María Calvo, profesora de la Universidad Carlos III: «Lo más maravilloso que tiene la mujer es la potencialidad creadora de vida»
En estos tiempos de deconstrucción de la familia y el matrimonio, hay muchos que se paran a reflexionar sobre lo que siempre se ha dado por supuesto. Y esta reflexión permite comprender mejor los fundamentos clásicos de lo masculino y lo femenino como elementos constitutivos del matrimonio. Ese ha sido, precisamente, el tema del coloquio Desde la esencia del matrimonio: varón y mujer, organizado por Omnes y el máster permanente de Derecho matrimonial y procesal canónico de la Universidad de Navarra, en el campus de esta entidad académica en Madrid.
Ha sido un coloquio en el que han disertado dos especialistas en Derecho: María Calvo Charro, profesora en la Universidad Carlos III y autora de numerosas publicaciones sobre alteridad sexual, como Los niños con los niños, las niñas con las niñas (Almuzara, 2005), Iguales pero diferentes (Almuzara, 2007), La masculinidad robada (Almuzara, 2011), La mujer femenina (Rialp, 2022), Orgullo de madre (Rialp, 2024); y Fernando Simón Yarza ─nada que ver con aquel que se volvió célebre durante la pandemia─, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Navarra y que ha publicado alguna tribuna en El Debate.
Durante el coloquio, la profesora Calvo se refirió a la «mutación antropológica que se está produciendo» y al problema que supone la proliferación de maternidad solitaria deliberada ─mujeres que planean tener un hijo, pero excluyen un compañero con el que engendrar al hijo y criarlo─; se trata de situaciones en que el hijo ─a quien se le niega tener un padre, y que viene al mundo fruto de una planificación tecnológica─ se convierte en un «producto de consumo emocional» destinado a paliar «vacíos existenciales» de la mujer. Por su parte, el profesor Simón, señaló que la actual legislación ─en tanto que reconoce como «matrimonio» a parejas homosexuales─ quiebra la definición que hasta ahora había existido, y la reescribe enmarcándola en tres rasgos: «convivencia sexual y afectiva, pero no asociada necesariamente a la procreación; cuidado mutuo y compartir cargas domésticas». Para profundizar en estas cuestiones, charlamos con María Calvo un rato antes del coloquio.
Hoy el denominado «matrimonio homosexual» se considera no solo como un derecho, sino que la crítica a este nuevo concepto jurídico se puede llegar a considerar como un ataque contra los derechos humanos. ¿Por qué?
Vivimos en una sociedad que se ha vuelto emotivista y sensiblera. Decía Tomás de Aquino que el derecho es el uso de la razón para el bien común. Y ahora mismo es todo lo contrario. Estamos perdiendo el uso de la razón, en el sentido de que habría que constatar o discutir cuáles son los beneficios que realmente supone una unión de homosexuales para la sociedad. La principal diferencia que hay que valorar es que el matrimonio formado por un hombre y una mujer es el que de verdad va a aportar una dignidad, pertenencia e identidad estabilizante a los hijos. Pero hoy no se acepta que existe una naturaleza, que el sexo es constitutivo de la persona, que hay una alteridad sexual, que hay un estilo masculino paternal, un estilo femenino maternal y que de la conjugación sinérgica y simbiótica de esos estilos se consigue el equilibrio de la criatura. Ahora se considera que un niño educado por una pareja de homosexuales o de mujeres lesbianas va a ser igual de equilibrado que un niño educado en la alteridad sexual, en ese «toma y daca» del estilo maternal y de estilo paternal. Y no es así. Me impresionaron muchísimo unas declaraciones de un psicoanalista francés, Jean Pierre Winter, a quien llamaron desde la Comisión del Senado de la República Francesa cuando se fue a aprobar el proyecto de ley de «matrimonio homosexual». Él expresó un grito de angustia, diciendo que se lo pensaran mucho porque él lo veía en su consulta constantemente. Esos desequilibrios, ese desarraigo, ese gran aullido emocional de quién soy yo que se repite en estos niños. Son niños que no vienen de una relación sexual amorosa entre los sexos, abierta a la contingencia que da lugar a una vida, sino que, en la medida en que esa relación no puede generar vida, se sustituye la genealogía por la tecnología. Sufren en gran medida un menoscabo de su autocomprensión moral.
Al varón le hemos impuesto
una mística del hombre suave
Se presenta al varón como problemático. ¿Ese es el motivo por el que se ve a muchos jóvenes, educados según un modelo de sospecha sobre la virilidad, que, siendo del sexo masculino, es evidente que no desarrollan ningún rasgo de masculinidad, sino que más bien se muestran como una versión femenina del varón?
Sí, sí, sí. Esto me recuerda a Aquiles en el gineceo. Como la profecía dice que Aquiles va a morir joven, su madre, Tetis, lo mete en ese mundo de mujeres. Lo disfraza de mujer para que tenga una vida tranquila. Sin embargo, él decide ser un hombre, salir y morir joven, pero ser auténtico y abrazar su identidad. Creo que, efectivamente, hemos metido a los hombres en el gineceo: que sean mujeres bis, que sean empáticos, tranquilos, sensibles, emotivos. Eso me parece fantástico, son ganancias: ahora tenemos a unos hombres con una inteligencia emocional que no teníais antes, con una empatía que no teníais antes. Habéis aprendido eso de las mujeres. Pero es verdad que hay miedo a mostrar los atributos propios de la masculinidad equilibrada, que se dan en todas las civilizaciones y en todas las generaciones. Esos atributos que siempre han servido para dar protección y seguridad. Todo hijo, toda hija y toda mujer queremos un hombre sensible, emotivo, empático, cariñoso, tierno, por supuesto, pero también que nos brinde protección, que nos dé seguridad. Ir contra esto es tóxico, y por eso hoy el hombre tiene miedo a ser hombre, tiene miedo a mostrar sus rasgos masculinos, tiene miedo por esa crítica social, por ese mantra, esa mística. Al varón le hemos impuesto una mística del hombre suave. Ahora el hombre tiene unas heridas terribles porque está confuso, tiene miedo a ser hombre, no sabe cómo. Está afectando a los niños muy pequeños, porque esta idea de lo femenino se ha impuesto en las aulas. Se impone al niño que tiene que ser como una niña y tiene que escribir como una niña y tiene que estar sentado como una niña. En Andalucía, los colegios públicos han prohibido el fútbol en el patio del recreo. ¿Por qué? Porque son agresivos. ¡Pues claro que son agresivos! Esa falta de comprensión hacia la agresividad masculina, que es estupenda porque es muy creativa, si se encauza, es terrible.
Los héroes clásicos mostraban su emotividad. Lloraban cuando hacía falta. El propio Aquiles y Odiseo. También en el Evangelio aparece Jesús llorando.
Sí, porque en las raíces de la civilización occidental, la masculinidad es equilibrada. Yo miro a san José y lo veo tan tierno, tan cariñoso, tan discreto. Y tan fuerte moralmente, tomando unas decisiones tan valientes, pasando unos obstáculos tan terribles, y digo: «¡Qué hombre más equilibrado!».
Hay una definición de masculinidad que da título a una canción de Loquillo: 'Feo, fuerte y formal'. ¿Está de acuerdo?
No estoy de acuerdo en lo de «feo», porque pienso que nos tenemos que esforzar, si hemos creado una pareja, especialmente un matrimonio, por seguir enamorando al otro, seguir mejorando. Eso de «me compré un camisón maravilloso para la noche de bodas y luego me pongo el pijama manta para el resto de mi vida» no me sirve. Y tampoco lo de ir vestido guapísimo el día de la boda y luego ponerse a beber cerveza y echar barriga. Hay que enamorarse una y otra vez. Lo de «fuerte» sí. Fuerte moralmente. Un cachas, un musculitos no me dice nada y no me sirve para nada, si no tiene fortaleza moral interior, unos principios claros, una caballerosidad que no es machismo, sino veneración a la mujer por el hecho de estar preparada para traer vida al mundo. Porque lo más maravilloso que tiene la mujer es la potencialidad creadora de vida. Y cuando un hombre asume eso, lo admira y está convencido de que su fortaleza tiene que ir destinada a protegerlo, es algo formidable. El hombre posee fuerza nutricia, fuerza creativa. La masculinidad no se caracteriza por la violencia, sino por el autocontrol. Con respecto a lo de «formal», yo haría una similitud con la descripción de Kierkegaard sobre la grandeza. Yo quiero un hombre fuerte y formal, feo o guapo, pero que reúna las características de grandeza que enumera Kierkegaard: «la grandeza del hombre se mide por la grandeza de aquello que ama, por el tamaño de su esperanza, por la talla de su contrincante y por la grandeza de aquel en quien deposita su fe». Ese es el hombre que yo quiero.
José María Sánchez Galera en eldebate.com
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