El Papa ha explicado en la Audiencia general de este miércoles en qué consiste la Plegaria eucarística, momento central de la celebración de la Santa Misa
Queridos hermanos y hermanas:
Reflexionamos hoy sobre la Plegaria eucarística, oración de acción de gracias y de consagración, que constituye el momento central de la celebración de la Misa.
En esta solemne Plegaria, la Iglesia expresa lo que cumple cuando celebra la Eucaristía, es decir, que todos los fieles se unan con Cristo en el reconocimiento de las grandezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio.
En el Misal hay varias fórmulas de Plegaria eucarística, configuradas por diversos elementos característicos: El Prefacio, acción de gracias por los dones de Dios, especialmente por habernos enviado a su Hijo como Salvador, y que se concluye con la aclamación del «Santo». Sigue la Epíclesis, o invocación del Espíritu Santo, que con su acción y la eficacia de las palabras de Cristo, pronunciadas por el sacerdote, hacen realmente presente, bajo las especies del pan y del vino, su Cuerpo y su Sangre, Sacramento de nuestra fe.
Se continúa pidiendo a Dios que congregue a todos sus hijos en la perfección del amor, en comunión con toda la Iglesia. Y en la súplica se ruega por todos, vivos y difuntos, en espera de participar en la herencia eterna, junto con la Virgen y todos los santos. En esta Plegaria nadie ni nada se olvida, sino que todo viene reconducido a Dios en Cristo, como proclama la Doxología que la concluye.
Continuamos las catequesis sobre la Santa Misa y con esta catequesis nos detenemos en la Plegaria eucarística. Concluido el rito de la presentación del pan y del vino, comienza la Plegaria eucarística, que cualifica la celebración de la Misa y constituye el momento central, ordenado a la sagrada Comunión. Corresponde a lo que el mismo Jesús hizo, en la mesa con los Apóstoles en la Última Cena, cuando «dio gracias» sobre el pan y luego sobre el cáliz del vino (cfr. Mt 26,27; Mc 14,23; Lc, 22,17.19; 1Cor 11,24): su agradecimiento revive en cada una de nuestras Eucaristías, asociándonos a su sacrificio de salvación.
Y en esta solemne Plegaria −la Plegaria eucarística es solemne− la Iglesia expresa lo que hace cuando celebra la Eucaristía y el motivo por el que la celebra, o sea estar en comunión con Cristo realmente presente en el pan y en el vino consagrados. Después de haber invitado al pueblo a levantar los corazones al Señor y darle gracias, el sacerdote pronuncia la Plegaria en voz alta, en nombre de todos los presentes, dirigiéndose al Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo. «El sentido de esta oración es que toda la asamblea de los fieles se una con Cristo en la confesión de las maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio» (Ordenación General del Misal Romano, 78). Y para unirse debe comprender. Por eso, la Iglesia ha querido celebrar la Misa en la lengua que la gente entiende, de modo que cada uno pueda unirse a esta alabanza y a esta gran oración con el sacerdote. En realidad, «el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1367).
En el Misal hay varias fórmulas de Plegaria eucarística, todas constituidas por elementos característicos, que quisiera ahora recordar (cfr. OGMR, 79; CCC, 1352-1354). Son bellísimas todas. Primero está el Prefacio, que es una acción de gracias por los dones de Dios, en concreto por el envío de su Hijo como Salvador. El Prefacio concluye con la aclamación del «Santo», normalmente cantada. Es bonito cantar el “Santo”: “Santo, Santo, Santo es el Señor”. Es bonito cantarlo. Toda la asamblea une su propia voz a la de los Ángeles y los Santos para alabar y glorificar a Dios.
Luego está la invocación al Espíritu para que, con su poder, consagre el pan y el vino. Invocamos al Espíritu para que venga, y en el pan y en el vino esté Jesús. La acción del Espíritu Santo y la eficacia de las mismas palabras de Cristo pronunciadas por el sacerdote, hacen realmente presente, bajo las especies del pan y del vino, su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz una vez por todas (cfr. CCC, 1375). Jesús en esto fue clarísimo. Hemos escuchado al inicio cómo San Pablo relata las palabras de Jesús: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. “Esta es mi sangre, esto es mi cuerpo”. Jesús mismo fue quien lo dijo. No debemos tener pensamientos extraños: “Pero, cómo es posible que…”. ¡Es el cuerpo de Jesús, y se acabó! La fe: viene en nuestra ayuda la fe; con un acto de fe creemos que es el cuerpo y la sangre de Jesús. Es el «misterio de la fe», como decimos tras la consagración. El sacerdote dice: “Misterio de la fe” y respondemos con una aclamación. Celebrando el memorial de la muerte y resurrección del Señor, en espera de su regreso glorioso, la Iglesia ofrece al Padre el sacrificio que reconcilia cielo y tierra: ofrece el sacrificio pascual de Cristo ofreciéndose con Él y pidiendo, en virtud del Espíritu Santo, ser «en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» (PE III; cfr. Sacrosanctum Concilium, 48; OGMR, 79f). La Iglesia quiere unirnos a Cristo y ser, con el Señor, un solo cuerpo y un solo espíritu. Esa es la gracia y el fruto de la Comunión sacramental: nos alimentamos del Cuerpo de Cristo para ser, nosotros que lo comemos, su Cuerpo vivo hoy en el mundo.
Misterio de comunión es esto: la Iglesia se une a la ofrenda de Cristo y a su intercesión y en esa luz, «En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada como una mujer en oración, los brazos extendidos en actitud de orante». Es bonito pensar que la Iglesia ora, reza. Hay un pasaje en el Libro de los Hechos de los Apóstoles; cuando Pedro estaba en la cárcel, y la comunidad cristiana dice: “Oraba incesantemente por Él”. La Iglesia que ora, la Iglesia orante. Y cuando vamos a Misa es para hacer eso: hacer Iglesia orante. «Como Cristo que extendió los brazos sobre la cruz, por él, con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por todos los hombres» (CCC, 1368).
La Plegaria eucarística pide a Dios que recoja a todos sus hijos en la perfección del amor, en unión con el Papa y el Obispo, mencionados por su nombre, signo que celebramos en comunión con la Iglesia universal y con la Iglesia particular. La súplica, como la ofrenda, es presentada a Dios por todos los miembros de la Iglesia, vivos y difuntos, en espera de la bienaventuranza esperanza de compartir la herencia eterna del cielo, con la Virgen María (cfr. CCC, 1369-1371). Nadie ni nada es olvidado en la Plegaria eucarística, sino que todo se reconduce a Dios, como recuerda la doxología que la concluye. Nadie es olvidado. Y si tengo alguna persona, parientes, amigos, que pasan necesidad o ya han pasado de este mundo al otro, puedo nombrarlos en ese momento, interiormente y en silencio o encargar que el nombre se diga. “Padre, ¿cuánto debo pagar para que mi nombre se diga ahí?” −“Nada”. ¿Está claro esto? ¡Nada! La Misa no se paga. La Misa es el sacrificio de Cristo, que es gratuito. La redención es gratuita. Si quieres hacer una ofrenda hazla, pero no se paga. Esto es importante entenderlo.
Esta fórmula codificada de plegaria quizá podemos sentirla un poco lejana −es verdad, es una fórmula antigua− pero, si comprendemos bien el significado, entonces seguramente participaremos mejor. Porque expresa todo lo que hacemos en la celebración eucarística; y además nos enseña a cultivar tres actitudes que nunca deberían faltar en los discípulos de Jesús. Las tres actitudes: primera, aprender a “darte gracias, siempre y en todo lugar”, y no solo en ciertas ocasiones, cuando todo va bien; segunda, hacer de nuestra vida un don de amor, libre y gratuito; tercera, construir la concreta comunión, en la Iglesia y con todos. Así pues, esta Plegaria central de la Misa nos educa, poco a poco, a hacer de toda nuestra vida una “eucaristía”, o sea una acción de gracias.
Me alegra saludar a los peregrinos provenientes de Francia, Bélgica y de varios países francófonos, en particular a los jóvenes del Colegio Católico Stanislas de París. Que el Señor pueda ayudaros a comprender el significado de la Plegaria eucarística, para entender, poco a poco, como poder hacer toda nuestra vida una “Eucaristía”. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Lituania, Vietnam y Estados Unidos de América. Con los mejores deseos, para que esta Cuaresma sea para vosotros y para vuestras familias un tiempo de gracia y de renovación espiritual, invoco sobre todos la alegría y la paz del Señor Jesús. Dios os bendiga.
Con afecto saludo a los peregrinos de lengua alemana, en concreto a la Delegación de jueces y procuradores superiores de Alemania. La celebración eucarística nos une en el sacrificio de Cristo y en la comunión con Él y entre nosotros. Que la participación en la Misa nos ayude a hacer de toda nuestra vida una “eucaristía”. El Señor os bendiga y proteja siempre.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los provenientes de España y Latinoamérica. Que el Señor nos conceda hacer de nuestra vida una “eucaristía”, que sea acción de gracias, don de amor y de comunión. Muchas gracias.
Queridísimos peregrinos de lengua portuguesa y, en concreto, a los jóvenes de Castro Marim, bienvenidos. De corazón saludo a todos y encomiendo al buen Dios vuestra vida y la de vuestros familiares, invocando para todos los consuelos y las luces del Espíritu Santo de modo que, vencidos los pesimismos y las desilusiones de la vida, podáis atravesar el umbral de la esperanza que tenemos en Cristo resucitado. Cuento con vuestras oraciones. Gracias.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los que vienen de Oriente Medio. Queridos hermanos y hermanas, os invito a cultivar en vuestra vida ordinaria las actitudes de los discípulos de Cristo, haciendo de vuestra vida un don de amor, libre y gratuito y construyendo la concreta comunión, en la Iglesia y con todos. El Señor os bendiga.
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos polacos, en concreto a los jóvenes voluntarios de “Caritas Polonia” con sus compañeros provenientes de Siria. Queridos hermanos y hermanas, el tiempo cuaresmal nos acerca de modo particular al misterio del sacrificio salvador de Cristo que, realizado una sola vez en la historia, se hace presente en cada Eucaristía que celebramos. Damos gracias al Señor por el don de su amor y procuramos compartirlo, haciendo de nuestra vida un don libre y gratuito a Dios y a los hermanos. Os bendigo de corazón.
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. En este momento tengo una duda: no sé cuáles son más ruidosos: ¿los italianos? ¿Los portugueses? ¿Los brasileños? ¿O los americanos de lengua española? ¡Gracias por vuestro ruido! Me alegra recibir a los sacerdotes docentes de “Teología de la Misión”; a las Pequeñas Hermanas de la Divina Providencia; a las Monjas Franciscanas de los Sagrados Corazones y al grupo del Movimiento Focolar. Saludo a los grupos parroquiales; a la delegación de la Antorcha Benedictina, acompañada por el Arzobispo, Mons. Renato Boccardo; a los chicos alojados en el Centro de Acogida de L’Aquila; al Grupo Gariwo El Bosque de los Justos de Milán; a la Asociación Sexta Obra San Fidel de Milán; al Centro Regina Pacis de Quarto; al Grupo Junto a quien pasa necesidad de San Giorgio en el Sannio y a los Institutos escolares, en particular al “Campolieti” de Termoli y al María Auxiliadora de Canove de Roana.
Un pensamiento especial dirijo a los jóvenes, a los ancianos, a los enfermos y a los recién casados. Queridos hermanos, en este tiempo penitencial, el Señor os indica el camino de esperanza a seguir. El Espíritu Santo os guíe a tener una verdadera conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, para ser purificados del pecado y para servir a Cristo presente en los hermanos, según las capacidades y los papeles propios de cada uno. Gracias.
En dos días se abrirán los Juegos Paralímpicos Invernales en la ciudad de PyeongChang, en Corea del Sur, que ha acogido recientemente las Olimpiadas. Estas han mostrado que el deporte puede tender puentes entre países en conflicto y dar una válida contribución a perspectivas de paz entre los pueblos. Los Juegos Paralímpicos, aún más, demuestran que a través del deporte se pueden superar las propias discapacidades. Los atletas paralímpicos son para todos ejemplo de valor, de constancia, de tenacidad en no dejarse vencer por las limitaciones. El deporte aparece así una gran escuela de inclusión, y también de inspiración para la propia vida y de compromiso para transformar la sociedad. Dirijo mi saludo al Comité Paralímpico Internacional, a los atletas, a las Autoridades y al pueblo coreano. Aseguro mi oración para que este evento pueda favorecer días de paz y de alegría para todos.
El próximo viernes, en la Basílica de San Pedro, celebraré la liturgia penitencial para la tradicional 24 Horas para el Señor. Espero que nuestras iglesias puedan permanecer abiertas largo tiempo para acoger a cuantos quieran prepararse a la Santa Pascua, celebrando el sacramento de la Reconciliación, y experimentar de ese modo la misericordia de Dios.
Buenos días a todos. Hoy se pensaba que iba a llover, pero ¿quién entiende a Roma? El clima de Roma es así, y por eso la hemos hecho aquí y no en la Plaza… Gracias por vuestra paciencia y por vuestras oraciones. ¡Porque yo sé que rezáis por mí! ¿Es cierto esto? ¿No? ¿No es verdad? ¡Es verdad! Seguid rezando por mí. Ahora, antes de saludaros, os daré la bendición, para vosotros, para vuestras familias, para todas las cosas que lleváis en el corazón. Pero antes recemos a la Virgen todos juntos: Dios te salve, María… Y rezad por mí, no os olvidéis.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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