L´Osservatore Romano (Entrevista de Gianluca Biccini)
Ya se está dirigiendo hacia Brasil la gran cruz de madera que siempre precede a las ‘JMJ’, como un arado que prepara el terreno para la siembra
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La Jornada mundial de la juventud ya está en obras. Lo sabe muy bien el cardenal Stanisław Ryłko, ya proyectado hacia la próxima cita en Río de Janeiro en el año 2013.
Respondiendo a las preguntas de nuestro periódico, el presidente del Consejo pontificio para los laicos subraya el gran trabajo preparatorio que acompaña normalmente el tiempo que separa la celebración de estos grandes eventos eclesiales “siempre nuevos”. En efecto, sería un error considerarlos repetitivos, pues expresan —explica el purpurado— la continua novedad del Evangelio y, al mismo tiempo, “la continuidad de la Iglesia”.
El cardenal conoce bien todos los mecanismos que se mueven en torno a estas celebraciones, al haber sido jefe de oficina de la sección de jóvenes en los encuentros de Santiago de Compostela en 1989, Częstochowa en 1991 y Denver en 1993; luego secretario, desde 1995; y, por último, desde 2003, presidente del dicasterio vaticano para los laicos.
El camino desde Madrid 2011 hasta Río de Janeiro 2013 es largo.
Sí, pero el tiempo apremia. Por eso ya comenzamos a trabajar en Madrid. Ya tuve un primer encuentro con el arzobispo de la ciudad carioca y con una representación de la Conferencia episcopal nacional. Hemos fijado una agenda para las próximas citas. Mientras tanto, ya se está dirigiendo hacia Brasil la gran cruz de madera que siempre precede a las JMJ, como un arado que prepara el terreno para la siembra. Llegará a la archidiócesis de Sao Paulo y desde allí iniciará la peregrinación por las 274 diócesis del país, en el arco de los dos años de preparación para el evento.
Así pues, ¿un desafío pastoral continuo?
El objetivo de toda JMJ es construir puentes entre el evento extraordinario de los encuentros internacionales con el Papa y la celebración en la vida ordinaria y concreta de los jóvenes que viven en la realidad actual. En este terreno se mide la calidad de la pastoral juvenil.
¿Desde dónde se debe comenzar?
Es muy importante insistir en que, cuando se apagan los reflectores y todo vuelve a la normalidad diaria, es preciso dar un seguimiento a las JMJ en la pastoral ordinaria. En los encuentros de Madrid se realizó una siembra grandiosa gracias a la presencia y a la palabra tan penetrantes de Benedicto XVI. Pero ahora llega el tiempo de la cosecha, de las verificaciones: debemos controlar cómo se ha recibido y cultivado en las realidades locales lo que hemos invertido a nivel de Iglesia universal. Sobre todo los jóvenes que han optado por la vida consagrada o sacerdotal merecen un acompañamiento especial, para que su vocación no sea fuego de paja.
¿Qué comporta la experiencia vivida en Madrid?
Sobre todo el clima de espiritualidad del vía crucis en la plaza de Cibeles. La representación de la Pasión de Cristo en las JMJ no es algo accesorio. Al contrario, debe ser un catalizador, porque es necesario que los jóvenes se encuentren con Jesús. Muchos de ellos, por lo demás, han intuido ya desde hace varias ediciones que uno de los lugares donde eso puede acontecer es en el misterio pascual. De aquí la importancia del vía crucis, y en la edición de este año era muy evidente la simbiosis entre la tradición y la actualidad. Fue un momento verdaderamente fuerte de la JMJ de Madrid, porque condensó en sí dos aspectos: por una parte, las imágenes de los pasos tan elocuentes y las palabras de las meditaciones que los acompañaban hicieron revivir el misterio pascual de Cristo en el hoy de un joven del tercer milenio; y, por otra, el canto y la música verdaderamente impresionantes, síntesis maravillosa entre palabra, imágenes y jóvenes, que se vieron literalmente involucrados en este misterio.
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