Por “refractar” se hace referencia a la capacidad de ciertos cuerpos para hacer que cambie de dirección un rayo de luz u otra radiación; a Guadalupe Ortiz de Landázuri se le pueden aplicar ambas acepciones
Seguirá siendo un misterio gran parte de lo que envuelve el origen, la naturaleza y las características de la tilma de ayate de san Juan Diego, soporte de la imagen de la Virgen de Guadalupe. Y ello a pesar de que, gracias a la ciencia, sabemos cada vez más de sus propiedades milagrosas. Prueba de que la ciencia −cuando es verdadera ciencia− hace más grande la fe, pues la necesita más. Se trata de un tejido que se conserva, con su imagen, desde hace 500 años, en un ambiente húmedo-salitroso. Ha resistido al ácido nítrico cuando se derramó sobre ella aguafuerte; ha resistido la explosión de una bomba junto a ella; resulta ser una tela refractaria al polvo, a los insectos y a la humedad de esos parajes mexicanos… ¿De qué material estará hecha? Sin duda, un misterio. O lo que es lo mismo, algo que Dios pone junto a nosotros sin explicación científica, y que nos ayuda a pensar y a comprender más y mejor no sólo ese objeto o suceso, sino sobre todo el misterio de la realidad que nos envuelve. Los misterios nos recuerdan que, sin vivir en un mundo encantado, sí que vivimos en un mundo encantador, en un mundo que refleja en tantas manifestaciones milagrosas la mano de Dios. Los misterios generan cuestiones que inevitablemente nos llevan a contar con Dios. Como esta tan sencilla sobre la tilma: ¿De qué material estará hecha?
Sin embargo, a Dios no le interesan tanto los ropajes de las personas, como las propias personas que lucen esos trajes. Dios vino a buscar a Juan Diego, no a su tilma. Y si se sirve de aquel ropaje lo hace para atraer a ese hijo suyo, como a millones de personas que se acercan constantemente a Dios atraídos por el milagro de la imagen de Guadalupe. Y si hace milagros con las telas, cuánto más se esmera en que sean las personas las que estén hechas de buen material. Toda la raza humana, creada a imagen y semejanza de Dios, ya fue creada con “garantía de fábrica”. Pero como con las telas, también en algunos casos (las personas santas, como Juan Diego) Dios se luce y nos obliga a preguntarnos: ¿de qué material estaría hecha esa persona para llegar donde llegó, y vivir como vivió?
Este día 12 de diciembre, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, se cumple el centenario de otra Guadalupe de carne y hueso, como la Virgen: Guadalupe Ortiz de Landázuri[1]. Al mirar su vida santa y los testimonios que siguen surgiendo en su proceso de canonización, necesitamos preguntarnos: ¿de qué material estaba hecha Guadalupe? Y lo sorprendente es que, si miramos por una parte las características de aquella tilma milagrosa, y por otra la magistral combinación de “barro y gracia” de la que estaba hecha Guadalupe, vemos que coinciden en algo a lo que ella misma dedicó gran parte de su ilusión y trabajo profesional: el material refractario. Justo a ese tema −qué casualidad más providencial− dedicó su tesis doctoral y mucho tiempo de investigación. Tal vez, sin querer y sin saberlo, ella misma nos fue desvelando su propio “secreto”[2].
La pasión profesional de Guadalupe fue la química. Quienes la conocieron y vivieron con ella comentan que siempre tenía algún libro de química que iba repasando en cuanto tenía un momento libre. Su ilusión profesional casó perfectamente con su vocación divina hasta hacerse una sola. También por ese motivo, desde la primera conversación que mantuvo con el fundador del Opus Dei, tuvo clarísimo que había llegado al camino que Dios había pensado para ella desde siempre.
La vida de Guadalupe fue un constante decir “sí” a lo que Dios le iba pidiendo, en encargos de muy distinta índole, y que siempre desarrolló con gran sentido sobrenatural y perfección humana. Pero junto a esa variedad de encargos en sitios muy diversos, mantuvo al mismo tiempo esa pasión por la química, primero de forma más general, y luego acotando campos de investigación que a ella le interesaban más y que procuraba aplicar luego a los ámbitos humanos y profesionales en los que se movía. En concreto, siendo directora de la residencia Zurbarán, en Madrid, entró en contacto con Piedad de la Cierva Vindes, doctora en ciencias químicas, a la que había conocido antes de marchar a México, y decidió empezar con su orientación una investigación sobre los refractarios aislantes, que comenzó concretándose en el estudio del valor que podían tener como tales las cenizas de la cascarilla de arroz.
Se metió con profundidad en el estudio de esos materiales que apenas conocía e hizo las investigaciones que necesitaba, a pesar de que tuviera que moverse mucho para lograr las instalaciones oportunas y hacer los pertinentes ensayos técnicos. Durante ese tiempo, ya muy mal de salud dentro de la situación delicada que mantuvo toda su vida, tenía que interrumpir el trabajo con cierta frecuencia. Pero aun así dedicaba tiempo −aunque fuera desde la cama− a estudiar e investigar con tesón hasta lograr terminar la tesis. En la memoria descriptiva de ésta se dice que “para evitar el gasto inútil de energía térmica manteniendo constante la temperatura y reduciendo la dispersión del calor se han estudiado los aislantes térmicos, los cuales deben responder a las siguientes propiedades: bajo coeficiente de conductividad térmica, peso específico bajo”. Al parecer, concluye la tesis, las cenizas de la cascarilla del arroz suministran una excelente materia prima para la elaboración de refractarios aislantes con esas especificaciones.
Una anécdota hará comprender de modo gráfico el gran interés que mostraba Guadalupe en el tema que estaba estudiando y el sentido sobrenatural que ella sabía darle. Como mujer de gran vida interior, Guadalupe le daba sentido divino a todo lo que hacía; y como mujer del Opus Dei sabía además que Dios se encuentra en las cosas más materiales que nos rodean. Para ella el material refractario (las cenizas de la cascarilla del arroz), antes que un tema de investigación muy interesante, era un modo de cooperar con Dios en su Creación; un modo de santificar el trabajo. Así se entiende el suceso que ahora narramos. Al día siguiente de la lectura y defensa de la tesis, con la obtención de la máxima calificación, Guadalupe escribió al fundador del Opus Dei y, junto a un ejemplar de la tesis, le envió… ¡un ladrillo refractario! El ejemplar tenía manuscrita una afectuosa dedicatoria: “Padre, en estos folios va el resumen de muchas horas de trabajo. Hace unos momentos acaba de ser calificada “cum laude” y quiero apresuradamente ponerlo en sus manos, con todo lo que soy y tengo, para que sirva”. Guadalupe sabía −porque conocía bien el corazón y el pensamiento de san Josemaría− que al Padre le encantaría el detalle, como así fue. Inmediatamente, tras enseñárselo a sus hijas, san Josemaría colocó el ladrillo en una vitrina llamada “de los burros”, pues encierra una variedad de burros de distintas procedencias, materiales y formas. Quería expresar así, de forma gráfica, la pequeñez humana frente a la Sabiduría de Dios.
Pienso que cuando ella mandaba al final de su vida un ladrillo refractario a san Josemaría, “para que sirviera”, en realidad era ella misma la que volvía a ponerse en sus manos como hizo en la primera conversación que tuvo con él; que ella misma se identificaba con ese ladrillo (como con esos burritos), y se sabía hecha del mismo material. Entendió, por su humildad reflejo de su santidad, que Dios le daría los medios para resistir grandes sufrimientos sin que ello le hiciera sufrir deterioros. Y supo, con su vida sencilla, desviar la atención que podría ponerse en ella, para que todo reflejara a Dios.
Se conocen como “materiales refractarios” a aquellos materiales cuyas propiedades permiten que pueda soportar temperaturas muy elevadas, sin sufrir ningún tipo de deterioro en sus condiciones internas, como por ejemplo la corrosión. Y por “refractar” se hace referencia a la capacidad de ciertos cuerpos para hacer que cambie de dirección un rayo de luz u otra radiación. A Guadalupe se le pueden aplicar ambas acepciones.
Sobre su capacidad resistente, Dios la forjó de ese material tan misterioso ya desde su primera juventud, cuando tuvo que afrontar la muerte de su padre. En aquella durísima situación, decía su hermano, “externamente no se inmutó, dando fuerzas con su serenidad”, tanto a su madre como a él mismo (p. 40). Bastaría leer el resumen bien significativo que hace una persona que la conoció, apoyándose sobre todo en su última época, pero que puede aplicarse en general a toda su vida; permite descubrir cómo era la resistencia de Guadalupe: “Aunque era una persona con un afán grande de pasar inadvertida, había virtudes por las que, inevitablemente destacaba. Hay un rasgo que a mí me llamaba poderosamente la atención: su sonrisa permanente. Guadalupe se reía muchísimo y siempre estaba sonriente. Me parece que esto obedecía a un absoluto olvido de sí. Nunca le vi con cara seria o de preocupación. De su situación física estaba completamente desprendida, pero tampoco observé que otras cuestiones le afectaran tanto como para impedirle sonreir (…) Más que la humildad, a Guadalupe le caracterizaba, desde mi punto de vista, la sencillez. Decía las cosas con naturalidad, tal y como pensaba” (p.236-7). Guadalupe no solía hablar de sus dolencias, disimulaba las limitaciones y nunca perdió la fuerza de ánimo ni el optimismo. Viéndola moverse y trabajar, era difícil pensar que su salud podía quebrarse en cualquier momento y fallecer.
Resistente, como material refractario, a grandes temperaturas. “Era muy sacrificada. Con frecuencia, por las noches, no podía dormir, tenía molestias, también respiratorias, se ahogaba. A veces, lo comentaba riéndose: Tal noche pensé que me moría, que ya había llegado el momento… No quise llamar a nadie y esperé… Pensaba: me he confesado, he hecho un acto de contrición y de abandono… Si me muero, ¿qué más puedo hacer?” (p.252). “Guadalupe era distinta a las demás enfermas. Por la dificultad que tenía para respirar, apenas dormía ni podía realizar esfuerzos, no obstante, en ningún momento le vi quejarse ni hacer el más mínimo comentario sobre lo que, lógicamente, le tenía que costar aquella situación. Yo no salía de mi asombro, ni sabía qué pensar. Distinguía perfectamente entre una persona fuerte, que aguanta la enfermedad, y ella, que lo que hacía era aceptarla de aquel modo tan extraordinariamente sereno.” (p. 259).
Guadalupe era muy resistente, pero también se caracterizaba por reflejar (refractar) lo que padecía y vivía, dirigiéndolo todo a Dios. En primer lugar las vidas de las almas que trataba. Esa vida interior le llevaba a no ser una mujer dura, rígida. Su fortaleza estaba llena de comprensión, de dulzura y de una disponibilidad total que era muestra de su gran sencillez. “Respiraba libertad” (p. 214) al tiempo que era muy trabajadora. No perdía la paz ni el buen humor, y sabía decir y hacer lo que debía. Son innumerables las anécdotas que narran la capacidad que tenía de llevar su dura enfermedad y su trabajo intenso, estando al mismo tiempo totalmente metida en Dios y volcada en los demás. Como el material refractario, no perdía sus condiciones internas. Al contrario, crecía y crecía en su amor a Dios. Así expresa ella misma en su agenda personal, por ejemplo, ya poco antes de fallecer, cuál era su gran deseo: “Profundizar en el silencio hasta llegar donde sólo está Dios. Donde ni los ángeles, sin permiso nuestro, pueden entrar. Y, allí, adorar a Dios, y alabarle, y decirle cosas tiernas” (p. 243).
Refractar todos los momentos y circunstancias hacia Dios, empezando por su pasión por mejorar y profundizar en todo lo relacionado con su profesión. Y así hasta el final. Es significativa y sorprendente cuando se pone en su contexto, una de las últimas anécdotas que se conocen de su vida, a muy pocas horas de fallecer. “Una mañana, cuando entré en la habitación, vi que estaba lavando en el lavabo. Le pregunté qué lavaba y me dijo: No, no estoy lavando, estoy haciendo unas pruebas de textiles; quiero experimentar cómo actúan estas sustancias en ciertas manchas” (p.272). Con esa sencillez, Guadalupe sabía conjugar lo cotidiano de cada día, su profesión e interés humano, con la Cruz de Dios que en esos momentos era tan visible y que a otras personas le hubiera llevado a sentirse víctimas e incapaces de hacer más. “¡Qué agonía la de Guadalupe! ¡Tan breve y tan larga! Cuarenta horas que vivió, como toda su vida, con absoluta entrega!”, comentaba su hermano Eduardo, que la acompañó especialmente de cerca en esos últimos días (p. 279). Pero en medio de esa agonía, quienes la trataban la veían llena de paz, llena de Dios.
San Josemaría solía referirse, como ejemplo aplicable a la vida interior, a esos tapices que decoran a veces grandes paredes, con hazañas impresionantes de héroes y batallas, pero que vistos por detrás no mostraban sino infinitos nudos, a veces deshilachados. Del mismo modo−decía sobre todo refiriéndose a la enfermedad− Dios se sirve de los sucesos duros de la vida para algo muy grande que no podemos ni debemos procurar ver por el lado de los nudos, pero que por el lado que Dios ve va dejando una obra tan maravillosa como es la santidad. "Hijos míos −decía en una ocasión−, yo os contare algo de la experiencia de quien estuvo diez años con una enfermedad grave, sin curación, y que estuvo contento, cada día más contento, porque se abandonó en los brazos de Dios, se persuadió de que Dios no es una entelequia, un ser lejano: es más que una madre buena. Cuando tú −recordaré a ese padre, a esa madre, a los dos− cuando tú quitas de las manos de un niño tuyo un cuchillo, una navaja, unas cerillas, con las que está jugando temes que se haga daño, el chiquillo protesta, porque le haces daño, porque le quitas un juguete. Nosotros, con la visión de este mundo, estamos viendo un tapiz al revés, por la parte de los nudos, y no comprendemos que la felicidad está después, que esto se marcha como se va el agua de entre las manos. Esto es fugaz. Tempus breve est, afirma el Espíritu Santo. Hay muy poco tiempo para amar. Díselo a ellos de mi parte, de parte de quien estuvo enfermo, moribundo por años; más: que murió, pero vive por ahí, por ahí dando guerra. Insísteles que el Señor del Cielo es su Padre y que el tiempo para amar es corto. ¡Qué amen aquí! Y que el amor se manifiesta en el dolor”.
Así, nudo tras nudo, hasta hacer un valiosísimo tapiz, fue la vida de Guadalupe, siempre girando en torno a la profesión y a la investigación química. Tras obtener la plaza de Profesor Titular, Guadalupe comenzó a ejercer la docencia en la Escuela de Maestría Industrial, con un gran prestigio y profesionalidad. Y además, a partir de 1968 participa en la creación de una Escuela de Ciencias Domésticas, una labor innovadora. Allí Guadalupe fue nombrada subdirectora y profesora de textiles. Comenzó entonces lo que luego sería el Centro de Estudios e Investigación de Ciencias Domésticas. Durante ese tiempo, como siempre, Guadalupe desplegó una actividad profesional incansable, a pesar de que, como decimos, las limitaciones físicas fueran en aumento. Y así fue, hasta que tuvo que despedirse en abril de 1975, para ingresar en la Clínica Universidad de Navarra a primeros de junio con el fin de volverse a operar. Falleció pocas semanas después, en la fiesta de la Virgen del Carmen.
Seguirá siendo un misterio la tilma de la Virgen de Guadalupe, pero seguirá siendo sobre todo un motivo para que muchas personas vean lo que Dios es capaz de hacer cuando encuentra a una persona sencilla y buena como Juan Diego. También será un misterio la pregunta acerca del “material” de una persona santa como Guadalupe. San Josemaría va a la raíz que desvela el misterio: el amor y la gracia de Dios en todas sus manifestaciones, sobre todo en el dolor y la enfermedad. Guadalupe llegó a la misma respuesta con su vida y, curiosamente, a través de su trabajo profesional centrado en materiales refractarios, nos quiso decir que mientras ella se pasó su vida investigando y conociendo ese tipo de materiales, Dios se gozaba experimentando con esa hija suya que tan bien le correspondía. Su resultado fue “cum laude”. Y ha querido ponerla en nuestras manos, con todo lo que ella era y tenía, para que nos sirviera como ejemplo de lo que son los materiales refractarios más importantes. Aquellos que resisten en el dolor sin sentirse víctimas, y que reflejan con su vida entregada qué grande y sorprendente es el Amor de Dios.
Antonio Schlatter Navarro
Zaragoza, 12 de diciembre de 2016
Fiesta de la Virgen de Guadalupe
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Guadalupe Ortiz de Landázuri, la búsqueda de Dios de una científica.
[1] En el año 2001 comenzó su proceso de canonización. Ya está entregada, en la Congregación de las Causas de los santos, la Positio sobre su vida, las virtudes y la fama de santidad de la Sierva de Dios.
[2] Para los textos e ideas que aquí recogemos hemos empleado la biografía que ahora mismo hay sobre ella: M. Eguibar, Guadalupe Ortiz de Landázuri. Trabajo, amistad y buen humor, ed. Palabra, Madrid 2001. Al final de los textos entrecomillados ponemos la página de ese libro a la que corresponde la cita.
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Amor, perdón y liberación |
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San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
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