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¿Qué es la Iglesia y cuál es su misión? En el Olympiastadion de Berlín, Benedicto XVI lo ha explicado partiendo de la parábola de la vid y los sarmientos
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La Iglesia: comunidad de vida con Cristo
Los sarmientos pertenecen a la vid, y, por eso mismo se pertenecen unos a otros. Esto «no entraña un tipo cualquiera de relación teórica, imaginaria, simbólica», sino en cierta manera «un pertenecer a Jesucristo en sentido biológico, plenamente vital». Y es que «la Iglesia es esa comunidad de vida con Él y de uno para con el otro, que está fundada en el Bautismo y se profundiza cada vez más en la Eucaristía». Por tanto «Yo soy la verdadera vid» significa realmente: «Yo soy vosotros y vosotros sois yo».
Un día, camino de Damasco, para apresar a los cristianos, Jesús detuvo a Saulo y le preguntó: «¿Por qué me persigues». Y Saulo entendió que quien persigue a Jesús, persigue a los cristianos, que forman una realidad viva, un solo cuerpo con Él. En Alemania, donde se originó la Reforma protestante y actualmente se produce una gran descristianización, donde los católicos son minoría, el Papa traduce directamente lo que le pasó a Saulo: «Por tanto, es Jesús quien sufre las persecuciones contra su Iglesia. Y, al mismo tiempo, no estamos solos cuando nos oprimen a causa de nuestra fe. Jesús está con nosotros». La Iglesia es la comunión de vida con Cristo.
La misión de la Iglesia
Jesús dice: «Yo soy la vid verdadera, y el Padre es el labrador» (Jn 15, 1) que poda los sarmientos para que den fruto y elimina los que están secos. Esto significa, según el Papa, que «Dios quiere arrancar de nuestro pecho el corazón muerto, de piedra, para darnos un corazón vivo, de carne» (cf. Ez 36, 26). Cristo ha venido para darnos vida y fuerza a nosotros, débiles y pecadores (cf. Lc 5, 31s). Por eso el Concilio Vaticano II llama a Iglesia "sacramento universal de salvación" (LG 48) (es decir, signo e instrumento de salvación). Esta es, resume Benedicto XVI, «la verdadera y gran misión de la Iglesia, que le ha sido confiada por Cristo».
No todos entienden la naturaleza de la Iglesia y su misión. Algunos —continúa— la miran quedándose en su apariencia exterior; la consideran «únicamente como una organización más en una sociedad democrática, a tenor de cuyas normas y leyes se juzga y se trata una figura tan difícil de comprender como es la 'Iglesia'. Si a esto se añade también la experiencia dolorosa de que en la Iglesia hay peces buenos y malos, grano y cizaña, y si la mirada se fija sólo en las cosas negativas, entonces ya no se revela el misterio grande y profundo de la Iglesia».
De esa visión no brota ya la alegría de pertenecer a esta vid: «La insatisfacción y el desencanto se difunden si no se realizan las propias ideas superficiales y erróneas acerca de la 'Iglesia' y los 'ideales sobre la Iglesia' que cada uno tiene». Y surge la tentación de separarse de la vid, con el resultado de quedar seco y ser destinado al fuego (cf. Jn 15, 6). Una opción de dramáticas consecuencias. (En Alemania muchos han tomado el camino de la apostasía, separándose de la Iglesia).
Permanecer en la Iglesia es permanecer con Cristo
En cambio, el que permanece con Cristo bebe del agua viva y se fortalece: «En cualquier necesidad y aridez, Él es la fuente de agua viva, que nos nutre y fortalece. Él en persona carga sobre sí el pecado, el miedo y el sufrimiento y, en definitiva, nos purifica y transforma misteriosamente en vino bueno. En esos momentos de necesidad nos sentimos a veces aplastados bajo una prensa, como los racimos de uvas que son exprimidos completamente. Pero sabemos que, unidos a Cristo, nos convertimos en vino de solera. Dios sabe transformar en amor incluso las cosas difíciles y agobiantes de nuestra vida».
Así pues, «lo importante es que permanezcamos en la vid, en Cristo». Nota el Papa que, en ese breve pasaje, el evangelista destaca la palabra permanecer una docena de veces. Y añade Benedicto XVI: «En nuestro tiempo de inquietudes e indiferencia, en el que tanta gente pierde el rumbo y el fundamento; en el que la fidelidad del amor en el matrimonio y en la amistad es frágil y efímera; en el que desearíamos gritar, en medio de nuestras necesidades, como los discípulos de Emaús: “Señor, quédate con nosotros, porque anochece (cf. Lc 24, 29), porque las tinieblas nos rodean”; el Señor resucitado nos ofrece aquí un refugio, un lugar de luz, de esperanza y confianza, de paz y seguridad. Donde la aridez y la muerte amenazan a los sarmientos, allí en Cristo hay futuro, vida y alegría».
Como contenido central de su explicación, subraya el Papa alemán: «Permanecer en Cristo significa, como ya hemos visto, permanecer también en la Iglesia. Toda la comunidad de los creyentes está firmemente unida en Cristo, la vid. En Cristo, todos nosotros estamos unidos. En esta comunidad, Él nos sostiene y, al mismo tiempo, todos los miembros se sostienen recíprocamente. Ellos resisten juntos a las tempestades y se protegen mutuamente. Nosotros no creemos solos, sino que creemos con toda la Iglesia».
"El don más bello de Dios"
Y retomando desde el principio su explicación, recuerda que la Iglesia es la vida que tenemos los cristianos con Cristo. En términos de Pío XII, la Iglesia es «la plenitud y el complemento del Redentor» (Cuerpo místico). Con palabras de Benedicto XVI, la Iglesia es mensajera de la Palabra de Dios y dispensadora de los sacramentos, prenda de la vida divina y mediadora de los frutos de la vid. Utilizando una breve y sorprendente expresión, afirma: «la Iglesia es el don más bello de Dios». Y cita a San Agustín: «En la medida en que uno ama a la Iglesia de Cristo, posee el Espíritu Santo».
Se trata de un argumento que Joseph Ratzinger viene empleando desde los años setenta: permanecemos en la Iglesia porque sólo así permanecemos plenamente en Cristo, porque ella es nuestro hogar y quien nos educa en la belleza, y así podemos llevar la vida verdadera al mundo.
Fue en Alemania, en los años 30 del siglo XX, en donde se quiso suprimir a Dios, con la consecuencia trágica de suprimir al hombre. Y el lema de esta visita pastoral es: "Donde está Dios, allí hay futuro".
La homilía en Berlín concluye: «Quien cree en Cristo, tiene futuro. Porque Dios no quiere lo que es árido, muerto, artificial, lo que al final es desechado, sino que quiere las cosas fecundas y vivas, la vida en abundancia».
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
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