Antes del rezo del Ángelus el Papa ha afirmado que anunciar el Evangelio, con la palabra y, antes aún, con la vida, es la finalidad principal de la comunidad cristiana y de cada miembro suyo
Alocución del Santo Padre
En el Evangelio de hoy (Lc 1,1-4; 4,14-21), el evangelista Lucas, antes de presentar el discurso programático de Jesús en Nazaret, resume brevemente su actividad evangelizadora. Es una actividad que realiza con el poder del Espíritu Santo: su palabra es original, porque revela el sentido de las Escrituras; una palabra autorizada, porque manda incluso a los espíritus impuros y le obedecen (cfr. Mc 1,27). Jesús es distinto a los maestros de su tiempo: por ejemplo, no abre una escuela para el estudio de la Ley, sino que va por ahí predicando y enseñando por todas partes: en las sinagogas, por las calles, en las casas, ¡siempre dando vueltas! Jesús es distinto incluso a Juan Bautista, que proclama el juicio inminente de Dios, mientras Jesús anuncia su perdón de Padre.
Y ahora imaginemos que entramos también nosotros en la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde Jesús creció hasta casi los 30 años. Lo que pasó allí es un hecho importante, que delinea la misión de Jesús. Se levanta para leer la Sagrada Escritura. Abre el libro del profeta Isaías por el pasaje donde está escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4,18). Luego, tras un momento de silencio lleno de expectación por parte de todos, dice, ante el asombro general: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír (v. 21).
Evangelizar a los pobres: esa es la misión de Jesús, como acaba de decir; esa es también la misión de la Iglesia y de todo bautizado en la Iglesia. Ser cristiano y ser misionero es lo mismo. Anunciar el Evangelio, con la palabra y, antes aún, con la vida, es la finalidad principal de la comunidad cristiana y de cada miembro suyo. Se nota aquí que Jesús dirige la Buena Nueva a todos, sin excluir a nadie, es más, privilegiando a los más alejados, a los que sufren, a los enfermos, a los descartados de la sociedad.
Preguntémonos: ¿qué significa evangelizar a los pobres? Significa ante todo acercarlos, significa tener la alegría de servirles, de liberarlos de su opresión, y todo eso en el nombre y con el Espíritu de Cristo, porque Él es el Evangelio de Dios, Él es la Misericordia de Dios, Él es la liberación de Dios, Él es quien se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza. El texto de Isaías, reforzado con pequeñas adaptaciones introducidas por Jesús, indica que el anuncio mesiánico del Reino de Dios entre nosotros se dirige de modo preferencial a los marginados, a los prisioneros, a los oprimidos.
Probablemente en la época de Jesús esas personas no ocupaban el centro de la comunidad de fe. Podemos preguntarnos: ¿hoy, en nuestras comunidades parroquiales, en las asociaciones, en los movimientos, somos fieles al programa de Cristo? ¿La evangelización de los pobres, llevarles el alegre anuncio, es la prioridad? Atención: no se trata solo de hacer asistencia social, y mucho menos actividad política. Se trata de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios, que convierte los corazones, cura las heridas, transforma las relaciones humanas y sociales con la lógica del amor. Los pobres, en efecto, están en el centro del Evangelio.
Que la Virgen María, Madre de los evangelizadores, nos ayude a sentir fuertemente el hambre y la sed del Evangelio que hay en el mundo, especialmente en el corazón y en la carne de los pobres. Y obtenga que cada uno de nosotros y cada comunidad cristiana demos testimonio concretamente de la misericordia, de la gran misericordia que Cristo nos ha dado.