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El mundo desarrollado no puede seguir con indiferencia la suerte de millones de personas que están a punto de perder la vida
El diario Le Monde publica el último día de julio un comprometido editorial sobre la urgencia de enfrentarse con la hambruna del Cuerno de África.
El mundo desarrollado no puede seguir con indiferencia la suerte de millones de personas que están a punto de perder la vida. Y hace una valoración económica interesante: la ONU estima que es preciso conseguir 2.400 millones de dólares para socorrer a los diez millones de personas afectadas por la crisis. Poco es frente al presupuesto del Pentágono para el año 2010: más de 600.000 millones; o con los planes de ayuda financiera a Grecia, que sobrepasarán los 400.000 millones.
En ese contexto de urgencia, «el debate sobre las causas de la tragedia es académico». Ciertamente, la región sufre la más grave sequía del último medio siglo. Pero más grave aún es la falta de instituciones capaces de resolver los problemas, aunque sea con ayudas externas. La triste realidad, que también recuerda el diario de París, es que Somalia no es un Estado.
Como explicaba Pierluigi Natalia en L'Osservatore Romano del 27 de julio, tras la reunión de la FAO y el G-20 en Roma, el Gobierno del presidente Sharif Ahmed, reconocido internacionalmente, no controla por completo la capital, Mogadiscio, y mucho menos vastas regiones del país. El Gobierno resiste gracias al apoyo de las tropas de Uganda y Burundi de Amisom, la misión de la Unión Africana en Somalia.
Buena parte del país está sometida a diversas bandas armadas; la más importante es el grupo radical islámico de los Shabaab, que se sitúa en la órbita de Al Qaeda: niega la existencia de la crisis alimentaria, que sería solo un "complot occidental". Por desgracia, controlan las zonas más afectadas y vienen obstaculizando o impidiendo el trabajo de las ONG.
No se puede dejar de insistir en el efecto negativo de los conflictos bélicos regionales para la promoción social del Tercer Mundo. Unidos al alto porcentaje de corrupción en sus gobernantes, ocultan casi las acciones especulativas de multinacionales y fondos de inversiones sobre los mercados de alimentos, que han provocado estos últimos años incrementos de precios injustificados. Sin duda, es otro aspecto de la globalización económica que exige intervenciones políticas de altura, también para defender de veras a los pequeños agricultores de los países menos desarrollados.
Se aludió de nuevo a este punto en la reunión del G-20 en Roma, pero, como indica Pierluigi Natalia, «sigue sin resolver la cuestión de la falta de voluntad política internacional de poner freno a la volatilidad de los precios agrícolas causada por la especulación». Quizá sólo el progreso de los cultivos locales consiga erradicar efectivamente las hambrunas. Porque sigue siendo motivo de escándalo que mueran millones de personas por hambre en un mundo de 7.000 millones de habitantes, pero está produciendo comida para 12.000 millones, según los últimos informes de la FAO. En contra de las viejas profecías de Malthus, los alimentos crecen un tercio más que la población desde los años sesenta.
Son las tres grandes causas de la hambruna. Benedicto XVI presentó la síntesis, en la audiencia del domingo 31 de julio, dentro de su comentario a la escena evangélica de la multiplicación de los panes y los peces: recordó expresamente a tantas personas que estos días, en el Cuerno de África, «padecen las dramáticas consecuencias de la carestía, agravadas por la guerra y la falta de instituciones sólidas».
El 29 de julio publicó Le Monde una entrevista con Stéphane Doyon, responsable de nutrición en Médicos sin fronteras, una de las pocas ONG que tienen acceso a las víctimas de la hambruna en Somalia. Explicaba las dificultades para actuar en un país asolado por una peculiar y antigua guerra civil. Y señalaba que el puente aéreo con Mogadiscio supone una ayuda indispensable, pero que beneficia sólo a los habitantes de la capital. Las donaciones no pueden ser transportadas por ahora a las zonas donde el conflicto hace difícil el acceso, aunque la situación humanitaria es más alarmante. «Harían falta puentes aéreos hacia otras zonas».
De todos modos, no se puede olvidar que las organizaciones de la ONU son calificadas como "persona non grata" por los islamistas de Shabaab, que controlan el centro-sur de Somalia. MSF explica que ellos —como otra veintena de ONG— pueden actuar porque trabajan con equipos locales, después de organizar, desde Kenia, las estructuras médicas necesarias, la logística y la administración de los diferentes programas: «es un sistema de 'remote control', de control a distancia, y ha sido probablemente en Somalia donde ese tipo de intervención ha sido contrastada durante mucho tiempo por MSF».
Sin embargo, Thomas Gonnet, director de operaciones de ACF-France, considera que «el acceso a las zonas previstas no es nunca algo adquirido; es una lucha diaria y permanente. De una parte, porque nuestros interlocutores no sobreviven forzosamente a conflictos continuos y es preciso renovar los contactos con nuevos representantes. De otra, porque nunca se está al abrigo de una acción política dirigida contra una ONG internacional». La gestión a distancia es «un mal menor respecto a la imposibilidad total de intervenir».
Por eso, la ONU tendría que plantearse la conveniencia de aprobar una efectiva intervención militar humanitaria, mucho más necesaria en el Cuerno de África que en Libia, Siria o lugares semejantes. No se trata de resucitar el colonialismo, sino de contribuir a resolver un problema político nada coyuntural: la permanente ausencia de paz en la región.
Salvador Bernal
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