En la Audiencia general de hoy, el Santo Padre ha dedicado su catequesis a la diferencia y a la complementariedad entre el hombre y la mujer, en la que se basa la unión matrimonial y familiar, sostenida por la gracia de Dios
Queridos hermanos y hermanas:
La catequesis de hoy está dedicada a la diferencia y a la complementariedad entre el hombre y la mujer. El libro del Génesis insiste en que ambos son imagen y semejanza de Dios. No sólo el hombre, no sólo la mujer, sino también la pareja. La diferencia entre ellos no es para competir o para dominar, sino para que se dé esa reciprocidad necesaria para la comunión y para la generación, a imagen y semejanza de Dios. En esta complementariedad está basada la unión matrimonial y familiar para toda la vida, sostenida por la gracia de Dios. El ser humano está hecho para la escucha y la ayuda mutua.
Para superar las dificultades de esta unión, me gustaría indicar dos puntos que nos comprometen con urgencia: Tenemos que hacer mucho más en favor de la mujer. No sólo para que sea más reconocida, sino para que su voz tenga un peso real, una autoridad efectiva en la sociedad y en la Iglesia.
Segundo punto, me pregunto: si la crisis de fe en el Padre no estará también relacionada con la crisis de la alianza entre el hombre y la mujer. De aquí nace la responsabilidad de la Iglesia y de todos los creyentes de redescubrir la belleza del diseño creador de Dios, que imprime también su imagen en el vínculo del hombre y la mujer.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos venidos de España, México, Argentina, Ecuador y otros países latinoamericanos. Queridos hermanos y hermanas, cuando el hombre y la mujer juntos colaboran con el designio divino, la tierra se llena de armonía y confianza. Que Dios les bendiga. Muchas gracias.
La catequesis de hoy está dedicada a un aspecto central del tema de la familia: el del gran don que Dios hizo a la humanidad con la creación del hombre y de la mujer y con el sacramento del matrimonio. Esta catequesis y la próxima tratarán de la diferencia y la complementariedad entre el hombre y la mujer, que están en el vértice de la creación divina; luego, las dos siguientes, serán sobre otros temas del Matrimonio.
Comenzamos con un breve comentario al primer relato de la creación, en el Libro del Génesis. Ahí leemos que Dios, después de crear el universo y todos los seres vivos, creó su obra maestra, o sea, el ser humano, al que hizo a su imagen: a imagen de Dios lo creó: hombre y mujer los creó (Gen 1,27), dice el Libro del Génesis.
Como todos sabemos, la diferencia sexual está presente en tantas formas de vida de la larga escala de los vivientes. Pero solo en el hombre y en la mujer lleva consigo la imagen y semejanza de Dios: el texto bíblico lo repite hasta tres veces en dos versículos (26-27): hombre y mujer son imagen y semejanza de Dios. Esto quiere decir que no solo el hombre, considerado en sí mismo, es imagen de Dios, ni solo la mujer, considerada en sí misma, es imagen de Dios, sino que también el hombre y la mujer, como pareja, son imagen de Dios. La diferencia entre hombre y mujer no es para la contraposición o la subordinación, sino para la comunión y la generación, siempre a imagen y semejanza de Dios.
La experiencia nos lo enseña: para conocerse bien y crecer armónicamente, el ser humano necesita reciprocidad entre hombre y mujer. Cuando no pasa esto, se ven las consecuencias. Estamos hechos para escucharnos y ayudarnos mutuamente. Podemos decir que, sin el enriquecimiento recíproco en esa relación −en el pensamiento y en la acción, en los afectos y en el trabajo, y también en la fe−, los dos no pueden ni siquiera comprender en profundidad lo que significa ser hombre y mujer.
La cultura moderna y contemporánea ha abierto nuevos espacios, nuevas libertades y nuevas profundidades para el enriquecimiento de la comprensión de esta diferencia. Pero ha introducido también muchas dudas y mucho escepticismo. Por ejemplo, yo me pregunto si la llamada ideología de género no será también expresión de una frustración y resignación, que quiere eliminar la diferencia sexual porque ya no sabe enfrentarse a ella. Sí, ¡corremos el riesgo de dar un paso atrás! ¡Quitar la diferencia es el problema, no la solución! Por el contrario, para resolver sus problemas de relación, el hombre y la mujer deben hablarse más, escucharse más, conocerse más, quererse más. Deben tratarse con respeto y cooperar con amistad. Con estas bases humanas, sostenidas por la gracia de Dios, es posible proyectar la unión matrimonial y familiar durante toda la vida. El vínculo matrimonial y familiar es una cosa seria, y lo es para todos, no solo para los creyentes. Quisiera animar a los intelectuales a no olvidar este tema, como si fuese secundario, por su compromiso a favor de una sociedad más libre y más justa.
Dios confió la tierra a la alianza del hombre y de la mujer: su fracaso agosta el mundo de los afectos y oscurece el cielo de la esperanza. Las señales ya son preocupantes, y las vemos. Me gustaría indicar, entre otros, dos puntos que creo que nos deberían preocupar con más urgencia.
El primero. Es indudable que tenemos que hacer mucho más en favor de la mujer si queremos darle más fuerza a la reciprocidad entre hombres y mujeres. Es necesario, pues, que la mujer no solo sea más escuchada, sino que su voz tenga un peso real, una autoridad reconocida, en la sociedad y en la Iglesia. El mismo modo con que Jesús consideró a la mujer en un contexto menos favorable que el nuestro, porque en aquel tiempo la mujer estaba precisamente en segundo lugar, y Jesús la consideró de una maniera que da una luz potente, que ilumina un camino que lleva lejos, del cual hemos recorrido solo un trocito. Aún no hemos entendido en profundidad cuáles son las cosas que nos puede aportar el genio femenino, las cosas que la mujer puede dar a la sociedad y también a nosotros: la mujer sabe ver las cosas con otros ojos que completan el pensamiento de los hombres. Es una senda que hay que recorrer con más creatividad y audacia.
Una segunda reflexión se refiere al tema del hombre y la mujer creados a imagen de Dios. Me pregunto si la crisis de confianza colectiva en Dios, que nos hace tanto daño y nos enferma de resignación en la incredulidad y en el cinismo, no estará también conectada con la crisis de la alianza entre hombre y mujer. Porque el relato bíblico, con ese gran mural simbólico sobre el paraíso terrestre y el pecado original, nos dice precisamente que la comunión con Dios se refleja en la comunión de la pareja humana, y la pérdida de la confianza en el Padre celestial engendra división y conflicto entre hombre y mujer.
De aquí viene la gran responsabilidad de la Iglesia, de todos los creyentes, y sobre todo de las familias creyentes, para redescubrir la belleza del plan creador que inscribe la imagen de Dios también en la alianza entre el hombre y la mujer. La tierra se llena de armonía y confianza cuando la alianza entre hombre y mujer se vive bien. Y si el hombre y la mujer la buscan juntos, entre ellos y con Dios, sin duda la encontrarán. Jesús nos anima explícitamente a dar testimonio de esa belleza que es la imagen de Dios.
Fuente: vatican.va.
(Traducción de Luis Montoya)
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