El Papa Francisco dio su cordial bienvenida a los participantes en la Plenaria del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización y al Consejo que está trabajando en la preparación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia
Asegurando su “cercanía y apoyo en una tarea tan urgente”, y poniendo de relieve la importancia para la vida de la Iglesia del tema que han tratado: relación entre evangelización y catequesis.
Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas,
me alegra recibiros al final de la Sesión Plenaria que habéis tenido sobre un tema de gran importancia para la vida de la Iglesia, como es la relación entre evangelización y catequesis. Recibo también con gusto a los miembros del Consejo Internacional para la Catequesis, que ya es parte integrante de vuestro Dicasterio. Agradezco a Mons. Rino Fisichella su saludo inicial y, con él, a todo el Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización que ya está metido de lleno en la preparación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Un Año Santo que he confiado a vosotros para que se vea de manera más evidente que el don de la misericordia es el anuncio que la Iglesia está llamada a trasmitir en su obra de evangelización en este tiempo de grandes cambios.
Precisamente esos cambios son una feliz provocación para captar los signos de los tiempos que el Señor ofrece a la Iglesia y que sea capaz −como lo ha sabido hacer en el curso de dos mil años− de llevar a Jesucristo a los hombres de nuestro tiempo. La misión es siempre idéntica, pero el lenguaje para anunciar el Evangelio requiere ser renovado, con prudencia pastoral. Esto es esencial tanto para ser comprendidos por nuestros contemporáneos, como para que la Tradición católica pueda hablar a las culturas del mundo de hoy y ayudarlas a abrirse a la perenne fecundidad del mensaje de Cristo. Los tiempos son un gran reto, que no debemos temer hacer nuestro. En efecto, solo en la medida en que nos hagamos cargo, seremos capaces de ofrecer respuestas coherentes, por estar elaboradas a la luz del Evangelio.
Es eso lo que los hombres de hoy esperan de la Iglesia: que sepa caminar con ellos ofreciendo la compañía del testimonio de la fe, que hace solidarios con todos, en particular con los que están más solos y marginados. ¡Cuántos pobres −también pobres en la fe− esperan el Evangelio que libera! ¡Cuántos hombres y mujeres, en las periferias existenciales generadas por la sociedad consumista y atea, esperan nuestra cercanía y nuestra solidaridad! El Evangelio es el anuncio del amor de Dios que, en Jesucristo, nos llama a participar de su vida. La nueva evangelización es, pues, eso: tomar conciencia del amor misericordioso del Padre para ser también nosotros instrumentos de salvación para nuestros hermanos.
Esa conciencia, sembrada en el corazón de todo cristiano desde el día de su Bautismo, está pidiendo crecer, junto a la vida de la gracia, para dar mucho fruto. Y aquí es donde entra el gran tema de la catequesis como el lugar en el cual la vida de los cristianos madura, porque experimenta la misericordia de Dios. No una idea abstracta de misericordia, sino una experiencia concreta con la que comprendemos nuestra debilidad y la fuerza que viene de lo alto. Es bonito que la oración diaria de la Iglesia inicie con estas palabras: «Dios mío, ven en mi auxilio; apresúrate, Señor, a socorrerme» (Sal 70,2). El auxilio que invocamos es ya el primer paso de la misericordia de Dios con nosotros. Viene a salvarnos de la condición de debilidad en la que vivimos. Y su auxilio consiste en permitirnos captar su presencia y cercanía. Día tras día, tocados por su compasión, también nosotros llegaremos a ser compasivos con todos (Misericordiae Vultus, 14).
El Espíritu Santo, que es el protagonista de la evangelización, es también el artífice del crecimiento de la Iglesia al comprender la verdad de Cristo. Es Él quien abre el corazón de los creyentes y lo trasforma para que el perdón recibido pueda convertirse en experiencia de amor para los hermanos. Y también el Espíritu abre la mente de los discípulos de Cristo para comprender más a fondo el compromiso que se pide y las formas con las que dar profundidad y credibilidad al testimonio. ¡Tenemos tanta necesidad del Espírito, para que abra nuestra mente y nuestro corazón!
La pregunta sobre cómo estamos educando en la fe, por tanto, no es retórica, es esencial. La respuesta requiere valentía, creatividad y decisión para emprender caminos a veces aún inexplorados. La catequesis, como componente del proceso de evangelización, necesita ir más allá de la simple esfera escolar, para educar a los creyentes, desde niños, a encontrar a Cristo, vivo y activo en su Iglesia. Es el encuentro con Él lo que suscita el deseo de conocerlo mejor y seguirlo, para convertirnos en discípulos suyos. El desafío de la nueva evangelización y de la catequesis, por tanto, se juega precisamente en ese punto fundamental: cómo encontrar a Cristo, cuál es el lugar más coherente para encontrarlo y seguirlo.
Os aseguro mi cercanía y apoyo en esta tarea tan urgente para nuestras comunidades. Os confío a la Virgen Madre de la Misericordia para que su apoyo e intercesión os ayuden en esta labor tan comprometida. Os bendigo de corazón y, por favor, os pido que recéis por mí.