El Mundo (Entrevista de Ana Romero)
Joseph Halevi Horowitz Weiler es un hombre peculiar, extraordinario casi. Un judío errante que nació en Sudáfrica y ha vivido en Israel, el Reino Unido, Italia y EEUU.
«Nunca he estado más de 10 años en un mismo sitio», afirma Joseph Weiler con una voz extrañamente parecida a la de Leonard Cohen. Sus pobladas cejas le confieren un aspecto fiero que se esfuma al hablar: su sentido del humor supera al entrecejo.
Hijo y nieto de rabinos, por sus venas corre sangre de sionistas polacos y rusos. Su madre nació en el Congo belga y se educó en un convento católico, «¡donde decía Moisés en vez de Jesús!». Dirigió una unidad de 11 tanques en Israel, y ahora da clases en la Universidad de Nueva York.
Está considerado como uno de los mayores expertos del mundo en la Unión Europea, pero su pasión es la literatura. «Mi mejor libro es una novela», afirma en referencia a Der Fall Steinmann, un bestseller en Amazon. Ahora prepara la segunda: «La literatura es el acceso más profundo a la condición humana, por eso la amo».
Esta entrevista empezó en Pamplona, donde fue investido doctor honoris causa por la Universidad de Navarra, y terminó en Madrid. En medio, varios correos sobre su querida Europa. El miércoles por la noche, un día antes del baile griego, supo adelantarse a los pasos de Yorgos Papandreu.
Es usted un ciudadano del mundo con una fuerte identidad judía. ¿Por qué le resulta tan importante el aspecto religioso?
Hay varias respuestas a esa pregunta. Una es la familia en la que crecí. Otra, que perdí a dos hermanos defendiendo al pueblo judío. ¿Y quién soy yo para romper un contrato de 5.000 años? Le hice la circuncisión a mi segundo hijo con mis propias manos.
Un judío practicante como usted recibe un doctorado honoris causa de una universidad del Opus Dei. ¿Cómo se explica?
Me respetan por mis escritos legales. ¿Por qué deben discriminar en función de la religión? Por la misma razón podría preguntarme por qué la laica University College (Londres) me dio un doctorado. Dice mucho de estas universidades.
¿Y cómo pudo un judío practicante defender el uso de los crucifijos en los colegios italianos?
No lo hice como judío, sino como constitucionalista practicante. La pregunta, en un sentido profundo, es ofensiva. Digamos que a un pobre niño cristiano lo atropella un coche, y que soy un médico. ¿No lo ayudaría porque soy judío? Pues esto es lo mismo. Una injusticia. De la misma manera que yo pensé que era ridículo no mencionar las raíces cristianas de Europa en el preámbulo de la Constitución Europea cuando sí se cita a Tucídides o la tradición humanista. Es ridículo porque más de la mitad de los europeos viven en países cuyas constituciones sí mencionan a Dios.
¿Por eso aceptó representar a Italia y a otros siete estados ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos?
Cuando veo algo que está mal, me opongo. Cuando vi el caso Lautsi (la madre finlandesa que pidió la retirada del crucifijo en el aula de su hijo en Italia) me indigné. Me pareció totalitario. No se puede pretender que toda Europa sea igual. Los estados se defendieron mal: dijeron que la cruz no era un símbolo religioso. Y lo es, claro que lo es. Yo lo defendí, además, pro bono.
¿Por qué?
Porque de lo contrario, todos los blogs del mundo habrían dicho que ese judío, por dinero, es capaz de defender hasta la cruz. Lo hice porque me pareció una decisión ridícula: Europa no es sólo Francia, es también el Reino Unido, y allí el himno nacional es una canción religiosa y el jefe de Estado es también el jefe de la Iglesia. Recibí mil correos electrónicos. La mitad me insultaba porque el hijo de un rabino defendía la cruz. La otra mitad, por defenderla. Mi respuesta fue la misma: no defendí la cruz, defendí el derecho de Francia a ser Francia y del Reino Unido a ser el Reino Unido.
En España ha habido casos de niñas musulmanas a las que no se les ha dejado ir con ‘hiyab’ al colegio en función de la libertad del centro.
Eso para mí es discriminación motivada por islamofobia. ¿Un niño judío no podría llevar una kipá o uno cristiano una pequeña cruz en el cuello? Es discriminatorio que los padres no creyentes puedan mandar a sus hijos con una camiseta del Che Guevara pero los creyentes tengan que abstenerse de símbolos religiosos.
¿Hay que respetar entonces a un Gobierno islámico que imponga la ‘sharia’?
Claro que no. El tipo de democracia en el que creemos no significa que lo que vote la mayoría sea democrático. Hitler fue elegido democráticamente. Definimos la democracia en su dimensión constitucionalista, como protectora de los derechos humanos, la igualdad, el pluralismo. En una democracia liberal, la mayoría está constreñida por el constitucionalismo. Si en España sólo se pudiera ser cristiano y no judío, eso no sería democrático, porque es inconstitucional. Aunque lo quisiera la mayoría. Una tiranía de muchos es igual que la de un solo dictador, y un país donde se aplica la sharia no puede ser denominado democracia. Aunque lo quiera el 100% de la población.
¿Ocurriría lo mismo con la ‘halajá’ (la ley talmúdica que aplican los fundamentalistas judíos)?
Absolutamente. Aunque el 100% de los israelíes quisiera aplicar la halajá, Israel no podría denominarse una democracia.
¿Cómo acabará el conflicto que enfrenta a judíos y palestinos?
Si fuera realmente sabio, no diría nada. Es un conflicto muy difícil en el que se mezclan lo moral, lo legal y lo político. En 1982 ya escribí un libro diciendo que los palestinos tienen derecho a disfrutar de un Estado en Palestina. Me opongo a los asentamientos, y creo que Jerusalén debe ser la capital de ambos. Aun así, soy pesimista. Ya no creo en la paz por territorios. Pienso que incluso después de tener su Estado los palestinos seguirán queriendo matarnos.
¿Cree en el derecho al retorno de los palestinos?
Claro que no. Israel es el derecho del pueblo judío a la autodeterminación. Puede haber una minoría árabe, pero si vuelven todos los refugiados ya no sería el Estado del pueblo judío. En la Historia han ocurrido antes estos movimientos de población: un millón y medio de judíos fueron expulsados de países árabes. Creo que históricamente Israel ha intentado de verdad tener paz con sus vecinos árabes. Mire la Declaración de Independencia del 15 de mayo de 1948: Israel acepta la partición.
A caballo regalado no le mires el diente: los británicos dividieron el territorio entre judíos y palestinos. Ellos estaban allí antes.
Según su lógica, los palestinos nunca pierden su derecho al retorno, de modo que nosotros tampoco. Por eso hay que dividir. Cuando dos pueblos creen que tienen derecho a algo, hay que llegar a un compromiso.
¿Cómo surgió su interés por Europa?
La historia de la integración europea es una idea noble. Es increíble, no tiene precedentes. Francia y Alemania matándose durante 200 años y fueron capaces de mirar al futuro sin acordarse del pasado. Lo que yo hice de novedoso es desarrollar la teoría de la integración europea combinando el Derecho, la política, las ciencias sociales y lo humano. Porque a mí lo que realmente me interesa es la condición humana.
¿Cómo se aplica esa condición a la integración europea?
En mi último artículo, Valores y virtudes, demuestro que la integración europea corrompe las virtudes necesarias para defender sus valores. La virtud es una característica de la personalidad y el valor es algo en lo que se cree. Así, Europa pone al individuo en el centro, pero lo convierte en el ser más egocéntrico, más egoísta del mundo. La crisis del euro lo está demostrando. El hombre de la calle en Alemania no quiere ayudar a los griegos.
¿Va a desintegrarse Europa?
No. Pase lo que pase, la Unión Europea no va a desintegrarse. La vida de algunas personas puede desintegrarse, pero nunca la Unión. De la misma forma que Francia no desaparecerá aunque tenga una crisis financiera. El euro puede explotar, pero eso no acabará con la Unión Europea. Pero déjeme decirle que el euro también va a sobrevivir.
El fiasco del referéndum griego nos puso al borde del precipicio.
Hay que distinguir entre el problema de raíz y las consecuencias en la superficie. En la raíz, Europa no sólo vive una dramática crisis monetaria, sino también una de legitimidad que está empezando a hervir. Cualquier solución estructural a la crisis comunitaria, como los eurobonos, pasa no sólo por la transferencia de recursos de los más ricos a los más pobres sino también por el compromiso social y la solidaridad humana que implica esa transferencia. Hace tiempo que Europa perdió ese tipo de sustento social. El ideal ha desaparecido y los europeos se enfrentan no al éxito, sino a un fracaso que les da miedo. Las instituciones de Gobierno están fallando: el Parlamento Europeo está ausente en este drama. Incluso el Consejo Europeo ha delegado toda su autoridad no en Van Rompuy o en Barroso, sino en el presidente Merkozy, que piensa en Francia y en Alemania mientras predica Europa.
Europa ha villanizado a Papandreu.
A voz de pronto, Papandreu merece mi admiración por su sentido de Estado. El referéndum era una medida valiente para responsabilizar al pueblo de su compromiso y de los años de austeridad y de sacrificio que le queda por delante. Sí, Papandreu no informó al presidente Merkozy antes de hacer el anuncio. ¡Bravo! La arrogancia de los mellizos Merkozy es ya insufrible, tanto como su hipocresía. Lo que le preocupa a Sarkozy sobre todo en este mundo es el rating triple A de Francia y sus posibilidades electorales en 2012. Y Merkel espera (correctamente) que todos respetemos sus exigencias de política interna; su juicio de cómo movilizar a su pueblo, y los requerimientos de la democracia alemana. Pero de los griegos, Merkozy esperan un inmediato "¡Sí, señor!" y "¡Gracias, señor!". En el fondo, creo que ellos hubieran querido que los griegos votaran que no y quitarse el dolor de cabeza de encima. Salir del euro es un juego asimétrico: el caos monetario sería infinitamente mayor en el Estado que se va que en el resto de la Eurozona.
¿Y la marcha atrás que dio el jueves Papandreu?
En Rebelión en la granja, George Orwell acuñó un aforismo inmortal: todos son iguales, pero unos son más iguales que otros. Tristemente, esto es verdad en la Unión en sus momentos de crisis. Cuando el pueblo de Irlanda o de Dinamarca vota contra el Tratado, se les pide que voten otra vez. Cuando los franceses o los holandeses lo hacen, el Tratado desaparece. Tristemente, Papandreu finalmente se quebró bajo la presión combinada de los mercados y la de esos que son más iguales que otros. Él ha puesto en juego su legado de una forma que Merkozy nunca haría.
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