Algo que puede conducirnos como a un mulo con orejeras: a no ver más allá de las mismas, a encerrarnos en una no buscada burbuja informativa
Señalaba Jim Rohn que “las personas de éxito tienen grandes bibliotecas; el resto, grandes televisores”. Tómalo como metáfora (especialmente, si tu tele es grande; que yo no he venido aquí a pelearme con nadie).
No es por sacarle la cara, pero lo que pretendía Rohn era, sin duda, subrayar la importancia de la lectura para formarte.
En más de una ocasión, desde este blog, hemos animado a leer. ¿Recuerdas, por ejemplo, lo de Leer te da alas? ¿Y lo de “lee y conducirás, no leas y serás conducido”?
Leer demanda una actitud proactiva, para empaparte y disfrutar de lo escrito.
Lo audiovisual puede ser más pasivo: estás más “de espectador”. Y ahí, los contenidos se te cuelan muchas veces, en cualquier horario, sin preguntar, sin pedir permiso. Basta con que la tele esté encendida; o con que recibas un whatsapp o un tuit en el móvil o… estés conectado a internet.
Con un simple clic o haciendo zapping, te encuentras con lo que buscabas o… −muchas veces− con lo que te buscaba a ti…
En ocasiones, te das cuenta; y en otras, no. Y lo que te aparece, aquello con lo que uno se topa −o con lo que se tropieza su hijo−, puede influirle y hasta, poco a poco, conformarle.
Luego hablaremos de las verdades o mentiras “a granel”.
Antes, pretendo presentarte algo más trabajado y más sutil; pero no por ello exento de peligros: cómo hay quienes nos cuentan −sin advertirlo− medias verdades. Nos ofrecen una versión informativa personalizada, parcial y sesgada. La que hace que nos enteremos de la misa la media… ¡creyendo que la hemos oído completa!
En fin, algo que puede conducirnos como a un mulo con orejeras: a no ver más allá de las mismas. A encerrarnos en una no buscada burbuja informativa.
De eso va este breve vídeo, que te animo a no perderte. Y a que lo vean tus hijos o alumnos. Te va a sorprender. Y te hará pensar.
En el vídeo te hablan, como habrás visto, del menú que −como guante a la mano− te oferta Google. O Facebook. Que es distinto del que me ofrece a mí. O al otro. Por ser distinto, lo que te aparece en Google (puedes comprobarlo) es diferente si abres tu PC en casa o si utilizas otro ordenador.
La educación enciende el deseo de acercarse a la verdad, de pensar por uno mismo, de contar con capacidad de análisis propio, en palabras de Arnold H. Glasow.
Con ocasión de la reciente Cumbre Mundial de Educación de Doha, Kishore Mahbubani señalaba que los jóvenes «van a tener que aprender lo que es la disciplina intelectual y (que) la educación tiene que enseñarles a… no creerse todo lo que les dicen» (mira este artículo).
«A nosotros no nos pasaba −añadía Mahbubani− porque no teníamos tantas cosas. Si yo hubiera tenido un iPhone, no habría leído tantos libros y no tendría el trabajo que tengo ahora», finalizaba.
Me temo, amigo Kishore, que el problema de creerse lo que nos cuentan… va más allá de los jóvenes. Lo de que “lo han dicho en la tele” es intergeneracional… y mundial. Y está claro que, bajo una apariencia de veracidad, las mentiras circulan por aquí y por allá de manera tan veloz como abundante.
De hecho, esto no me lo temo solo yo: habrás leído que la UE acaba de dar luz verde a que sus presupuestos de 2018 tengan un apartado dedicado a combatir la difusión de noticias falsas por internet.
En fin: que todo el mundo habla ya de la posverdad. Tanto, que está a la vuelta de la esquina su inclusión, como vocablo, en el diccionario de la RAE.
Mientras −al menos mientras−, ¿qué tal si hablamos −sin eufemismos− de mentiras interesadas? Fake news!
Hoy hay una realidad (que se describe en el artículo antes citado):
Navegamos por un internet en el que «no hay distinción entre lo que es cierto y lo que es falso y en que cualquier cosa se puede viralizar, independientemente del hecho que la sustente».
Eso hace que sea especialmente importante y valioso “encontrar la verdad objetiva −los hechos puros y duros− entre tantas verdades alternativas”.
La partida de 800.000 euros a disposición de la unidad contra la desinformación que opera en la Comisión Europea, no va a servir para ir a la raíz del problema. Porque, más que abordar las causas, intentará evitar las consecuencias (al menos, las más graves). Y con ello, no solucionamos la cuestión.
Todos somos conscientes de la importancia de la comunicación para gobernar a las masas. No olvidemos a Noam Chomsky y su hipérbole de que “la manipulación mediática hace más daño que la bomba atómica, porque destruye los cerebros”.
El diagnóstico
En relación con la posverdad, leía hace algún tiempo a José Antonio Marina afirmar cómo en la situación que ahora padecemos ha sido clave la tolerancia a la mentira.
Y añadía: “El siglo XX apostó por el pensamiento débil y un educado relativismo, menos belicoso que la pretensión de verdad. Todas las opiniones se volvieron igualmente respetables. Frente al monoteísmo de la verdad, el politeísmo de las opiniones. En los medios de comunicación se hizo cada vez más difícil distinguir entre “hechos” y “opinión sobre los hechos”. Incluso se piensa que los hechos no existen, solo existen las interpretaciones de los mismos”.
Creo que el diagnóstico no puede ser más lúcido.
Y no es Marina el único que lo realiza:
En la reciente Cumbre Mundial de Doha, tal y como se reflejó en el artículo antes citado, ya se constata entre los expertos “una crítica al relativismo: la teoría de que no hay una verdad absoluta, sino múltiples realidades igualmente válidas, que tanto peso ha tenido durante las últimas décadas, nos habría conducido hasta la posverdad”.
La terapia
Por todo ello, se defiende una vuelta al «dos más dos es cuatro, porque es un hecho, no una opinión». “Se propugna una vuelta a los conocimientos concretos, que tan mala fama han tenido en los últimos tiempos. Los niños deben tener una base sólida de saberes para no perderse en la gigantesca biblioteca llena de trampas que es internet”.
En este sentido, Sir Michael Barber hablaba claro a la periodista autora del artículo, Olga R. Sanmartín: «La gente que dice que no necesitamos conocimientos concretos porque podemos googlearlos está completamente equivocada. Esto ha sido muy dañino y me frustra bastante que en algunas conversaciones sobre educación se diga que el conocimiento no importa… Quiero que los niños tengan nociones de Historia. No quiero que los alumnos abandonen la escuela sin haber leído a Shakespeare o Dickens…».
Te apuntaba antes cómo en la educación (familia, escuela… tribu) está la clave. Lo he comentado en diversos posts.
Quiero referirme, para concluir, a algo que trasciende al mero conocimiento de contenidos:
Lo subrayaba R. Sanmartín: “el pensamiento crítico es mencionado por los expertos internacionales como una habilidad fundamental en este mundo trumpista en el que lo que es verdad por la mañana se convierte en mentira por la tarde”.
Necesitamos personas maduras: hombres y mujeres que hayan aprendido a analizar, a contrastar informaciones, a pensar por sí mismas, a cuestionarse las cosas, a formarse, en fin, un criterio propio.
Y las necesitamos valientes: personas que, con serena responsabilidad, más allá de las modas, de lo políticamente correcto, más allá de la presión del entorno, sepan llamar pan al pan y vino al vino. ¿Te acuerdas de Sé libre. Vive?
Ayudemos a que estos últimos las resuelvan. Me temo que los primeros ya han aceptado todo a pie juntillas. Y, como indicaba Mark Twain, es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados.
Trabajemos por despertar al personal. Por acercarnos, todos, a la verdad. Atentos a que no nos alejen de ella.
¿Me ayudas a difundir? ¡Juntos somos más!
¡Muchas gracias!
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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