ABC Familia (Entrevista de Laura Peraita)
Es una exigencia inaplazable que la temática de la familia empiece a descansar menos en bases ideológicas y más en el reconocimiento de hechos objetivos…
El Instituto de Ciencias para la Familia es el Centro en la Universidad de Navarra dedicado específicamente a la investigación científica del matrimonio y de la familia. Javier Escrivá, su director, es uno de los grandes conocedores de la realidad de la familia española y ha percibido los cambios que se están dando en la actualidad.
Aparentemente, ¿no choca unir las palabras Ciencias y Familia?
Al contrario, el matrimonio y la familia son realidades fundamentales de la persona humana y de la sociedad, repletas de interés teórico y práctico. La idea fundacional del Instituto descansa en el convencimiento de la necesidad y utilidad de dar una respuesta científica, rigurosa y bien fundamentada a los múltiples temas y problemas que el matrimonio y la familia tienen en el mundo, en las culturas y en la vida concreta de las personas singulares.
¿Están percibiendo los cambios que hay en el concepto de familia?
Sin duda, el cambio ha sido radical y no solo del Derecho de familia, sino principalmente de las concepciones sociales imperantes acerca de la familia, y de su misma configuración sociológica. Ha cambiado la familia, han cambiado las ideas sobre la familia, ha cambiado la política legislativa en relación con la familia, han cambiado las leyes sobre la familia.
¿Este cambio ha sido espontáneo o ha sido provocado?
No creo que haya sido espontáneo, más bien ha sido impulsado por políticas muy concretas, encaminadas a provocar el cambio a través de la legislación. Y en concreto a través de la transformación del Derecho de familia. Y no debemos olvidar que las leyes no son inocuas, por muy contestadas que estén, acaban construyendo una modalidad.
Hoy parece que el término “matrimonio” sirve para aludir a cualquier tipo de convivencia.
Efectivamente, las reformas legales a las que hemos asistido en los últimos años, y que se han denunciado desde los más diversos foros, han ido vaciando el concepto de matrimonio hasta el punto de convertirlo en una caja vacía donde cualquier relación es posible: un simple juego de combinatoria. Pues bien, si todo es matrimonio, al final nada es matrimonio.
Sin embargo, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), la familia es la institución más importante y mejor valorada por los ciudadanos.
La verdad es que el resultado sorprende un poco, porque viendo las políticas llevadas a cabo en los últimos tiempos cualquiera podría pensar lo contrario. Pero efectivamente, pese a todo, la mayoría de los encuestados consideran que la familia es lo más importante en su vida, siguen teniendo interés en casarse y no consideran que el matrimonio esté superado. Aunque la opinión sobre las nuevas formas de convivencia está muy dividida.
Entonces ¿podemos afirmar que en el futuro de la familia hay más luces o sombras?
La familia, frente a los agoreros del siglo pasado, está más viva que nunca. Es más, puede que estemos entrando en la edad de oro de la familia: hoy existe una conciencia más clara de la libertad personal, una mayor atención a la calidad de las relaciones interpersonales en el matrimonio, a la promoción de la dignidad de la mujer, a la procreación responsable, a la educación de los hijos, la familia tiene mayor conciencia de su responsabilidad en la construcción de una sociedad más justa... No pretendo ocultar ni negar las disfunciones de la familia actual, ni el crecimiento del número de divorcios y de separaciones. Pero una cosa son las disfunciones, que como las patologías, muestran el incumplimiento o el abuso de una función que es buena y positiva; y otra que la familia en sí sea, como algunos sostienen, una institución negativa y que, como un tumor, deba de ser extirpado o eliminado.
¿Qué consecuencias acarrean las rupturas familiares?
Por desgracia el número de divorcios en España crece y eso no es una buena noticia, ni para los que se divorcian ni para la sociedad. El divorcio es la constatación de un fracaso, con frecuencia doloroso, con un fuerte impacto emocional tanto en los esposos como en los hijos. Pero el divorcio no solo supone la separación de dos personas que hasta ese momento habían vivido juntas, sino también la brusca interrupción de sus relaciones personales, la modificación de sus respectivos estilos de vida, de las relaciones con sus hijos, de sus respectivas familias políticas, de las relaciones económicas, etc. Por tanto el divorcio no es solo un problema personal, sino también social, importante y grave.
¿Deberían cambiar los comportamientos políticos y sociales frente a la familia?
Si, y lo primero que debemos entender es que el matrimonio y la familia no son una cuestión meramente cultural, ideológica o política. El origen de la familia está más allá de cualquier ideología o debate. Y es una exigencia inaplazable que la temática de la familia empiece a descansar menos en bases ideológicas y más en el reconocimiento de hechos objetivos como, por ejemplo, en la responsabilidad de las familias en la educación de los niños; en la importancia de la familia como primer núcleo de solidaridad entre las generaciones; en el papel económico y asistencial de la familia; en el justo deseo de la mujer de lograr el pleno acceso a la vida social; etc.
¿No le parece que el discurso educativo se ha hecho pesimista y dramático?
Aunque no faltan razones para la queja, es exagerado hablar de la educación en términos tan apocalípticos. Debemos recuperar una actitud más optimista, animosa y activa. Tenemos los medios, tenemos los conocimientos y tenemos las oportunidades de educar bien, y solo nos falta la decisión de hacerlo. ¿Quién tiene la culpa? Un poco todos. Hemos fallado los padres, por nuestro permisivismo, dejación de deberes y falta de ejemplo. Ha fallado la sociedad, en los valores que transmite: consumismo, materialismo, relativismo, moral del éxito a cualquier precio y acceso al placer, efímero y sin compromiso, entre los cuales no está presente la cultura del esfuerzo, ni de la responsabilidad, ni de la solidaridad, ni la del bien común. Si la culpa es de todos, todos tenemos parte de la solución. ¿Acaso no son nuestros hijos lo más importante?
¿Qué opina de la teoría del “yo antes que padre soy amigo de mis hijos”?
Lo primero que se le puede contestar es que “si usted en vez de padre quiere ser amigo de sus hijos, sus hijos se acaban de quedar huérfanos”. Los padres están en la posición de maestros, de guías y no en una posición de igualdad que es la que caracteriza a las amistades. Una amistad verdadera entre un padre y un hijo no será posible hasta que el hijo sea adulto… Antes, el niño necesita algo mucho más importante: ¡Necesita unos padres!
¿Cómo ve el futuro?
El fututo de la sociedad pasa por la familia. Quien quiera que se comprometa con el mañana de forma realista y eficaz ha de ser consciente de que la empresa más importante a llevar a cabo tiene por objeto la familia. Nos encontramos ante un reto muy simple y muy complejo a la vez, un reto que nos convoca a todos y no excluye a nadie: ¿cómo acompañar a las nuevas generaciones en el descubrimiento de la realidad matrimonial y familiar?, porque la forma en que una civilización afronta el hecho matrimonial y familiar en el horizonte de la vida es un criterio decisivo de su respeto por el hombre.
Con el aumento de la esperanza de vida también se han incrementado las generaciones que conviven.
Desde luego, la convivencia de hasta cuatro generaciones es una oportunidad única de la que, por desgracia, no gozaron las generaciones anteriores. Es un hecho radicalmente nuevo y con unas consecuencias sociales, políticas y económicas nuevas, sobre todo en el contexto de la llamada “sociedad del bienestar”. Pero a nivel interno también supone un gran enriquecimiento ya que motiva distintas modalidades de comunicación, de convivencia y de afecto interpersonales.
Y también tendrá unas consecuencias económicas.
A la familia se la utiliza como “colchón de la crisis”. Por un lado, los jóvenes permanecen en los hogares paternos a edades en que deberían estar fundando sus propios matrimonios; y también se acoge a los hijos cuyo matrimonio ha fracasado. Por otro, los mayores, con pensiones que cada vez rinden menos, son acogidos por la solidaridad familiar. Aquí es cuando nos preguntamos en qué medida el Estado puede garantizar la salida de la crisis al margen o contra la familia.
¿Los gobiernos legislan contra las familias?
No en contra directamente, pero los gobiernos y los mercados han desarrollado políticas de tratamiento segmentado de los miembros de la familia, estimulando conductas independientes y diferenciadas entre jóvenes, mujeres, varones adultos, tercera edad... rompiendo la estructura unitaria de la familia como ámbito de orientación en la política y en el consumo.
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