La ganadora del galardón nacional defiende la familia como una entidad clave para el desarrollo social
María Calvo Charro es escritora, doctora en Derecho Administrativo y profesora titular de Derecho Administrativo de la Universidad Carlos III de Madrid. Ha sido distinguida con el galardón nacional «Luchadora por la Familia 2024», cuya ceremonia de entrega tendrá lugar este sábado, 25 de mayo, en un acto que se celebrará en el auditorio de Caixafòrum de Barcelona. Estos premios, que llegan a su novena edición, fueron establecidos por la Plataforma por la Familia.
Calvo es reconocida por su profunda comprensión de los temas relacionados con la familia, la identidad masculina y femenina, la paternidad y la maternidad, el feminismo, la coeducación o educación diferenciada, la ideología de género y otras cuestiones relevantes.
Un aspecto que destacó es la promoción de la equidad, en lugar de la simple igualdad entre hombres y mujeres. Entre sus obras destacan títulos como Padres destronados, La masculinidad presa, Orgullo de madre, Hombres y mujeres: cerebro y educación o Iguales pero distintos.
¿Qué supone para ti recibir este premio?
Bueno, es un premio al que han llamado «Luchadores por la Familia», y yo creo que es el nombre más adecuado que puede tener porque realmente todos somos luchadores por la familia.
La familia en realidad no tiene nada de ideal, sino que es un caos, es un campo de batalla, hay conflictos, vuelan los platos, pero es el lugar donde realmente nuestros hijos adquieren una identidad estabilizante, donde adquieren sentido de pertenencia, dignidad. Es el lugar donde aplicamos y aprendemos el perdón, es donde más nos queremos cuando menos lo merecemos porque es cuando más lo necesitamos precisamente.
¿Desde dónde reivindica María Calvo la familia?
Reivindico la familia como núcleo del desarrollo equilibrado de la sociedad. En la medida en que la familia es consustancial del conflicto, sobre todo el conflicto intergeneracional, que es algo muy necesario para colocar a los hijos en su lugar, para enseñarles la ley simbólica de la familia, el orden de filiación.
Digamos que ese conflicto es uno del que no se puede huir en la medida en que nuestros hijos necesitan ser educados para vivir en sociedad. Y por lo tanto necesitan límites, esos que les van a liberar del caos y de la angustia de esta sociedad fluida en la que todo vale. Necesitan que se les haga el regalo del «no», para que luego puedan aceptar un «no» de una autoridad, un «no» de un policía, un «no» de un profesor.
Necesitan también que se les imponga la frustración, de la que ahora mismo huimos y que, sin embargo, es una escuela de vida. Saber que no se puede todo en la vida, que hay que gestionar el fracaso.
Es decir, la finalidad principal de la familia es la de formar ciudadanos que luego vayan a poder aplicar en la sociedad lo que se les ha enseñado en ese íntimo caldero, que es el núcleo familiar en el hogar.
¿Y qué es la feminidad y la masculinidad? ¿Desde dónde hay que reivindicarlas dentro de una familia?
Los hijos y las hijas necesitan de la alteridad sexual. Por lo tanto, necesitan de un estilo femenino maternal y de un estilo masculino paternal para conseguir el equilibrio. Es algo que ahora mismo está muy denostado porque tenemos la idea de que no hay naturaleza, no hay biología, hombre y mujer son idénticos, fungibles, intercambiables. Y esto es una mentira, es una falacia que está ocasionando enormes destrozos a nuestros hijos, porque necesitan esos dos estilos.
El estilo femenino, que es un estilo de protección, sobre todo, de las madres, experimentamos un cambio en la neuroquímica cerebral cuando somos madres y tendemos a proteger a esa criatura que es extremadamente indefensa. Mientras que los padres tienen la capacidad de fortalecer a esos hijos. Nosotras, por lo tanto, somos la afectividad frente a la efectividad masculina.
Para mí, lo primero en la familia no son los hijos, es la pareja, es el matrimonio. Porque siempre el hijo se ha hecho a partir de la familia. Mientras que ahora mismo estamos viviendo un momento en el que las familias se hacen a partir de los hijos. Estamos en una especie de velatría, de filiado, en el que el niño es el rey y que los padres quedan en último término, ¿no? Y, sin embargo, tiene que ser justo lo contrario.
Por eso es muy importante que la pareja unida sea la que marque esos límites, la que marque esa frustración, que ese no, para que ese hijo adquiera unas raíces, pero para que luego pueda tener alas y volar y ser libre, independiente y autónomo.
¿Y eso puede obtenerse también si unos padres deciden que están mejor separados, pero que van a seguir manteniendo sus roles?
Claro, lo que sucede es que cuando nos separamos, nos separamos de la pareja, pero no nos separamos de los hijos. Es decir, somos ex marido y ex mujer, pero no somos ex padre y ex madre.
Es evidentemente el amor matrimonial está formado por tres amores, el amor de amistad, el amor de compromiso y el amor sexual. Cuando una pareja se separa, se acaba el amor sexual y el amor de compromiso, pero el amor de amistad, digamos, en cuanto a los hijos, tiene que permanecer por el bien de los hijos. Un divorcio no es incompatible con una buena crianza de los hijos ni con el mantenimiento de una familia
Una vez dijiste que la mujer era, es y será siempre un gran desconocido. ¿Para ti qué es ser una mujer? ¿Qué es ser madre?
Ser madre es ser una aventurera en el mundo hipermoderno que nos ha tocado vivir. Una aventurera llena de coraje y de valentía, porque lo tenemos todo en contra.
Curiosamente, el feminismo nunca se ha encargado de la maternidad y ahora mismo incluso está atacándola, por lo tanto está atacando a la esencia femenina.
Pero realmente es un error por parte de la sociedad porque, igual que un hijo siempre es un regalo para una madre, una madre es un regalo para la sociedad.
Adquirimos una serie de virtudes y de habilidades que nos da la maternidad. La capacidad de simultanear tareas y pensamientos, la capacidad de resolver conflictos pacíficamente, el enorme desarrollo de la paciencia, la capacidad de priorizar lo que es importante realmente en la vida, nos damos cuenta de que es la familia, que es la vida interior, que es la vida del hogar.
Y teniendo en cuenta tantas opiniones y diferentes mujeres que hay hoy en día en una sociedad, ¿puede el instinto maternal llegar a desaparecer?
Sí, el instinto maternal está desapareciendo, es decir, toda mujer nace con una huella psicológico-materna ineludible, con un instinto maternal, y hay pruebas en neonatos preciosas que lo demuestran.
Hay una prueba que se realizó en la Universidad de Houston con bebés recién nacidos. Las niñas recién nacidas, ante el llanto de otros bebés, se despiertan, se agitan, se solidarizan con esos bebés, mientras que la inmensa mayoría de los varones siguen durmiendo. Es decir, esa empatía la tenemos inscrita en cada una de las células de nuestro cuerpo, esa tendencia a la ética del cuidado, el genio femenino, esa capacidad humanizadora de la sociedad de la que hablaba Juan Pablo II, que yo lo llamo capacidad de maternizar el mundo.
Sin embargo, es verdad que ha habido una obra de ingeniería social por la cual se nos ha ido extirpando esa parte psicológico-materna, porque se nos ha convencido de que es una opresión, de que es la tiranía de la procreación, de que es una debilidad, y por lo tanto, esa parte con la que nacemos, si no la desarrollamos, pues realmente se puede llegar a atrofiar, y es lo que está sucediendo actualmente.
Tenemos un porcentaje muy alto de mujeres que sencillamente no quieren ser madres porque tienen una visión muy autorreferencial de sí mismas, muy narcisista, y quieren su tiempo y su libertad. Pero realmente una libertad sin vínculos, especialmente si el vínculo femenino-maternal es una forma inédita de esclavitud. Porque es la esclavitud de mis impulsos, mis deseos, mis pasiones, y al final la soledad.
¿Ha sucedido lo mismo con la paternidad?
La paternidad también se ha tergiversado. Igual que al hombre se le exige que sea femenino, suave, empático, sensible y emotivo, a la paternidad se le exige que sea como una mamá bis, que sea como una mujer realmente. Y esto genera mucha frustración al hombre. De hecho, se han desarrollado lo que se llaman familias matrifocales.
En el escenario social o en este mantra social, son familias en las que la madre desconfía del padre, del estilo masculino paternal del que hemos hablado, ¿no? De ese estilo que implica dar protección y dar seguridad a los hijos.
Entonces hay un prejuicio de inutilidad masculina. Considera que es inútil, que lo hace todo mal, que es demasiado duro, que pone muchas normas, y por lo tanto cree mejor que se quede como un espectador de la relación madre-hijo, que es la que tiene realmente calidad.
¿Cómo es la familia del siglo XXI?
La familia real tiene un carácter objetivo. Lo que pasa es que se ha subjetivizado y parece que todo lo que queremos que sea familia es familia. Y no es así. O sea, la familia objetivamente es un hombre y una mujer, primero la pareja, primero el matrimonio, con o sin hijos. Pero realmente es un matrimonio abierto a la vida, abierto a la contingencia de la procreación, que puede dar o no dar su fruto.
Hoy día está en el centro del discurso social la nueva ley de familias. ¿Para ti, cualquier agrupación de personas bajo un techo es una familia?
No. Son familias desfamiliarizadas, son sucedáneos de la familia. Lo más curioso es que todas esas uniones quieren llamarse familia, porque en el fondo saben que la familia es la unión óptima, es lo mejor, es lo que va a dar ese cimiento a los hijos, es lo que va a dar continuidad, es lo que nos va a unir a generaciones del pasado con generaciones que están por venir.
Aunque no lo son, porque son modelos subjetivizados de familia, pero como te decía antes, la familia no es lo que tú quieras que sea familia. La familia es un dato, o es una institución objetiva con unos caracteres hombre y mujer unidos y abiertos a la contingencia de la generación de la vida para dar a esos hijos raíces y alas.
La familia objetivamente tiene dos finalidades. Una de cara al interior, que es favorecer el desarrollo de estos hijos, y otra de cara al exterior, que es favorecer a la sociedad. Entonces, habría que ver qué beneficios aportan estas no familias o estas familias desfamiliarizadas.
Hace poco has sacado un libro, Orgullo de madre. ¿Nos puedes contar un poquito al respecto?
El libro se llama Orgullo de madre porque ahora mismo nos han convencido de que la maternidad es un defecto, un obstáculo y una carga que evita o impide nuestro desarrollo profesional y personal. Entonces, vamos con una sensación de culpabilidad de haber sido madres.
Sin embargo, yo lo he llamado Orgullo de madre porque tenemos que ir orgullosas de ser madres, porque nada nos prepara a las mujeres para ser madre, para esa gran aventura de la maternidad, pero ser madre nos prepara para todo, y eso la sociedad lo tendría que valorar.
Andrea Gabarró en eldebate.com
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