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El Santo Padre pone de relieve que la fe cristiana no es un puro sentimiento que podría aislarnos de los demás y del mundo; antes al contrario, es el único camino para encontrar y comunicar la vida verdadera y bella
La Carta apostólica ‘Porta fidei’ (11-X-2011), mediante la que se convoca el Año de la Fe, es una invitación a vivir la fe, conocer sus contenidos y comunicarla a otros, como puerta y camino hacia la vida en plenitud. En ese documento cabe señalar tres pasos.
Vivir la fe: conversión y evangelización
Primero, redescubrir la fe, en todas sus dimensiones, para poder ser testigos de Cristo. La fe es una puerta que Dios abre para introducirnos en su vida íntima, a través de la Iglesia (n.1). Esta vida es la única vida plena para el hombre. Actualmente la «profunda crisis de fe» pide redescubrir la fe cristiana de manera nueva, para poder dar un testimonio coherente de Cristo. La guía segura para esa profundización es el Concilio Vaticano II: «la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX» (Juan Pablo II) (cf. nn. 1-5).
El testimonio cristiano pide ante todo la conversión personal, que lleva a implicarse en la nueva evangelización, es decir, en transmitir o comunicar la fe a otros. «La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos» (n. 7).
Como consecuencia, «redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año» (n. 9).
Aquí se subrayan dos aspectos de la fe: los contenidos de la fe (expresados en el Credo) y el acto de fe. La fe personal comienza con el acto de fe (la decisión y el asentimiento a Dios), que es movido por la gracia de Dios. No basta conocer los contenidos de la fe, sino que se requiere “abrir el corazón” (cf. Hch 16, 14), para aceptar lo que la fe propone.
La fe tiene consecuencias para la inteligencia y para la vida social: lleva a «comprender las razones por las que se cree» y «exige también la responsabilidad social de lo que se cree». No es algo puramente privado e individual: «la misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia» (n. 10). (En efecto, el cristiano que cree se incorpora al Cuerpo o la familia de los creyentes). Esto no es obstáculo para que quien busca sinceramente la verdad, aunque todavía no tenga la fe cristiana, posea ya un “preámbulo” de la fe.
Conocer la fe: el Catecismo de la Iglesia Católica
Segundo: por ser la Iglesia el primer “sujeto” de la fe, el Catecismo de la Iglesia Católica es, en nuestro tiempo, una referencia esencial para conocer y hacer vida los “contenidos” de la fe. «Subsidio precioso e indispensable», «uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II», fue entregado por Juan Pablo II a la Iglesia «como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial» (Const. ap. Fidei depositum).
En este horizonte, «el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados de modo sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica». En él se ofrece «una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe». En las distintas partes de su estructura, íntimamente relacionadas, lo que presenta el Catecismo «no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia»: Cristo (cf. n. 11).
Por tanto, Benedicto XVI espera que el Catecismo sea un apoyo para la fe en el momento actual, que «reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos», ayudando a mostrar que no hay conflicto entre la fe y la verdadera ciencia (cf. n. 12).
Comunicar la fe: el testimonio cristiano del amor
Tercero y último, el testimonio cristiano se centra en el amor, fruto y prueba de la fe (cf. St 2, 14-18). Repasa el Papa «la historia de nuestra fe» a partir de Jesucristo, inicio y consumación de la fe (cf. Hb 12, 2), y de la respuesta de María, de los apóstoles y demás discípulos, los mártires y todos aquellos llamados «a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban» (n. 13).
Señala Benedicto XVI: «La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino». La fe es lo que nos permite distinguir en los necesitados el rostro de Cristo (Mt 25, 40). Es esta fe, arraigada y edificada en Cristo y en su Cruz (cf. 1 P 1, 6-9), y manifestada con obras, la que se transmite mediante el testimonio coherente de los cristianos. Es esto lo que el mundo necesita de los cristianos: «Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin» (n. 15).
En definitiva, con esta carta, Benedicto XVI pone de relieve que la fe cristiana no es un puro sentimiento que podría aislarnos de los demás y del mundo; antes al contrario, es el único camino para encontrar y comunicar la vida verdadera y bella. La fe, que es primero un don de Dios, transforma la propia vida, impulsa a la razón y lleva a ponerse al servicio de todos. Porque interpela a la razón y da sentido a la vida, la fe pide conocer (¡estudiar!) sus contenidos y ser vivida con autenticidad. La fe es vida y conocimiento, impulso y resplandor, oferta libre y aventura de plenitud.
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
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