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Para que el anuncio sea plenamente efectivo, esto es, que el anuncio lleve a la salvación, son necesarios los sacramentos que transmiten la gracia redentora
Jesús viene a anunciar el Reino de Dios, y quien lo acepta, alcanza la salvación. Pero atención, porque ese anuncio no son solamente palabras. Incluye toda la acción de Cristo, toda su vida, lo que hace y lo que dice desde que se muestra al mundo (su vida en Belén y en Nazaret, su predicación, milagros, pasión, muerte y resurrección), sus “gestos y palabras”, en expresión del Concilio Vaticano II (DV, 2).
La salvación consiste en participar de la Vida de Jesús
Y es que la salvación consiste no solamente en aceptar lo que Cristo “dice”, sino en aceptarle a Él, unirse con Él y participar de su propia Vida. Orígenes decía que el Reino de Dios es Cristo en persona. El Reino de Dios se hace presente donde se acepta la encarnación del Hijo de Dios y la vida humana se abre, por medio de él, a la vida divina.
No otra cosa sucede en la evangelización, esto es, lo que Cristo encargó realizar a la Iglesia. En esa tarea se cumple también la relación entre las “palabras” y los “gestos”; entre el “anuncio” de la Palabra de Dios (que se hace explicando la fe mediante “palabras”) y los sacramentos, que son signos e instrumentos de salvación (“gestos” eficaces que nos otorgan la gracia, la amistad con Dios).
Pues bien, ante la descristianización actual, en las últimas décadas algunos han insistido en dar la prioridad al “anuncio” de la fe o de la Palabra, relegando o descuidando los sacramentos. Ante el desafío de la nueva evangelización, hay quien subraya de tal modo el anuncio que olvida, al menos en la práctica, que los sacramentos son esenciales para el anuncio del Evangelio.
Necesidad de los sacramentos junto con el anuncio de la fe
Veámoslo en concreto. Un cristiano, sea quien sea, debe anunciar el Evangelio. Si es un ministro sagrado ese anuncio podrá tener la forma oficial de la predicación litúrgica. Si es un “cristiano corriente”, un fiel bautizado, tomará ocasión de su vida familiar, o de su trabajo y relaciones sociales, para anunciar a Cristo, sirviendo de instrumento a la salvación de Dios. En cualquier caso, para que el anuncio sea plenamente efectivo, esto es, que el anuncio lleve a la salvación, son necesarios los sacramentos que transmiten la gracia redentora. Al celebrar cada sacramento se presupone y se vuelve a actualizar la fe anunciada y acogida, tanto la fe del que lo administra como la fe del que lo recibe.
En esta línea se ha situado Benedicto XVI, al subrayar la importancia del sacramento de la Confesión en la nueva evangelización. El motivo es que «la celebración del sacramento de la Reconciliación es ella misma anuncio y por eso camino que hay que recorrer para la obra de la nueva evangelización» (Discurso a los participantes en el curso de la Penitenciaría apostólica sobre el fuero interno, 9-III-2012).
La Confesión, camino para la nueva evangelización
Se pregunta el Papa en qué sentido concreto la Confesión sacramental es “camino” para la nueva evangelización. Responde: ante todo porque la nueva evangelización saca su vida y su fuerza de la santidad de los cristianos (que es al mismo tiempo la finalidad de la evangelización). Y la santidad necesita de la conversión, del encuentro con Cristo que acontece en este sacramento. Por eso el cristiano debe obtener, de la confesión, «una verdadera fuerza evangelizadora». Y al mismo tiempo, sólo el que se deja renovar por la gracia de Dios en la confesión, encontrándose con el rostro de Cristo, puede anunciar el corazón misericordioso de Dios.
Esto, observa Benedicto XVI, es especialmente importante en la situación actual de “emergencia educativa”, en medio de un relativismo que pone en duda la posibilidad de alcanzar la verdad y de que el hombre de hoy pueda abrirse al encuentro con Jesucristo: «El sacramento de la Reconciliación, que parte de una mirada a la condición existencial propia y concreta, ayuda de modo singular a esa ‘apertura del corazón’ que permite dirigir la mirada a Dios para que entre en la vida». Añade que de este modo el encuentro con Cristo es capaz de transformar la vida y abrir un nuevo horizonte.
Para ser testigos de la misericordia de Dios
Por tanto, no es que este sacramento sea una cosa más, un elemento secundario en la nueva evangelización. Al contrario: «La nueva evangelización parte también del confesionario. O sea, parte del misterioso encuentro entre el inagotable interrogante del hombre, signo en él del Misterio creador, y la misericordia de Dios, única respuesta adecuada a la necesidad humana de infinito». A partir de ese encuentro es como los cristianos, al experimentar la misericordia que Jesús nos alcanza, «entonces se convertirán en testigos creíbles de esa santidad, que es la finalidad de la nueva evangelización».
Esta necesidad de experimentar el encuentro personal con Dios para participar en la nueva evangelización, vale también, señala el Papa, para los ministros de la Confesión, que deben confesarse con frecuencia, ellos mismos los primeros.
Y concluye: «De esta forma cada confesión, de la que cada cristiano saldrá renovado, representará un paso adelante de la nueva evangelización».
En síntesis, la confesión es un elemento nuclear en la nueva evangelización, porque nadie da lo que no tiene. Si evangelizar es, por definición, anunciar la Buena Noticia (= Evangelio) de que cabe una vida nueva y plena, esto sólo puede hacerse si yo mismo he sido testigo personalmente de que esa vida ha comenzado en mí. Sin esto, hasta el anuncio de la fe podría diluirse en meras palabras.
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
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