Con ocasión de la Jornada mundial de la juventud (JMJ), ha surgido una controversia entre dos posiciones que, un poco disecadas, podrían verse como alternativas. Pero no resulta así, si se miran las cosas más detenidamente
Para unos, la Jornada Mundial de la Juventud debería tener como objetivo el encuentro y la convivencia entre los jóvenes, la acogida de la diversidad cultural y religiosa, la promoción de la solidaridad y de la interculturalidad (todo esto podría resumirse en el diálogo), pero no la conversión (sobre todo si se piensa en una conversión impuesta de modo agresivo).
Para otros, la JMJ debería tener como finalidad principal la conversión a Cristo o la evangelización (el anuncio del Evangelio); pues la voluntad de Dios no puede querer de por sí la diversidad de las religiones. Además, las creencias de cada uno no son indiferentes o irrelevantes. Y por eso, centrarse en la acogida de lo diverso y el diálogo podría conducir a un indiferentismo epistemológico, que haría de todo intento de conversión una agresión arrogante.
De esta manera, el diálogo se opondría a la conversión o la evangelización.
La evangelización entendida ampliamente
Sin embargo, san Pablo VI explica que la evangelización es una realidad dinámica, un proceso compuesto de varios elementos: “renovación de la humanidad [de los criterios, valores e intereses, desde el respeto a la conciencia y a las convicciones], testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón [conversión], entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado » (Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi, n. 24). Estos elementos, añade, puede parecer que se oponen o excluye entre sí; pero en realidad son complementarios y mutuamente enriquecedores; y por eso hay que ver siempre cada uno de ellos integrado con los otros.
Esto quiere decir (y aquí queríamos llegar) que la conversión es un elemento de un proceso más amplio, que es la evangelización; y que abarca tanto el respeto y el diálogo como el testimonio propiamente cristiano y el anuncio de Cristo, pasando por la conversión personal hasta la vivencia de lo cristiano en la Iglesia, lo cual lleva de nuevo, cerrando el ciclo al diálogo y al testimonio cristiano.
Con otras palabras: encuentro, diálogo y acogida por un lado y, por otro, anuncio de Cristo y llamada a la conversión no son realidades que se puedan oponer; sino que son complementarias: se exigen mutuamente y no pueden sustituirse una a la otra.
Si acudimos al Evangelio, vemos cómo Jesús une en su enseñanza el encuentro y el diálogo con las personas junto con la llamada a la conversión y el anuncio del Reino. Además, ya por el misterio mismo de la Encarnación que lo constituye, Jesucristo une en sí el diálogo de la salvación que Dios quiere ofrecer al mundo (puesto que Él es la Palabra hecho hombre) y el Evangelio (el anuncio de la salvación y la llamada a la conversión) en personal plenitud. La existencia de Jesucristo y su entrega redentora es la forma que adquiere el diálogo de Dios con los hombres al llegar la plenitud de la revelación. De ahí que los cristianos debamos aspirar a unir ambos aspectos, a partir de nuestra vida en Cristo por el Espíritu Santo.
Encuentro y anuncio, diálogo y llamada a la conversión
¿Es lo mismo misión que evangelización? Como sugiere la palabra misma, la evangelización (entendida no solo como primer anuncio del Evangelio sino como todo lo que hace la Iglesia en su misión y los cristianos para extender el mensaje del Evangelio a partir de nuestras vidas) es la acción de poner en práctica, “en acto”, la misión que el Señor nos ha encargado: evangelizar, anunciar la Buena Noticia de la salvación.
Cada cristiano está enviado a hacer, con su vida y sus palabras, un testimonio y un anuncio de la fe. Ante todo, allí donde está, contando con la abundante ayuda de Dios y en el marco de la familia eclesial. Además, puede recibir dones (carismas) para colaborar con otros en diversas tareas o servicios, dentro de la gran misión evangelizadora.
Los jóvenes están llamados a encontrarse, a dialogar sobre los desafíos que el mundo actual supone. Y ese diálogo y esos desafíos son también los que tiene por delante la misión de la Iglesia. Por parte de los cristianos, el diálogo (en orden a la salvación) es una de las claves de la constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II. La encíclica programática de Pablo VI, Ecclesiamsuam, publicada cuando estaban en curso los trabajos conciliares, dedica su tercera parte al diálogo de salvación. Y especifica algunas características de ese diálogo: claridad, afabilidad, confianza y prudencia pedagógica (cf. n. 35), sin renunciar a la identidad cristiana.
Los jóvenes cristianos participan, con sus iguales, en el mejoramiento de la sociedad y en la transformación del mundo para bien de todos. En sus encuentros y diálogos con los demás jóvenes, tienen una propuesta, la fe, que aporta luz y vida al mundo y a las personas.
Los cristianos no dejamos “aparte” esa propuesta (que comporta el anuncio de Cristo y la llamada a la conversión) en nuestro encuentro y diálogo con todos. Y viceversa: tampoco olvidamos, a la hora de proponer el mensaje del Evangelio, el diálogo sobre las grandes cuestiones y desafíos de nuestro tiempo. De ahí que cuidamos nuestros encuentros, amistades y trabajos con quienes nos rodean.
¿Cómo debe configurarse en la práctica este binomio diálogo-llamada a la conversión? Esto depende en cada caso del adecuado discernimiento espiritual, eclesial y evangelizador. En ese discernimiento, el protagonista principal es el Espíritu Santo (de ahí la importancia de la vida espiritual, sobre la base de la oración y los sacramentos), que nos ayuda a superar los conflictos resolviendo las polarizaciones estériles.
Ramiro Pellitero, en iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com
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