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Un pensamiento que nos parece ofrecer una respuesta adecuada a los retos planteados por la posmodernidad
Se ha dicho que es este un pontificado "a tiempo parcial", por su interés por las ideas. Para Benedicto XVI sin embargo no hay nada más práctico que una buena teoría. Cuando le dijeron que una imagen vale más que mil palabras, respondió: «y una idea más que cien mil imágenes».
Resumiremos en siete puntos las palabras-clave en torno a las que gira su ministerio como obispo de Roma: razón, corazón, (ad)oración, creación, Jesucristo, la Iglesia y la belleza. En estos conceptos se resumen un pensamiento que nos parece ofrecer una respuesta adecuada a los retos planteados por la posmodernidad. Es un "papa para la posmodernidad", y no solo "papa de la razón".
1. Razón. Benedicto XVI es llamado “el papa de la razón”, por su decidida defensa en un mundo algo alérgico a ella. El papa-profesor ha hablado innumerables ocasiones sobre este tema central y decisivo en la sociedad actual. Ha propuesto una “nueva Ilustración” con una nueva razón. Era este el tema expuesto en Ratisbona (y no el islam, tal como algunos entendieron): la necesidad de una razón abierta, “ampliada” al mundo del arte, de la ética, de la religión e incluso de los sentimientos. Esta nueva razón será —como afirmó Walter Kasper— más posmoderna que premoderna.
La fe es también profundamente racional para el papa alemán, ha repetido en numerosas ocasiones. Por eso cabe el diálogo entre ciencia y fe, entre fe y razón. Ya un año antes de ser elegido papa, había acordado con Jürgen Habermas que razón y religión podían curarse recíprocamente de sus respectivas “patologías”. La razón impide —decíamos— que la religión caiga en el fanatismo y el fundamentalismo; la religión evita que una razón puramente técnica produzca atropellos. «Los sueños de la razón producen monstruos», dibujó Goya, como los modernos sueños de la razón moderna de Auschwitz, Hirosima o Chernobyl, subproductos residuales de una razón puramente técnica. Por eso el filósofo alemán llamó a Ratzinger “amigo de la razón”.
2. Corazón: el amor lógicamente es lo primero. La primera encíclica se tituló precisamente Dios es amor, y en ella nos explicó cómo que se usa y abusa de este sagrado término. El eros ha de ser purificado para convertirse en verdadero amor humano y cristiano. Es decir, en agape. Pero también al mismo tiempo —se añadía allí— la caridad ha de incluir el afecto, el cariño, el amor humano. “Dios es cariño”, tradujo un santo del siglo XX la famosa frase de san Juan que da título a la encíclica programática de Benedicto XVI. Eros y agape presentan también así esta mutua complementariedad y circularidad. Recogiendo la crítica de Nietzsche al afirmar que el cristianismo quitaba la alegría de vivir y del amor, el papa alemán hablaba de esa complementariedad entre amor humano y amor divino.
Pero este eros ha de ser purificado, recordaba, a la vez que la caridad necesita también del afecto humano. Esta purificación supondría una auténtica “revolución del amor”, que evitaría caer en los extremos del hedonismo y del espiritualismo. Por otra parte viene a recordarnos que el amor es posible, porque Dios nos ama primero. Es esta también una afirmación revolucionaria en un mundo algo desengañado y desamorado después de tanto experimento. El amor es posible si Dios ama y nos ama, nosotros podemos amar con ese amor “prestado” por el mismo Dios. Tal revolución es posible precisamente porque Dios es amor. Nos ha creado y redimido por amor; nos da un amor que es el suyo. Podemos amar con el mismo corazón de Jesucristo, que dio su vida por todos. Por eso podemos amar. Existe por tanto una continuidad —termina diciendo— entre el amor, la caridad y la santidad, pues esta no sería otra cosa que el amor pleno, el amor total.
3. Creación. Muchos han hablado de las “raíces verdes” de la última encíclica social de Benedicto XVI. En la encíclica social Caritas in veritate ha conseguido conjugar no solo la crisis económica con la imprescindible ética de los negocios, sino también con la ética sexual y la defensa de la vida, la bioética y el respeto al medio ambiente. Juan Pablo II era aplaudido cuando hablaba de cuestiones sociales, y abucheado (no lo olvidemos) cuando hablaba de las morales. Benedicto XVI, con esta visión integradora, pretende presentar unidas todas las facetas de la existencia humana. Por eso es una encíclica global.
Sus alusiones a la ecología y al medio ambiente resultan continuas, y no meramente oportunistas. Tiene su misterio. Para el Ratzinger teólogo la creación constituía un dogma olvidado, del que apenas se hablaba. Deberíamos volver “al principio” (cf. Gn 1,1; Jn 1,1) para deshacer los entuertos infligidos al planeta. Propugna así el papa alemán un ecologismo cristiano, interior y exterior, con unas profundas raíces cristianas en el momento de la creación. Esta creencia en el Creador no es sin embargo una exclusiva cristiana, pues también judíos, musulmanes y otras religiones confiesan este origen divino. Tal afirmación tiene que ver también con su insistencia en la conciencia y en la ley natural, y puede ser un punto de encuentro y de mutuo entendimiento entre personas de diferentes religiones, e incluso con ateos y agnósticos. La corrupción interior produce contaminación exterior, y al revés: la limpieza interna promueve un respeto externo, con los demás y el medio ambiente.
4. (Ad)Oración. Sabe que es el verdadero motor de la Iglesia y de la vida cristiana. Frente al activismo cortoplacista, el papa alemán sabe esperar, pensar y rezar. Pero sobre todo rezar. El activismo es para Ratzinger “la gran bestia negra”: el actuar en la Iglesia actual sin pensar ni rezar. Para él el culto y la oración son también fuentes de la verdad y del ethos cristiano. La mayor parte de los problemas que pudiera tener la Iglesia hoy proceden de la falta de unión a Jesucristo, presente en el Pan y en la Palabra. Es algo de lo que ya habló Juan Pablo II con motivo de los primeros casos de los escándalos de pederastia entre miembros del clero en los Estados Unidos. «Esto nos pasa por descuidar la eucaristía», dijo entonces Juan Pablo II. No era una evasiva.
Aquello ocurrió, en última instancia y con todas sus consecuencias, por haber descuidado el centro de la vida cristiana. La liturgia ha sido uno de los puntos centrales de la teología de Ratzinger, y por ella ha profesado un especial interés desde su infancia. La razón y la liturgia —afirmaba— le metieron en el mundo de Dios; es más, fueron su refugio y su defensa ante la amenaza nacionalsocialista. En su pensamiento, la liturgia ocupa ese lugar central que le corresponde en la Iglesia. La categoría de la “adoración” no es sin más un reducto piadoso, sino un verdadero lugar teológico de donde surgen contínuas inspiraciones para la teología y el pensamiento en general. Y después de rezar, trabajar.
5. Jesucristo al centro. Es esta una afirmación incontrovertible. A pesar de las múltiples ocupaciones en su ministerio, Benedicto XVI no ha renunciado al proyecto personal de escribir su Jesús de Nazaret, que terminó en 2011. Constituye este libro una actividad central como sucesor de Pedro: hablar de Jesucristo. Y hablar de él como Dios y hombre, como el Cristo de la fe y el Jesús de la historia. No es un profeta ni un avatar más de la divinidad, sino el Hijo de Dios hecho hombre. Solo él salva. Esto fue también recordado por Juan Pablo II en el Jubileo del año 2000: junto a la petición de perdón por los pecados de los cristianos, recordó que “Jesús es el Señor”, el Salvador, el único Mediador.
Recordar la centralidad salvífica de Jesucristo no es una ocupación más, sino la misión principal de la Iglesia. El relativismo religioso propone a Jesucristo como un varón egregio, un pacifista o un revolucionario, o bien una persona eminente que toma conciencia de una presunta divinidad. Se cree Dios, y por eso piensa que puede salvar. Otros tantos podrían hacerlo también. Sin embargo, los cristianos han creído y defendido siempre que toda salvación viene de Dios en Jesucristo. Un budista, un musulmán o un animista pueden salvarse, pero siempre en Jesucristo. No en Buda, Mahoma o el Gran Manitú. Solo Jesucristo es el Hijo de Dios, el mismo Dios, como recuerdan de modo constante los evangelios.
6. Iglesia. Frente al conocido lema “Cristo sí, Iglesia no”, el papa Ratzinger quiere recordar que la Iglesia es el cuerpo y la esposa de Cristo. La Iglesia está inseparablemente unida a la persona de Jesucristo. Por eso la Iglesia debería hablar más de él y menos de sí misma y de asuntos clericales. Más santidad y menos burocracia, es la fórmula de Ratzinger para destacar la unidad entre Jesucristo y su Iglesia. De hecho, esta continúa la misión de aquel. Jesucristo mismo se sirvió de su mediación y, por tanto, de los apóstoles, obispos y demás ministros que siguen esta misma línea de continuidad. La apostolicidad de la Iglesia es una de sus notas fundamentales, nos recuerda una y otra vez el papa-teólogo. De manera que hay una continuidad entre Jesucristo, la Iglesia de los apóstoles y la Iglesia actual. Esto nos ofrecerá una clave para el diálogo ecuménico, que consistirá en profundizar en nuestras raíces comunes.
Benedicto XVI está convencido de que la misión de la Iglesia consiste en anunciar a Cristo y en crecer en comunión y cohesión dentro de ella. Así se podrá llevar adelante ese proyecto ecuménico de crecer en unidad en la única Iglesia de Cristo, que desearon intensamente también los papas anteriores. El papa alemán piensa que se debe caminar con pasos lentos pero seguros, como en la ascensión a una montaña. De momento, los resultados le acompañan: con los ortodoxos se ha reemprendido el diálogo ecuménico, y ya son tres las reuniones (Rávena, Chipre, Viena) que han tenido lugar sobre el principal tema que nos separa: el modo de ejercer el primado de Pedro. Mientras tanto, se busca una estrecha colaboración en cuestiones éticas —sobre todo bioéticas— y en la doctrina social.
7. Belleza. Ratzinger ha sido siempre un enamorado de la belleza. Desde su temprana afición a la música, especialmente de la de Mozart, la dimensión estética forma parte de su pensamiento y de su visión de la vida. De hecho, suele ser llamado “el Mozart de la teología” no solo por las aparentes levedad y ligereza de su pensamiento (Ratzinger es más fácil de leer que otros teólogos alemanes), sino también por la profundidad y dramatismo de sus ideas. Mozart como música de fondo. Además, ha afirmado que un teólogo que no tenga sensibilidad estética resulta peligroso. Siempre tiene algo de tiempo para tocar el piano... Para él la belleza no solo es importante para la teología, sino también para la misma vida de la Iglesia.
En esta sociedad posmoderna y algo esteticista, decía Ratzinger, la razón y la belleza presente en el arte cristiano y en la vida de los santos puede ser un testigo de excepción: la mejor tarjeta de presentación para el cristianismo. La inauguración de la Sagrada Familia ha constituido todo un símbolo en este sentido. En Gaudí se encuentran unidas estas dos dimensiones de la belleza cristiana: en primer lugar, como creador de una belleza nueva, moderna y dirigida a la gloria de Dios, tal como aparece en el templo barcelonés; por otra parte, por la belleza presente en la vida de los santos, si el proceso de beatificación del “arquitecto de Dios” llegara a buen puerto. El arte cristiano y la santidad hacen presente la Belleza divina en este mundo.
Estas serían las siete palabras en las que me parece que se podría sintetizar el “programa” del papa actual. Representado todo esto de modo gráfico, vendría a ser algo así: 2 núcleos concéntricos (Cristo y la Iglesia), 4 pilares ontológicos y teológicos (amor, verdad, belleza y esperanza) y 4 referencias y actitudes: razón, corazón, (ad)oración y creación.
Pablo Blanco Sarto
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