras familias. Ellas van a ser el corazón de la Iglesia, y tomarán de Tomás y de su diácono lo que transmiten para aprenderlo de memoria y organizar varias casas que son el lugar de la primera evangelización. Ellas son las madres de la memoria y las que organizan el qubala, el ágape fraterno abierto a todos, una institución catequética distinta de la Misa. En el qubala se aprende a compartir en la gratuidad la Palabra, hay niños, mujeres, hombres, que aprenden y recitan lo aprendido, y luego se comparte la comida», asegura Francisco José López.
Todo esto aparece reflejado en la colina de Kong Wang Shan en distintas escenas, además del bautismo del hermanastro del emperador, la liturgia de un Viernes Santo o la Eucaristía, descubriendo «un fabuloso modelo de catequesis de iniciación cristiana», esculpido muy al principio de la evangelización, «en los años en los que Pedro y Pablo están muriendo en Roma».
¿Qué pasó después? «El hermanastro del emperador fue enseguida martirizado por los mandarines. El cristianismo muy pronto dejó de existir oficialmente pero se mantuvo gracias a las mujeres, en las casas, a través del boca a oreja, del tú a tú. Hoy ─concluye López Sáez─ la nueva evangelización la queremos hacer desde arriba, cuando siempre ha sido de corazón a corazón».
¿Qué refleja exactamente la colina de Kong Wang Shan?
Los relieves de la colina de Kong Wang Shan se leen de derecha a izquierda como toda escritura aramaica, lo que ya da una idea de su origen, y cuando se esculpieron estaban policromados.
En la parte derecha, la primera cronológicamente hablando, se ve al emperador Mingdi (en rojo, tumbado) soñando con una figura (en azul) resplandeciente. Las crónicas de la dinastía Han hablan de «un rostro aureolado, grande y lleno de luz», con barba y una cruz que le envuelve, claramente Jesús; tiene una mano levantada, que es un signo arameo de testimonio de la verdad. Debajo de ellos se ve al diácono de Tomás (en rosa), que se dirige al hermanastro del emperador, Kong Wang Ying (en naranja), el primero de la corte que se convirtió y que a la postre fue mártir.
La parte central está presidida por la figura de una mujer (en azul) con un niño en brazos cuyo rostro fue borrado con posterioridad de manera intencionada. Es la Virgen María, en una imagen de la Natividad que preside el nacimiento de la primera comunidad, la catequesis y una liturgia de Viernes Santo. Debajo de ella hay una escena (ampliada más abajo, al pie del pictograma) con varias figuras sucesivas: Tomás (en verde), sentado delante del emperador (en rojo); detrás de Tomás está su diácono (en rosa) y detrás del emperador está su hermanastro (en naranja), quien a su espalda tiene un consejero y cuatro mujeres (en amarillo). Las mujeres eran muy importantes en las primeras misiones apostólicas, y más adelante se las ve (de nuevo en amarillo) en un pequeño recuadro junto a Tomás (en verde), recibiendo la instrucción. «Las mujeres tenían la misión de ser las madres de la memoria ─señala Francisco José López─. Enseñaban en sus casas el Evangelio de forma oral, de corazón a corazón, durante tres años, y formaban a otras mujeres para el mismo objetivo».
En el mismo cuadro central, abajo a la izquierda hay representada una liturgia de Viernes Santo, con Cristo yacente, con dos mujeres a su lado y el resto de miembros de la comunidad, entre los que se encuentran Tomás y su diácono (en verde y en rosa).
En medio de la escena se representa al hermanastro del emperador (en naranja), que entra en el Bautismo con una flor de lis en la mano. Arriba del todo, ya fuera del recuadro, aparece de nuevo en una postura que parece budista, pero que en realidad es una manera caldea de representar a un mártir.
En el cuadro de la izquierda se ve al hermanastro ya bautizado, ahora sentado y con las manos juntas, a la manera en que se reza el credo en Oriente, entonces y todavía hoy en día. Luego hay un cubículo con lámparas, velos y banderas: el altar donde se celebra la Eucaristía. También hay dos velos en forma cruz (en azul), sobre un palo con una serpiente, pero no es un crismón, sino la tau, y la cof, letra hebrea que indica aquí resurrección. Es un signo judeocristiano primitivo que se puede encontrar también en tumbas de la misma época en Jerusalén.
En la escena aparece también una bandeja con cinco panes (en azul) y varias cruces.
La figura de la izquierda (en verde) es Tomás, cuyo rostro es similar a la figura del sueño del emperador, con unas vestiduras de tipo sacerdotal y una cruz en las manos, que tiene dibujados símbolos del paraíso, también de origen judeocristiano.
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo en alfayomega.es
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