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«Así como la razón no debe ser excluida de los debates acerca de la fe, así tampoco la espiritualidad debe ser excluida cuando nos fijamos en los asuntos mundanos»
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La Baronesa Sayeeda Warsi, co-presidente del Partido Conservador británico y primera mujer musulmana con el cargo de ministro en un gabinete del Reino Unido, dio esta semana un discurso provocativo sobre el papel de la fe en la vida pública, en una reunión en el Vaticano en conmemoración de los 30 años de relaciones diplomáticas plenas entre la Gran Bretaña y la Santa Sede.
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Hoy quiero presentar una idea simple. Que la fe tiene un espacio propio en la esfera pública. A fin de fomentar la armonía social, la gente necesita sentirse más firme en su identidad religiosa, más segura en sus creencias. En la práctica esto significa que los individuos no diluyan su fe y que las naciones no renieguen de su herencia religiosa.
Esta idea conduce a la siguiente conclusión: Europa tiene que tener más seguridad en su cristianismo. No nos engañemos. Con demasiada frecuencia hay temor a la fe en nuestro continente, donde los signos religiosos no pueden aparecer en los edificios del gobierno; donde los estados no financian las escuelas religiosas, y donde se deja de lado la fe, se la margina y se la degrada.
Todo pende de este error básico: para crear la igualdad y espacio para las religiones y culturas minoritarias, tenemos que borrar nuestro patrimonio religioso mayoritario. Pero yo creo que las sociedades que nosotros constituimos, las culturas que hemos creado, los valores que sostenemos y las cosas por las que luchamos, surgen de aquello por lo que hemos discutido, de las que hemos disentido, y construido: siglos de cristianismo.
Las raíces cristianas de Europa
Es lo que el Santo Padre llamó las «irrenunciables raíces cristianas de [nuestra] cultura y civilización», que brillan a través de nuestra actividad política, nuestra vida pública, nuestra cultura, nuestra economía, nuestra lengua y nuestra arquitectura. Ustedes no pueden ni deben borrar estos fundamentos cristianos de la evolución de nuestras naciones, sin antes borrar los campanarios de nuestros paisajes.
Permítanme dejar una cosa muy clara: no estoy diciendo que todo lo hecho en el nombre de la fe haya sido una bendición para nuestro continente. Se ha derramado demasiada sangre en nombre de la religión. Sin embargo, es erróneo tratar de borrar esta historia o cerrar los ojos al papel de la religión en nuestro continente. Debemos darnos cuenta de que lo que nos dirige, nos une y nos inspira es una historia que se encuentra en peligro de ser silenciada.
Sé que en un mundo globalizado es fácil pensar que, para relacionarse con otros, es necesario aguar la propia identidad. Pero lo que quiero remarcar hoy es que la única manera de poder acomodarse a los demás es estar seguro de lo que tú eres.
Hay una segunda línea con este argumento. Esta confianza verdadera tiene el poder de garantizar la transparencia. Sólo cuando estás satisfecho de tu propia identidad, únicamente cuando te das cuenta de que el 'otro' no pone en peligro tu identidad, entonces puedes de verdad aceptar la diferencia, y no simplemente tolerarla. Así como el bravucón molesta porque se siente inseguro, así también el estado reprime, margina, dicta y expele cuando siente que su identidad está en juego.
En el Reino Unido nos hemos protegido contra este miedo mediante el reconocimiento de la importancia de la Iglesia establecida y de nuestra herencia cristiana, nuestra fe mayoritaria. Y esto es lo que ha creado la libertad religiosa y un hogar para gente como yo, perteneciente a las confesiones minoritarias. Como musulmana nacida y criada en un país cristiano, al que ahora sirvo, tengo experiencia de ambas religiones, la mayoritaria y la minoritaria.
Lo que realmente me ayudó a conocer mi fe y practicarla fue el hecho de que mi país tenía una sólida identidad cristiana. Esto definió y conformó mi propia fe y me dio confianza en esta fe que, en combinación con la confianza en los principios y valores de mi país, ha dado luz clara en las decisiones que he tomado como persona adulta.
Las buenas obras siguen a las convicciones
La atmósfera cristiana no fue una amenaza para mi identidad musulmana, sino que la reforzó en realidad. Me permitió intervenir en las discusiones y el trabajo del debate interreligioso. Me motivó a hablar públicamente en contra del odio anti-musulmán, de la persecución de los cristianos y del antisemitismo. Y me inspiró a desafiar la creciente marginación de la fe en mi país y en Europa.
Al mirar alrededor del mundo hoy en día, se fortalece mi convicción. La certeza de la convicción se fortalece cuando vemos que la fe inspira, guía y motiva buenas obras. Como la Biblia nos enseña: «Porque así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta».
El Corán nos enseña algo similar: que: «los que creen y hacen buenas obras son los mejores seres creados». Lo comprobamos todos los días a nivel mundial, a nivel local e individual. La Iglesia Católica: decisiva en la caída del comunismo, con un papel clave en asegurar la paz en Irlanda del Norte. Las escuelas católicas en el Reino Unido: muchas de ellas van por delante de otras instituciones en la respuesta nacional al terremoto en Haití, a las inundaciones en Pakistán y a la sequía en África Oriental. Y la fe sostiene a las personas en el día a día, en sus momentos más oscuros, los momentos más desesperados. No se puede negar el vínculo entre estas acciones positivas y la fe.
No rebajar la religión
Qué mejor posición que la mía, de fe musulmana, ministro del gobierno del Reino Unido, un país con una Iglesia Anglicana oficial, de visita a nuestros amigos en el hogar espiritual del catolicismo, para actuar en defensa de la comprensión entre las religiones.
Pero creo que donde el diálogo interreligioso no funciona es donde las religiones son mitigadas con el fin de encontrar un terreno común. Al igual que la lengua europea del esperanto que, tratando de construir una nueva lengua, neutralizaba nuestras lenguas, un lenguaje común entre las religiones corre el riesgo de diluir la diversidad y la fuerza de nuestras respectivas religiones.
La cuestión está en que estar seguro de la propia fe aporta fuerza a la sociedad en muchos sentidos. La confianza en nuestras propias creencias nos permite defender los ataques a los demás. La fe te pide defender a tu prójimo. Como el cuarto califa musulmán, Ali ibn Abu Talib dijo: «Cada hombre es tu hermano, tu hermano en la fe, o tu hermano en la humanidad».
Este es el espíritu que movió a los musulmanes a proteger a los judíos durante el Holocausto; que llevó a los cristianos a proteger a los musulmanes que huían de la persecución en Darfur; y que llevó al Gran Rabino Sacks a llamar a la acción contra la persecución en Bosnia. Es algo que he estado defendiendo durante mucho tiempo. Que la persecución en un lugar es persecución en todas partes. Que si usted oprime a mi vecino me está oprimiendo también a mí. Que un ataque contra un gudwara es un ataque a una mezquita, una iglesia, un templo, una sinagoga.
La marginación de la fe
Pero la presencia de la religión de la que he hablado está en peligro. Es lo que el Santo Padre llama «la creciente marginación de la religión», durante su discurso en el Westminster Hall.
Lo veo en el Reino Unido y lo veo en Europa: la espiritualidad suprimida; la divinidad degradada. Cuando, en las palabras del arzobispo de Canterbury, la fe es menospreciada como una afición de «raros, extranjeros y minorías». Donde la religión es dejada de lado como una excentricidad imbuida de tradición. Donde estamos despreciando a las personas que atribuyen las buenas obras a su fe y les obligamos a negar que ésta es el origen de su motivación. Y donde la fe es pasada por alto en la esfera pública, sin ni siquiera una palabra sobre el cristianismo en el prefacio de la Constitución Europea.
En algunas partes de Europa ha habido opiniones erróneas según las cuales, con el fin de acomodar a las personas de otros orígenes, debemos ser menos religiosos o menos cristianos, que la sociedad debe acomodarse, convirtiendo la fe en algo marginal y limitado a los confines privados de nuestra casa, o incluso de nuestra mente.
Pero esas exigencias no provienen de otras comunidades religiosas. Vienen de dos tipos de personas. En primer lugar, de la bien intencionada elite liberal, que está tratando de crear la igualdad por la marginación de la fe en la sociedad, que piensa que el pluralismo religioso se alcanza mediante la creación de una ruta de fe neutra, que sitúa la religión en una mera subcategoría en la vida pública.
Como fundamento de su juego, uno de los argumentos de la élite liberal es que la fe y la razón son incompatibles. Pero no se dan cuenta, como el Santo Padre ha argumentado desde hace muchos años, que la fe y la razón van de la mano. Como nos dijo en el Westminster Hall, «el mundo de la racionalidad secular y el mundo de las creencias religiosas se necesitan mutuamente y no deben tener miedo de entablar un diálogo profundo y permanente, para el bien de nuestra civilización». En otras palabras, así como la razón no debe ser excluida de los debates acerca de la fe, así tampoco la espiritualidad debe ser excluida cuando nos fijamos en los asuntos mundanos.
En segundo lugar están los antireligiosos, los negadores de fe, la gente que tiene invitación permanente en el libre flujo de los medios de comunicación y mantiene un vocabulario de intolerancia laicista, que trata de eliminar todo rastro de religión de la cultura, la historia y del discurso público; sin prestar atención al hecho de que la gente de fe se da más a las obras de caridad y que el número de personas que van a un lugar de culto a nivel mundial está en alza.
La profunda intolerancia de la secularización militante
Para mí, uno de los aspectos más preocupantes de esta secularización militante es que, en su esencia y en sus instintos, es profundamente intolerante. Muestra rasgos similares a los regímenes totalitarios: niega a las personas el derecho a la identidad religiosa y no comprende la íntima relación que existe entre la lealtad religiosa y la lealtad al estado.
Por esta razón, una de las primeras acciones de los regímenes totalitarios del siglo XX tenía como objetivo la religión organizada. ¿Por qué? Porque para ellos una identidad religiosa era una bofetada en el corazón de su ideología totalitaria. Sabían que su ideología era débil en un mercado libre de ideas. Y con la fuerza de las religiones, establecidas a lo largo de muchos años, seguidas por muchos miles de millones, los regímenes totalitarios se encontraban en peligro.
Nuestra respuesta a la secularización militante de hoy tiene que ser simple: mantenernos firmes en nuestras religiones; resistir la intolerancia; reafirmar los fundamentos religiosos sobre los que están construidas nuestras sociedades. Y reafirmar el hecho de que, durante siglos, el cristianismo en Europa ha sido inspirador, motivador, fortalecedor, y perfeccionador de nuestras sociedades. En la vida pública, ha llevado a la gente a hacer grandes cosas, como la creación de escuelas, la creación de los servicios públicos, a la cabeza en acciones de caridad. En la política, ha inspirado partidos tanto a la izquierda como a la derecha. En la economía, ha proporcionado muchos de los fundamentos de nuestra economía de mercado y capitalismo. En la cultura, ha inspirado nuestros monumentos, nuestra música, nuestras pinturas y nuestros grabados.
La fe debe informar el debate público
Los políticos tienen que dar a la fe un asiento en la mesa de la vida pública. No la posición privilegiada de una teocracia, sino la de un informante en nuestro debate público. De esta manera no debemos temer reconocer cuando el debate deriva de la base religiosa. Y no tenemos miedo de tomar a bordo y asumir las soluciones ofrecidas por la religión. Los políticos no deben temer advertir claramente cuando se han equivocado las personas que hablaban en nombre de la fe.
No estoy diciendo que los líderes religiosos deban tener el monopolio de la moralidad. Porque, como dijo nuestro primer ministro David Cameron, hay cristianos que no viven de acuerdo con un código moral y hay ateos y agnósticos que sí lo hacen. Pero para las personas que tienen fe, la fe puede ser un empujón muy útil en la dirección correcta.
Por lo tanto, lo que estoy defendiendo es que la religión tiene un papel cuando atendemos a los problemas de hoy. Incluso los ateos más acérrimos pueden darse cuenta de que aquellos que están comprometidos con la religión tienen algo valioso que ofrecer y que la fe puede ser buena para la sociedad, buena para las comunidades y buena para los que optan por seguir una fe. Cuando la religión tiene un papel en la vida pública es posible mirar a la economía haciendo referencia a los principios cristianos, en los que se fundaron nuestros mercados. Esto significa que podemos sacar provecho de las enseñanzas de una Rerum Novarum y una Caritas in Veritate, que ofrecen respuestas para la creación de mercados éticos.
Esto significa que podemos echar una vista a nuestros problemas sociales e inspirarnos en la Doctrina Social Católica; mirar a nuestro sistema de bienestar social y pensar ¿cómo afecta esto a la dignidad humana?; mirar a la desintegración social y pensar ¿estamos reforzando la responsabilidad entre los ciudadanos?; examinar la administración y pensar ¿estamos de acuerdo con que las grandes organizaciones hagan lo que podrían alcanzar unidades más pequeñas? Pensando y recordando que muchos de nuestros valores: amar a nuestro prójimo, actuando como el Buen Samaritano, apoyando y defendiendo la unidad familiar, haciendo por los demás como quisieras que hicieran contigo, son bíblicos, espirituales y religiosos en su origen.
La gente necesita darse cuenta de que en nuestro continente, y más allá, las enseñanzas del cristianismo y sus valores son tan permanentes como la Abadía de Westminster, tan indeleble como la Última Cena de Da Vinci, y tan sólido como el Cristo Redentor y que el cristianismo es tan vital para nuestro futuro como lo es para nuestro pasado. Nuestros dos países tienen mucho que aprender y mucho que enseñar y tengo la esperanza y la fe de que otros seguirán con nosotros en este camino.
Sayeeda Warsi
(*) Publicado originariamente en MercatorNet
Para ver el discurso completo, visite el sitio web de Sayeeda Warsi
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