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«Incluso una persona que dice adherirse al secularismo y despreciar las religiones, tiene dentro de sí una chispa de interés en el más allá, y reconoce que la humanidad y la creación serían un enigma absurdo sin un concepto de 'creador'»
Este viernes 17 de febrero, por la mañana, tuvo inicio, en el Aula Nueva del Sínodo, en el Vaticano, la ‘Jornada de oración y reflexión’, convocada por Benedicto XVI para los miembros del Colegio Cardenalicio y los nuevos cardenales, con motivo del Consistorio. El tema de la Jornada fue “La proclamación del Evangelio hoy: Entre la ‘missio ad gentes’ y la nueva evangelización”.
Ofrecemos la intervención del cardenal Timothy Michael Dolan, arzobispo de Nueva York:
Santísimo Padre, señor cardenal Sodano, queridos hermanos:
¡Alabado sea Jesucristo!
Se remonta al último mandato de Jesús: "¡Vayan, y hagan discípulos en todas las naciones!", es tan actual como la Palabra de Dios que hemos escuchado en la liturgia de esta mañana…
Me refiero al deber sagrado de la nueva evangelización. Es "siempre antigua, siempre nueva". El cómo, el cuándo y el dónde pueden cambiar, pero el mandato sigue siendo el mismo, así como el mensaje y la inspiración: "Jesucristo... el mismo ayer, hoy y siempre".
Estamos reunidos en el caput mundi, evangelizada por los apóstoles Pedro y Pablo; en la ciudad de la que el sucesor de Pedro "ha enviado" evangelizadores a ofrecer la Persona, el mensaje y la invitación que están en el corazón de la evangelización, para toda la Europa, hasta el “nuevo mundo”, en la era de los “descubrimientos geográficos”, así como en África y Asia en tiempos más recientes.
Estamos reunidos frente a la basílica, donde el celo evangélico de la Iglesia se expandió durante el Concilio Vaticano II; cerca de la tumba del sumo pontífice que ha creado el término "Nueva Evangelización", familiar para todos.
Nos reunimos agradecidos por la compañía fraternal de un pastor que nos hace recordar todos los días, el desafío de la nueva evangelización.
Sí, estamos aquí juntos como misioneros, como evangelizadores.
Acogemos la enseñanza del Concilio Vaticano II, especialmente en lo que está expresado en los documentos Lumen Gentium, Gaudium et Spes y Ad Gentes, que especifican con precisión cómo entiende la Iglesia su propio deber evangélico, llamando a toda la Iglesia misionera; es decir, que todos los cristianos, en virtud del bautismo, la confirmación y la eucaristía, son evangelizadores.
Sí, el Concilio ha reiterado, sobre todo en Ad Gentes, que si bien son misioneros explícitos aquellos enviados a los lugares donde las personas nunca han oído el nombre mediante el cual todos los hombres han sido salvados, sin embargo, no hay cristiano que esté excluido de la tarea de dar testimonio de Jesús, transmitiendo a los demás el llamado del Señor en la vida cotidiana.
Por lo tanto, la misión se ha convertido en el punto central de la vida de cada Iglesia local, de cada creyente. La naturaleza misionera se renueva no sólo en un sentido geográfico, sino en el sentido teológico, en tanto el destinatario de la 'misión' no es sólo el no creyente, sino el creyente. Algunos se preguntaban si esta ampliación del concepto de la evangelización hubiese debilitado involuntariamente el significado de la misión 'ad gentes'.
El beato Juan Pablo II ha desarrollado esta nueva comprensión del término, haciendo hincapié en la evangelización de la cultura, en cuanto el parangón entre fe y cultura sustituyó la relación entre la Iglesia y el Estado que prevaleció hasta el Concilio, y en este cambio de acento consiste la tarea de reevangelizar culturas que alguna vez fueron el verdadero motor de los valores evangélicos. Así, la nueva evangelización se convierte en el reto de aplicar la llamada de Jesús a la conversión del corazón, no sólo ad extra sino también ad intra; a los creyentes y culturas en las que la sal del evangelio ha perdido su sabor. Por lo tanto, la misión se dirige no sólo a Nueva Guinea, sino también a Nueva York.
En la Redemptoris Missio, número 33, el beato Juan Pablo II presentó este planteamiento, haciendo una distinción entre la evangelización primaria —el anuncio de Jesús a los pueblos y contextos socioculturales donde Cristo y su Evangelio no son conocidos—, y la nueva evangelización —el reavivar la fe en la gente y las culturas en las que se ha apagado—, y la atención pastoral de las iglesias que viven la fe y han reconocido su compromiso universal.
Está claro que no hay oposición entre la misión ad gentes y la nueva evangelización: no se trata de un aut-aut sino de un et-et. La Nueva Evangelización genera misioneros entusiastas, y aquellos que están comprometidos en la misión ad gentes deben dejarse evangelizar continuamente.
Desde el Nuevo Testamento, la misma generación que recibió la misión ad gentes del Maestro en el momento de la Ascensión necesitaba que san Pablo la exhortase a "reavivar el carisma de Dios", reavivando la llama de la fe depositada en ellos. Esto es sin duda, uno de los primeros ejemplos de la nueva evangelización.
Y más recientemente, durante el alentador Sínodo sobre África, hemos escuchado las voces de nuestros hermanos que están ejerciendo su ministerio en los lugares donde la cosecha de la misión ad gentes era rica, pero ahora que han pasado dos o tres generaciones, también ellos sienten la necesidad de una nueva evangelización.
El reconocido misionero televisivo, arzobispo Fulton J. Sheen, dijo: «La primera palabra de Jesús a sus discípulos fue “vengan”, y la última fue “vayan”. Uno no puede “ir” a menos que primero no haya “venido” a él».
Un gran reto, tanto para la misión ad gentes como a la nueva evangelización, es el llamado secularismo. Escuchemos cómo lo describe el Santo Padre: «La secularización, que se presenta en las culturas como una configuración del mundo y de la humanidad sin referencia a la Trascendencia, invade todos los aspectos de la vida diaria y desarrolla una mentalidad en la que Dios de hecho está ausente, total o parcialmente, de la existencia y de la conciencia humanas. Esta secularización no es sólo una amenaza exterior para los creyentes, sino que ya desde hace tiempo se manifiesta en el seno de la Iglesia misma. Desnaturaliza desde dentro y en profundidad la fe cristiana y, como consecuencia, el estilo de vida y el comportamiento diario de los creyentes. Estos viven en el mundo y a menudo están marcados, cuando no condicionados, por la cultura de la imagen, que impone modelos e impulsos contradictorios, negando en la práctica a Dios: ya no hay necesidad de Dios, de pensar en él y de volver a él. Además, la mentalidad hedonista y consumista predominante favorece, tanto en los fieles como en los pastores, una tendencia hacia la superficialidad y un egocentrismo que daña la vida eclesial». (Discurso de Su Santidad Benedicto XVI a la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Cultura, 8.III.2008).
Esta secularización nos llama a una estrategia eficaz de evangelización.
Permítanme exponerla en siete puntos:
1. A decir verdad, al invitarme a hablar sobre este tema "El anuncio del Evangelio hoy: entre misión ad gentes y la nueva evangelización", el eminentísimo secretario de Estado, me pidió contextualizar el secularismo, sugiriendo que mi archidiócesis de Nueva York es quizá "la capital de la cultura secularizada".
Pero, —y creo que mi amigo y colega, el cardenal Edwin O'Brien, que creció en Nueva York, estará de acuerdo—, yo diría que Nueva York, a pesar de dar la impresión de ser secularizada, es sin embargo una ciudad muy religiosa.
Incluso en los lugares que suelen ser clasificados como "materialistas", tales como los medios de comunicación, el entretenimiento, las finanzas, la política, el arte, la literatura, hay una innegable apertura a la trascendencia, ¡a lo divino!
Los cardenales que sirven a Jesús y a su Iglesia en la Curia Romana pueden recordar el discurso de Su Santidad por la Navidad hace dos años, en el que se celebraba esta apertura natural a lo divino, incluso en aquellos que dicen adherirse al secularismo:
«…Considero importante sobre todo el hecho de que también las personas que se declaran agnósticas y ateas deben interesarnos a nosotros como creyentes. Cuando hablamos de una nueva evangelización, estas personas tal vez se asustan. No quieren verse a sí mismas como objeto de misión, ni renunciar a su libertad de pensamiento y de voluntad. Pero la cuestión sobre Dios sigue estando también en ellos… Como primer paso de la evangelización debemos tratar de mantener viva esta búsqueda; debemos preocuparnos de que el hombre no descarte la cuestión sobre Dios como cuestión esencial de su existencia; preocuparnos de que acepte esa cuestión y la nostalgia que en ella se esconde… Creo que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de "atrio de los gentiles" donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia».
Este es mi primer punto: Compartimos la convicción de los filósofos y poetas del pasado, los cuales no tenían la ventaja de haber recibido la revelación. Y, por eso, incluso una persona que dice adherirse al secularismo y despreciar las religiones, tiene dentro de sí una chispa de interés en el más allá, y reconoce que la humanidad y la creación serían un enigma absurdo sin un concepto de 'creador'.
En el cine hay ahora una película llamada The Way (El Camino), en la que uno de los protagonistas es un conocido actor, Martin Sheen. Quizás la hayan visto. Hace el papel de un padre cuyo hijo distanciado muere mientras recorre el Camino de Santiago de Compostela en España. El angustiado padre decide completar la peregrinación en lugar del hijo perdido. Es el icono del hombre secular: satisfecho de sí mismo, despectivo hacia Dios y la religión, que se definía "ex-católico", cínico frente a la fe... pero, sin embargo, es incapaz de negar que dentro de sí hay un interés irresistible de conocer más allá, una sed de algo más —o alguien más—, que crece en él a lo largo del camino.
Sí, podríamos tomar prestado lo que los apóstoles le dijeron a Jesús en el evangelio del domingo: “¡todos te buscan!” Y te están buscando incluso hoy…
2. Esto me lleva al segundo punto: este hecho nos da una inmensa confianza y el coraje decisivo para cumplir con el sagrado deber de la misión y la nueva evangelización. "No tengan miedo", como suele decirse, es la exhortación más repetida en la Biblia.
Después del Concilio, la buena noticia era que el triunfalismo en la Iglesia había muerto. Pero, por desgracia, ¡también la confianza!
Estamos convencidos, confiados y valientes con la nueva evangelización gracias al poder de la Persona que nos ha confiado esta misión —da la casualidad de que es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad—, y gracias a la verdad de su mensaje y la profunda apertura a lo divino, incluso entre las personas más secularizadas de nuestra sociedad actual.
¡Seguros, sí!
Triunfalistas, ¡nunca más!
Lo que nos mantiene lejos de la arrogancia y de la soberbia del triunfalismo es el reconocimiento de lo que nos enseñó el papa Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi: ¡la Iglesia misma tiene siempre la necesidad de ser evangelizada!
Esto nos da la humildad de admitir que nemo dat quod non habet, que la Iglesia tiene una profunda necesidad de conversión interior, algo medular en la llamada a la evangelización.
3. Un tercer elemento para una misión eficaz es la conciencia de que Dios no sacia la sed del corazón humano con un concepto, sino a través de una persona que se llama Jesús. La invitación implícita en la misión ad gentes y la nueva evangelización no es una doctrina, sino un llamado a conocer, amar y servir —no a algo—, sino a alguien.
Santo Padre, cuando comenzó su pontificado, nos invitó a una amistad con Jesús, expresión con la que Usted ha definido la santidad. Es el amor de una Persona, una relación personal que está en el origen de nuestra fe.
Como escribe san Agustín: «Ex una sane doctrina impressam fidem credentium cordibus ingulorum qui hoc idem credunt verissime dicimus, sed aliud sunt ea quae creduntur, aliud fides qua reduntur» (De Trinitate, XIII, 2.5).
4. Y aquí está el cuarto punto: esta persona, este Jesús de Nazaret, nos dice que Él es la verdad. Por lo tanto, nuestra misión tiene una sustancia, un contenido. A veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, en el quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y al umbral de este Año de la fe, nos encontramos con el reto de combatir el analfabetismo catequético.
Es verdad que la nueva evangelización es urgente, porque a veces el secularismo ha ahogado el grano de la fe; pero esto fue posible porque muchos creyentes no tienen la mínima idea de la sabiduría, la belleza y la coherencia de la Verdad.
Su eminencia el cardenal George Pell, dijo que «no es tan cierto que las personas han perdido la fe, sino que no la tuvieron desde el inicio; y si la había de algún modo, era tan insignificante que podía ser fácilmente arrancada».
Por eso el cardenal Avery Dulles nos ha llamado a una neoapologética, no radicada en discusiones vacías, sino en la Verdad que tiene un nombre, Jesús.
Del mismo modo, cuando el beato John Henry Newman recibió la tarjeta para la nominación al Colegio de Cardenales, advirtió sobre los peligros del liberalismo en la religión, es decir, «la doctrina según la cual no hay ninguna verdad positiva en la religión, en que un credo vale tanto como otro. La religión revelada no es una verdad, sino un sentimiento y una preferencia personal».
Cuando Jesús nos dice «Yo soy la Verdad», dijo también que es «el Camino y la Vida». El camino de Jesús es al interior y a través de su Iglesia, que como una madre santa nos da la Vida del Señor.
«¿Cómo lo habrías conocido a Él si no a través de Ella?», preguntaba De Lubac, haciendo referencia a la relación inseparable entre Jesús y su Iglesia.
Por lo tanto, nuestra misión, esta nueva evangelización, tiene unas dimensiones catequéticas y eclesiales.
Esto nos lleva a pensar en la Iglesia de una manera renovada: a pensar en ella como una Misión en sí misma. Como nos enseñó el beato Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Missio, la Iglesia no tiene una misión, como si la "misión" fuera una cosa entre las muchas que Iglesia hace. No, la Iglesia es una misión, y cada uno de nosotros que confiesa a Jesús como Señor y Salvador debería interrogarse sobre su propia eficacia en la misión.
En los últimos cincuenta años desde la apertura del Concilio, hemos visto a la Iglesia pasar por las últimas etapas de la Contrarreforma y volver a descubrirse como una obra misionera. En algunos lugares esto ha significado un nuevo descubrimiento del Evangelio. En los países cristianos ya ha dado lugar a una reevangelización que abandona las aguas estancadas de la conservación institucional y, como Juan Pablo II ha enseñado en la Novo Millennio Ineunte, nos invita a despegar en pos de una pesca eficaz.
En muchos de los países aquí representados, alguna vez la cultura y el entorno social transmitían el evangelio, pero hoy en día no es así. Ahora, por lo tanto, el anuncio del evangelio —la invitación explícita a entrar en la amistad con el Señor Jesús—, debe estar en el centro de la vida católica y de todos los católicos. Pero en todo momento, el Concilio Vaticano II y los grandes papas que le han dado una interpretación autorizada, nos impulsan a llamar a nuestra gente a pensarse como un despliegue de misioneros y evangelizadores.
5. Cuando era seminarista en el Colegio Norteamericano, todos los estudiantes de teología del primer año de todos los ateneos de Roma fueron invitados a una misa en San Pedro celebrada por el prefecto de la Congregación para el Clero, el cardenal John Wright.
Esperábamos una homilía densa. Pero él empezó pidiéndonos: «Seminaristas, háganme un favor a mí y a la Iglesia: cuando vayan por las calles de Roma, ¡sonrían!».
Por lo tanto, el punto cinco: el misionero, el evangelizador, debe ser una persona alegre. «La alegría es el signo infalible de la presencia de Dios», afirma Leon Bloy. Cuando asumí como arzobispo de Nueva York un sacerdote me dijo «sería mejor si deja de sonreir cuando va por las calles de Manhattan o ¡terminará por hacerse arrestar!»
Un enfermo terminal de sida en la casa Don de la Paz llevada por las Misioneras de la Caridad en la archidiócesis de Washington del cardenal Donald Wuerl, pidió ser bautizado. Cuando el sacerdote le pidió una expresión de fe, murmuró: «lo que sé es que soy un infeliz, y las hermanas en cambio son muy felices, incluso cuando las insulto y les escupo. Ayer finalmente les pregunté la razón de su felicidad y ellas me contestaron "Jesús". Yo quiero a este Jesús para que así yo también pueda ser feliz».
Un verdadero acto de fe, ¿no?
La nueva evangelización se realiza con una sonrisa, no con el ceño fruncido.
La misión ad gentes es, básicamente, un sí a todo aquello que hay de decente, bueno, verdadero, bello y noble en la persona humana.
La Iglesia es básicamente un sí, ¡no un no!
6. Y, penúltimo punto, la Nueva Evangelización, es un acto de amor.
Recientemente le preguntaron a nuestro hermano John Thomas Kattrukudiyil, obispo de Itanagar, en el noreste de la India, el motivo del enorme crecimiento de la Iglesia en su diócesis, que registra más de diez mil conversiones de adultos al año.
«Porque presentamos a Dios como un Padre amoroso, y porque la gente ve que la Iglesia los ama», respondió. «No es un amor etéreo, añadió, sino un amor encarnado en maravillosas escuelas para los niños, clínicas para los enfermos, casas para los ancianos, orfanatos, alimentos para los hambrientos».
En Nueva York, hasta el corazón del más convencido secularizado se enternece cuando visita una de nuestras escuelas católicas de la ciudad. Cuando uno de nuestros benefactores, que se definía como agnóstico, le preguntó a la hermana Michelle, por qué a su edad y con dolores de artritis en las rodillas, seguía trabajando en una escuela hermosa, pero muy exigente, ella respondió: «Porque Dios me ama y yo lo amo y quiero que estos niños descubran este amor».
7. Alegría, amor y... último punto… siento decirlo, la sangre.
Mañana, veintidós de nosotros oirán lo que la mayoría de ustedes ya han oído: «Para la gloria de Dios y en honor de la Sede Apostólica recibe esta birreta, signo de la dignidad cardenalicia, sabiendo que tendrás que actuar con fortaleza hasta el derramamiento de tu sangre: para la difusión de la fe cristiana, la paz y la tranquilidad del pueblo de Dios, la libertad y el crecimiento de la Santa Iglesia Romana».
Santísimo Padre, ¿podría, por favor, saltar lo del "derramamiento de tu sangre" cuando me entregue la birreta?
¡Por supuesto que no! Pero nosotros somos audiovisuales escarlata para todos nuestros hermanos y hermanas que también están llamados a sufrir y morir por Jesús.
Fue Pablo VI quien observó sabiamente que el hombre moderno aprende más de los testigos que de los maestros, y el supremo testimonio es el martirio.
Hoy en día, lamentablemente, tenemos mártires en abundancia.
Gracias, Santo Padre, porque nos recuerda a menudo a aquellos que hoy en día sufren la persecución a causa de su fe en todo el mundo.
Gracias al cardenal Koch, porque cada año llama a la Iglesia a un "día de solidaridad" con los perseguidos por causa del evangelio, y por la invitación a nuestros interlocutores en el ecumenismo y en el diálogo interreligioso a un "ecumenismo en el martirio".
Mientras lloramos a los mártires cristianos; mientras los amamos, oremos con y por ellos; mientras actuamos enérgicamente en su defensa, estamos también muy orgullosos de ellos, nos sentimos orgullosos de ellos y proclamamos su testimonio supremo al mundo.
Ellos encienden la chispa de la misión ad gentes de la Nueva Evangelización.
Un joven de Nueva York me dijo que volvió a la fe católica, abandonada en la adolescencia, después de haber leído ‘Los monjes de Tibhirine’, sobre los trapenses martirizados en Argelia quince años atrás, y al haber visto su historia en el film francés ‘De dioses y hombres’.
Tertuliano no se sorprendería.
Gracias a ustedes, Santo Padre y hermanos, por soportar mi italiano básico. Cuando el cardenal Bertone me pidió que hablara en italiano, estuve preocupado porque yo hablo italiano como un niño.
Pero entonces me acordé de que cuando era un joven sacerdote, recién ordenado, mi primer párroco me dijo mientras iba a enseñar el catecismo a los niños de seis años: «¡Ahora vamos a ver qué hará toda tu teología, y si podrás hablar de la fe como un niño!».
Y quizás conviene concluir simplemente con este pensamiento: tenemos necesidad de decir de nuevo, como un niño, la verdad eterna, la belleza y la sencillez de Jesús y de su Iglesia.
¡Alabado sea Jesucristo!
Cardenal Timothy Michael Dolan, arzobispo de Nueva York
[Traducido del italiano por José Antonio Varela V.]
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