La defensa de la libertad religiosa es el modo más eficaz de favorecer un proceso virtuoso hacia la democracia<br /><br />
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Cada aparente paso adelante hacia la defensa de los derechos de todos los ciudadanos conlleva al menos dos o tres pasos en la dirección opuesta
La muerte del ministro pakistaní para las minorías Shahbaz Bhatti el pasado 2 de marzo delante de su casa en Islamabad, a pesar de la ira que ha provocado en la comunidad internacional, es motivo de evidente alivio para el Gobierno pakistaní.
Las investigaciones, aproximativas e insuficientes, aún no han llegado a ninguna conclusión, más bien podría decirse que los culpables nunca serán llevados ante la justicia. El jefe del Comité de investigación de este homicidio, de hecho, ha pedido que se archive el caso por falta de pruebas e indicios.
El Gobierno favorece en silencio miles de acciones como ésta, demostrando y aceptando cada día más que está bajo el control de los fundamentalistas islámicos. Pero lo que más refuerza esta tesis es la decisión de abolir el ministerio que ocupaba Shahbaz Bhatti. El que hasta ayer era a todos los efectos un ministerio gestionado a nivel federal ha sido degradado a departamento provincial.
Islamabad ha aprobado esta medida dentro de su reforma federal, diciendo que esta degradación confiere un mayor poder a los órganos administrativos locales. De hecho, la defensa de las minorías religiosas ha desaparecido de la agenda del Gobierno pakistaní, junto a los que han muerto por esta causa. Ahora los cristianos en Pakistán son carne de cañón.
La ley de la blasfemia, que es como un fusil apuntando al templo de los que no profesan la religión islámica, no es sólo el pretexto para perseguir a las minorías. Cada vez más frecuentemente, de hecho, los cristianos son asesinados por motivos aparentemente no religiosos: homicidios que parecen producirse por causas banales tienen en realidad como móvil el odio religioso. El último caso conocido por Asia news es el de un empleado local de Lahore, encargado de la limpieza vial, apuñalado mortalmente por un comerciante musulmán por el solo hecho de no haber recogido la basura que se acumulaba delante de su comercio.
La actitud del ejecutivo, que sigue declarándose abierto a las reformas y atento a las exigencias de todos, resulta quizá el aspecto más preocupante: cada aparente paso adelante hacia la defensa de los derechos de todos los ciudadanos conlleva al menos dos o tres pasos en la dirección opuesta. La muerte de Shahbaz Bhatti ha desencadenado un efecto dominó devastador para la ya inexistente democracia pakistaní.
La comunidad internacional debe decidir qué quiere hacer, si quiere seguir respaldando a un gobierno que gestiona el poder de esta manera. En Pakistán no existe el estado de derecho. Ha llegado el momento de abrir los ojos y dejar de fingir que la desaparición de Bin Laden del escenario político internacional haya hecho del mundo un lugar más seguro.
No son éstas las victorias que responden a los objetivos del mundo libre, es decir, el respeto a los derechos inalienables y las libertades fundamentales de todos los hombres. La defensa de la libertad religiosa es sin embargo el modo más eficaz de favorecer un proceso virtuoso hacia la democracia.