Un gran tema, que compromete a toda la Iglesia universal
He leído en prensa italiana reseñas y comentarios sobre un ensayo del cardenal John Tong Hon, obispo de Hong Kong, un hombre sencillo, humilde y prudente, como le define Agostino Giovagnoli en Avvenire del día 10. La conclusión del libro es clara: el acuerdo entre la Santa Sede y el gobierno de China no es una eventualidad discutible, sino un deber imperioso.
No refleja sólo una opinión personal. Tras numerosas conversaciones entre las dos partes, se va llegando a la formulación de un sistema de nombramiento de obispos, que respete el principio de que el Papa debe seguir siendo “la última y más alta autoridad en la designación”. Las intervenciones locales precedentes, aunque se configuren como elección, tendrían más bien carácter de recomendaciones a la Santa Sede.
A ese avance habría que añadir la solución a otras cuestiones de importancia. No se trata de un problema como la histórica querella de las investiduras, conflicto entre jerarquía católica y poder político. En China es preciso encauzar además la existencia de dos Iglesias: la patriótica y la clandestina, origen de tensiones entre sí, con Roma y con Pekín.
El cardenal Tong recuerda que Benedicto XVI declaró explícitamente la incompatibilidad con la doctrina católica de los principios de autonomía, independencia y autogobierno de las iglesias locales. En realidad, "la elección democrática" sería una aplicación práctica de esos criterios, determinada por las actuales condiciones políticas. Constituyen la base de la Asociación patriótica como “Iglesia autónoma e independiente”, que es preciso vaciar de contenido.
Otro problema es el de los obispos ilegítimos, es decir, los ordenados válida pero ilícitamente, sin mandato apostólico. No obstante, casi todos se sienten unidos a Roma, también a través de la oración litúrgica por el papa. La vía de solución consistiría en una petición de perdón al romano pontífice, con la consiguiente sumisión a su voluntad. El Cardenal de Hong Kong está persuadido de que el Santo Padre concedería ese perdón, no necesariamente unido al reconocimiento de su autoridad en la diócesis que presiden.
El problema quizá más difícil atañe a los obispos clandestinos, pues Roma espera que Pekín reconozca oficialmente su dignidad episcopal y su autoridad para administrar su diócesis. No está claro que los gobernantes chinos lo acepten, aunque se trata de una cuestión producida por condiciones políticas e históricas, que desaparecería si hay acuerdo sobre nombramientos. Desde luego, no hay obstáculo grave a que se comprometan a cumplir la Constitución, según piden las autoridades chinas, siempre que se concorde una fórmula respetuosa con el hecho de la Iglesia no tiene fines políticos.
El Cardenal Tong considera que un principio de sano realismo puede definir el nuevo camino que debe emprender la Iglesia católica en China. Pero su predecesor en la sede de Hong Kong el cardenal Joseph Zen Ze-chun, de 85 años, manifestaba a comienzos de febrero ciertas reservas al diario Le Monde. El Card. Zen entiende, por ejemplo, que las cuatro ordenaciones en 2016 de obispos de la Iglesia oficial, aprobadas previamente por el Vaticano, “perpetúan un compromiso político que no conduce a nada”. El futuro acuerdo debería garantizar la capacidad de los ordenandos. A su juicio, “con el gobierno comunista, sólo triunfa la confrontación”. De ahí su llamada a resistir. Sus modelos son los cardenales del este de Europa en tiempos de la URSS: Wyszynski (Polonia), Beran (Checoslovaquia) y Mindszenty (Hungría). Quiere dar una señal de alerta, aunque reconoce: “Si el Papa acepta un acuerdo con China y pienso que no es bueno, me callaré. Puedo criticar al Vaticano, pero no al Papa. Me retiraré en silencio a una vida monástica”.
Para complicar aún más las cosas, algunos obispos clandestinos son favorables a un acuerdo que les oficialice. Pero también hay católicos subterráneos que no están dispuestos a unirse a la Asociación patriótica, por razones de conciencia.
Tampoco hay unanimidad en el Partido. El Ministerio de Exteriores y parte de la cúpula ven favorablemente el acuerdo, para mejorar imagen y poner una zancadilla a Taiwán. Pero el Ministerio de asuntos religiosos y la Asociación patriótica temen perder protagonismo y por eso plantean con fuerza la cuestión de la Nunciatura en Taipéi.
Muchas cábalas han surgido, en fin, tras las respuestas del papaFrancisco sobre la diplomacia vaticana al diario El País, el pasado 22 de enero: “De hecho, hay una comisión que hace años está trabajando con China y que se reúne cada tres meses, una vez aquí y otra en Pekín. Y hay mucho diálogo con China. China tiene siempre ese halo de misterio que es fascinante. Hace dos o tres meses, con la exposición del museo vaticano en Pekín, estaban felices. Y ellos vienen el año que viene acá al Vaticano con sus cosas, sus museos”.
En la entrevista se muestra dispuesto a viajar allí “cuando me inviten. Lo saben ellos. Además, en China las iglesias están llenas. Se puede practicar la religión en China”. El día 26, el Diario del Pueblo, órgano del PCCh, alabó el gesto del pontífice y destacó en titulares las “grandes expectativas en torno a la relación entre China y el Vaticano en 2017". Un gran tema, que compromete a toda la Iglesia universal.