Dos grandes manifestaciones “pro-vida” que han alzado su voz en el cementerio europeo
Hace apenas un par de meses, tuvo lugar en Croacia un referéndum al que, quizá, no se le ha dado la importancia que realmente tuvo y tiene.
Los ciudadanos croatas votaron por gran mayoría una petición: que en el texto de la Constitución de su país quedara reflejada, con claridad, y sin posibles equívocos ni interpretaciones, la realidad natural del matrimonio: una unión entre un hombre y una mujer.
Este fin de semana, ha tenido lugar otro referéndum, esta vez en Eslovaquia, y quizá algo más ambicioso. Más de 400.000, el diez por ciento del cuerpo electoral, han promovido esta consulta con peticiones muy claras: que la Constitución dejara bien definido el matrimonio como unión entre un hombre y una mujer.
En la actual Constitución, señalaban que, aunque está en esa línea, puede ser tergiversada, como pasó con la española cuando el Tribunal Constitucional dio aquel parecer contrario a cualquier lógica jurídica, racional y hermenéutica de un texto legal: un parecer vergonzoso para toda la justicia española. Los eslovacos solicitaban, además, que se impidiera legalmente la adopción de niños a parejas del mismo sexo; y que los padres tuvieran reconocido legalmente el derecho de retirar a sus hijos de las escuelas donde les dieran clases de sexualidad contrarias a las creencias y valores de sus padres.
En Eslovaquia, por desgracia, el éxito no ha sido total. El referéndum fue ganado por una mayoría de más del 92 por ciento de los votos. Sin embargo, como los votantes no alcanzaron el 50 por ciento del censo electoral, el resultado no tiene fuerza obligatoria legal.
¿Una derrota? No. Otra llama, otra luz, que se enciende en esta Europa obstinada en suicidarse, destruyendo, “legalmente, con leyes inicuas”, la vida y la familia. Una Europa que desgasta sus fuerzas en discusiones sobre la “libertad de expresión”, y niega la primera y más elemental “libertad de expresión” que es la libertad y el derecho de nacer.
El parlamento europeo desestimó −no hizo ningún caso, para ser más precisos− una petición avalada por más de 2.000.000 de firmas, para poner fin al asesinato de inocentes, el holocausto más sangriento que jamás los hombres hemos perpetrado en el tiempo transcurrido de la historia de la humanidad.
Una masacre, no achacable a dictadores con sistemas totalitarios abyectos, manipuladores, esclavizadores, asesinos, como Stalin, Hitler, Mao, etc., sino a unos parlamentos que amparándose en una mayoría de 20, 30, cuarenta votos, deciden la mayor matanza de inocentes que la mente humana haya perpetrado.
La croata y la eslovaca han sido dos grandes manifestaciones “pro-vida” que han alzado su voz en el cementerio europeo, en el afán de despertar del sueño de la muerte a tantas personas engañadas por panfletos, propaganda, que se obstinan en negar a los demás una libertad que tratan de monopolizar para ellos mismo.
¿Batalla inútil la de “pro-vida”, “pro-familia”, “pro-educación no manipulada”, que ha comenzado a entablarse en Europa?
No, ciertamente. Es la única batalla que puede impedir a Europa beber las pastillas que le provocarían el suicidio. O mejor, es la batalla que hará florecer en los países europeos una nueva vitalidad, una nueva cultura, una nueva vida cristiana.
Europa no se construirá a base de los acuerdos que puedan llegar a realizar entre las potencias para evitar conflictos como los de Ucrania, los que antes surgieron en los Balcanes, o los que podrían aparecer si los rusos quisieran apropiarse otra vez de los países bálticos, o de otros territorios limítrofes.
Europa comenzará a creer en ella misma, cuando se cierre la última clínica abortista con licencia estatal. Y esto será posible si las llamas, las luces, que el pueblo ha encendido en Croacia, en Eslovaquia, se multiplican por toda Europa.
Ernesto Juliá Díaz
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