Qué buenas las juntas para ver el fútbol, para los cumpleaños y los feriados; pero qué magníficas también las reuniones familiares centradas en lo humano. Y el que se la quiere perder, problema de él
Una buena señora me dice, con todo afecto, que tengo que escribir más positivamente; que le gustan los textos bajo mi firma, pero que a veces los encuentra algo pesimistas, un poco sombríos.
Tiene razón. El panorama nacional ofrece tantas posibilidades para deprimirse, que a pesar del ejercicio continuo por sortearlas, alguna resaca queda: la borra del desastre social chileno permanece en el fondo de todo nuestro buen vino.
Ya, ya lo dije; suficiente por hoy.
Entonces, vamos ahora a proponer algo realmente positivo.
Positivo, pero comprometedor para la misma buena señora, y para tantas como ella, que añoran iniciativas que permitan ir reconstruyendo Chile de a poco.
Una idea que debiera resultar sin mayor problema es el aprovechamiento del familión.
Me explico. Hay en Santiago ─y más aún en regiones─ unas pocas instancias de formación cultural centradas en la vida familiar. Desde abuelos a nietos ─bisnietos incluso, he visto─ el clan se junta una vez al mes para recibir a algún invitado con un tema previamente convenido. Nueras y yernos bienvenidos; pololas y pololos[1], deben acudir casi por obligación, para integrarse en el familión.
Basta una sala de estar grande, un horario de martes o miércoles por la noche (de 20 a 22), una persona que organice, una lista de temas y expositores bien escogida, un acuerdo sobre honorarios y, vamos para adelante. ¡Resulta!
Lo he visto en bien variadas instancias; desde al abuelo que junta solamente a todos sus nietos de edades entre los 15 y los 30 ─saltándose a sus padres─ hasta el casi centenar de asistentes entre los bisabuelos de 90 y los bisnietos de 15. Uno que otro jugo, sanguchitos básicos para los más hambrientos, un buen proyector para el power point, y la fiesta se arma en torno a un tema cultural: un libro famoso, una batalla terrible o un personaje histórico controvertido.
La cosa es que exista la instancia de poder oír, hablar y pensar juntos; la cosa es potenciar pequeños núcleos de salud cultural que se multipliquen por nuestras ciudades y barrios.
Qué buenas las juntas para ver el fútbol, para los cumpleaños y los feriados; pero qué magníficas también las reuniones familiares centradas en lo humano. Y el que se la quiere perder, problema de él.
Gonzalo Rojas S., en viva-chile.cl
[1] En Chile, la palabra “pololo” significa pretendiente o novio. Esta palabra viene del mapudungun “piulliu” que significa mosca y metaforiza al novio alrededor de la novia, igual que mosca a la fruta. De ahí también las palabras “polola” y “pololear” (etimologias.dechile.net).
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