Entrevista al Prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos
Los pasados 6 y 7 de febrero, el cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, estuvo en Bélgica y concedió una entrevista exclusiva a Cathobel. Hombre profundamente espiritual, el cardenal Sarah explica la visión tradicional de la fe y aporta una mirada más crítica sobre la evolución de la civilización occidental.
¿Cuáles son hoy, en su opinión, los principales retos que debe afrontar la Iglesia católica, en particular en Europa occidental?
Creo que la Iglesia afronta hoy grandes cuestiones. En primer lugar, su fidelidad a Jesús, a su Evangelio, su fidelidad a la enseñanza que siempre recibió de los primeros Papas, de los Concilios. Es el gran desafío de hoy. Quizá no sea tan evidente, porque la Iglesia desea adaptarse a su medio, a la cultura moderna.
El segundo desafío es la fe. La fe ha caído, y no solo a nivel del Pueblo de Dios, sino incluso entre los responsables de la Iglesia: a veces se nos podría preguntar si tenemos la verdadera fe. En Navidad, un sacerdote, durante la misa del domingo, dijo a los presentes: «Hoy no vamos a rezar el ‘Credo’, porque yo ya no creo. Vamos a cantar una canción que exprese nuestra comunión». Pienso que hay una gran crisis de fe, y una gran crisis también de nuestro trato personal con Dios. Después de su elección, el Papa Benedicto XVI, que notaba los grandes desafíos de la Iglesia, inmediatamente estableció un año dedicado a san Pablo. Quería llevarnos a tener una relación personal con Jesús. La vida de este hombre, que persiguió a la Iglesia, quedó totalmente transformada cuando se encontró con Jesús. Y dijo: «Vivo, pero no soy yo el que vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Para mí, vivir es Cristo».
Después, Benedicto XVI quiso uno año consagrado al sacerdocio, porque también hay una gran crisis sacerdotal. No porque no haya suficientes sacerdotes. En el siglo VII, el Papa Gregorio Magno ya decía que había demasiados curas. Hoy hay 400.000 sacerdotes. Pero, ¿viven verdaderamente su vocación? Finalmente, Benedicto XVI quiso un año de la fe. Ahí están los tres grandes retos de la Iglesia de hoy.
¿Cómo pueden los cristianos descubrir mejor a Dios y hacer que lo descubran los que no lo conocen o lo redescubra quienes ya no lo reconocen?
¿Cómo se descubre una amistad? Por el trato. Al amigo lo conozco cada vez más si lo frecuento realmente y a fondo. Pues bien, a Jesús, a Dios, lo conocemos y tenemos una relación con él si rezamos. Pero creo que se discute mucho y quizá se rece poco. Pienso que una de las maneras de redescubrir a Dios y de tener una relación personal con él es la oración, la oración silenciosa, la oración que es únicamente un cara a cara. La oración no es decir cosas; es callarse para escuchar a Dios que reza en nosotros. San Pablo dice: «No sabemos pedir». Dejemos que el Espíritu Santo nos inunde y rece. Él grita en nosotros: «Abba, Padre». Y la oración más bonita es el Padrenuestro.
Su Palabra es también un medio para entrar en relación con Dios. Su Palabra es Él mismo que está ahí, es Dios quien se expresa, y, leyendo su Palabra, conocemos más su Corazón. Conocemos sus grandes ambiciones por el hombre. Y quiere que seamos santos como Él, nuestro Padre, es santo.
También podemos entrar en relación con Dios a través de los misterios de los sacramentos. Los sacramentos son los medios que Dios “inventó” para que estemos realmente en contacto con Él. Cuando soy bautizado, como decía el Papa Benedicto XVI, soy sumergido en la Trinidad. Cuando recibo el cuerpo de Cristo, es verdaderamente Cristo el que viene a mí y yo estoy en Él. Por la confesión, se restablecen los lazos que se habían roto entre un hombre y Dios. Así pues, todos esos medios están ahí para que el hombre pueda encontrar a Dios de verdad.
Desde finales de 2014, ayuda usted al Papa a velar por la vida litúrgica de la Iglesia. ¿Es la liturgia, especialmente la Eucaristía, tan importante para la Iglesia?
La eucaristía es la cumbre y la fuente de la vida cristiana. Sin eucaristía no podemos vivir. Jesús dijo: «Sin mí no podéis hacer nada». Por eso hay que celebrar la eucaristía con mucha dignidad. No es una reunión de amigos, ni una comida que se toma a la ligera; es verdaderamente Dios que se entrega a nosotros, porque se queda con nosotros. Dios es nuestra vida, Dios es nuestro alimento, Dios es todo para nosotros. Y quiere manifestarlo en la eucaristía. ¡La eucaristía debe ser algo tan sagrado, tan hermoso!
Mi dicasterio intenta promover esa belleza de la liturgia. La liturgia no pertenece a las personas, no pertenece al obispo ni al sacerdote, que no pueden decidir hacer esto o lo otro. Deben seguir lo que indican las rúbricas, lo que indica la liturgia, las leyes de la Iglesia. Es una forma de obediencia. Puede que haya cosas que no me gusten, o que me parezcan anticuadas, pero las hago porque es el Señor quien las pide.
Procuramos hacer comprender que la liturgia es un gran regalo hecho a los cristianos, y se debe conservar lo que siempre se ha vivido. Nos adaptamos al momento de hoy, nos podemos expresar o cantar en nuestras lenguas. La inculturación es posible, pero hay que comprenderla bien. No se trata de maquillar el cristianismo: un toque africano, un toque asiático… La inculturación es dejar que Dios penetre mi cultura, dejar que Dios penetre mi vida. Y cuando Dios penetra mi vida, no me deja indiferente, me transforma. Es como la encarnación: Dios tomó nuestra humanidad, no para dejarnos tirados sino para elevarnos hacia Él. San Ireneo decía: «Dios se hizo hombre para que el hombre se haga Dios». La liturgia, precisamente, nos hace ser Dios porque nos unimos a Él, y por eso es también importante cuidar el silencio en la liturgia. Le preguntaban a Romano Guardini: «¿Cuándo comienza de verdad la vida litúrgica?». Y respondía: «Al aprender el silencio».
Desde hace unos 50 años, nuestra civilización occidental se aleja de sus raíces cristiana, lo que implica cambios importantes en la visión del hombre y de la sociedad. En su opinión, ¿Occidente está perdiendo su alma?
No solamente Occidente está perdiendo su alma, sino que se está suicidando. Porque un árbol que ya no tiene raíces está condenado a la muerte. Pienso que Occidente no es capaz de reconocer las raíces que crearon su cultura, sus valores. Creo que es una crisis, pero toda crisis acaba algún día; ¡al menos, eso esperamos!
Hay algunas cosas increíbles que están sucediendo en Occidente. Que un Parlamento autorice la muerte de un niño inocente, sin defensa, es una grave violencia contra la persona humana. Cuando se impone el aborto, sobre todo en países en vías de desarrollo, diciéndoles que, si no lo hacen, no se les ayudará más, es una violencia. No es extraño. Desde que se abandona a Dios, se abandona al hombre, ya no se tiene una visión clara del hombre. Hay una gran crisis antropológica hoy en Occidente. Y eso lleva a tratar a las personas como objetos.
Estoy seguro de que, si Occidente, si Europa renunciase absolutamente a su identidad cristiana, la cara del mundo cambiaría trágicamente. Ellos llevaron la civilización cristiana a Asia, a África… y ahora no pueden decir de golpe que lo que nos dieron no tiene valor alguno. De hecho, entre los jóvenes ya se aprecia cierta oposición a esa manera de tratar al hombre. Hay que rezar para que Occidente siga siendo lo que es.
En 2012, la Iglesia católica celebró los 50 años del inicio del Concilio Vaticano II. ¿Podemos decir hoy que el Concilio Vaticano II se ha aplicado efectivamente en la Iglesia?
Solo puedo repetirle lo que dijo Benedicto XVI. Hay dos concilios: por una parte, el verdadero concilio, el que produjo los textos; y por otra, el concilio de los medios, el que ha comentado los textos del concilio; y la gente solo sabe del concilio por los medios. Se ha dejado de acudir a los textos. Le doy un ejemplo de la liturgia. Hoy se aplica la liturgia, pero sin acudir a la Sacrosanctum Concilium. Por ejemplo, en el n. 22 §3, se dice que ningún sacerdote puede cambiar, modificar, ni suprimir lo que está escrito en los libros sagrados. Sin embargo, hoy se improvisa, se inventan cosas…, por lo que no se puede decir que se esté aplicando el Concilio. Pienso que aún tenemos mucho que hacer para conocer el Concilio. Es decir, acudir a los textos y procurar vivirlos como si fueran textos revelados, porque es el Espíritu Santo quien estaba presente en el Concilio.
En el campo de la liturgia ha habido muchos abusos. Muchos creían que podían inventar nuevas liturgias, cuando lo que hay es una continuidad que mantener. No hay ninguna ruptura en la Iglesia, siempre hay continuidad. El Concilio efectivamente provocó otra visión del lugar de la Iglesia respecto al mundo, pero pienso que, si se hubieran respetado los textos, no viviríamos lo que estamos viviendo hoy.
La reforma litúrgica quería que todos los que creen en Cristo estén unidos viviendo bien la liturgia, y que todos los que no creen en Cristo vengan a la Iglesia de Dios. Pero, en realidad, hay algunos que se van de la Iglesia, y los que no conocen a Cristo tampoco vienen. Hay cosas que han sido bien aplicadas, pero hemos aplicado el Concilio como hemos querido, sin ninguna regla.
El Papa Francisco ha emprendido ciertas reformas en la Iglesia. ¿La Iglesia debe ser constantemente reformada? Y si es así, ¿en qué sentido?
Sí, porque la Iglesia está formada por pobres pecadores que somos nosotros. Por tanto, siempre necesitamos una conversión, reformarnos. No pienso que esa reforma concierna únicamente a las estructuras de la Iglesia. Porque, aunque las estructuras estuvieran bien reorganizadas, todavía haría falta que funcionasen bien. Pero son los hombres los que las hacen funcionar. Y si nosotros mismos no somos reformados, cambiados, no hay reforma que valga.
Además, hay dos modos de reformar la Iglesia. O se reforma la Iglesia a la manera de Lutero, criticando la Iglesia, abandonándola. O bien, podemos reformar la Iglesia a la manera de san Francisco de Asís, por la radicalidad del Evangelio, la pobreza radical. Esa es la verdadera reforma de la Iglesia: vivir plenamente el Evangelio, vivir plenamente lo que hemos recibido de Jesucristo y de la tradición.
Creo que la verdadera reforma es ese llamamiento constante a la conversión. La auténtica reforma es lo que nos dice el Concilio: la llamada universal a la santidad. La belleza de la Iglesia son los santos. La primavera de la Iglesia son los santos que la realizan. No el número de cristianos, ni las nuevas estructuras que hagamos, sino la santidad de la vida cristiana.
¿Cuál es el corazón del cristianismo?
Es «Dios es Amor». Y el amor es exigente. El amor verdadero va hasta la muerte. Amar de verdad es morir. El ejemplo nos lo da Jesús. Él nos amó hasta el fin, hasta dar su vida. Si llegamos a vivir plenamente según ese ejemplo de Dios que se revela como el Dios del amor, y que quiere que nosotros mismos seamos amor, porque somos Cristo, entonces lograremos cambiar el mundo. Dios es Amor. Ese es el corazón del cristianismo.
Entrevista de Christophe Herinckx, en catobel.be.
Traducción de Luis Montoya.
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