Durante la audiencia general el Papa ha explicado la parábola de la viuda que consigue que un juez injusto la ayude gracias a su insistencia
Queridos hermanos y hermanas
En la parábola que hemos escuchado, Jesús nos indica la necesidad de orar siempre sin desfallecer. Del ejemplo de la viuda, una persona desvalida y sin defensor, el Señor saca una enseñanza: si ella, con su insistencia, consiguió obtener de un juez injusto lo que necesitaba, cuánto más Dios, que es nuestro padre bueno y justo, hará justicia a los que se la pidan con perseverancia, y además lo hará sin tardar.
La perseverancia expresa una confianza que no se rinde ni se apaga. Como Jesús en Getsemaní, tenemos que orar confiándolo todo al corazón del Padre, sin pretender que Dios se amolde a nuestras exigencias, modos o tiempos, esto provoca cansancio o desánimo, porque nos parece que nuestras plegarias no son escuchadas. Si, como Jesús, confiamos todo a la voluntad del Padre, el objeto de nuestra oración pasa a un segundo plano, y se manifiesta lo verdaderamente importante: nuestra relación con él. Este es el efecto de la oración, transformar el deseo y modelarlo según la voluntad de Dios, aspirando sobre todo a la unión con él, que sale al encuentro de sus hijos lleno de amor misericordioso.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Pidamos al Señor una fe que se convierta en oración incesante que se nutra de la esperanza en su venida y que nos haga experimentar la compasión de Dios.
La parábola evangélica que acabamos de escuchar (cfr. Lc 18,1-8) contiene una enseñanza importante: «La necesidad de orar siempre y no desfallecer» (v. 1). Así pues, no se trata de rezar alguna vez, cuando lo noto. No, Jesús dice que hay que «orar siempre y no desfallecer». Y pone el ejemplo de la viuda y del juez.
El juez es un personaje poderoso, llamado a dictar sentencia según la Ley de Moisés. Por eso, la tradición bíblica recomendaba que los jueces fuesen personas temerosas de Dios, dignas de fe, imparciales e incorruptibles (cfr. Ex 18,21). Al contrario, este juez «ni temía a Dios, ni respetaba a los hombres» (v. 2). Era un juez inicuo, sin escrúpulos, que no tenía en cuenta la Ley sino que hacía lo que quería, según su interés. A él se dirige una viuda para que le hiciera justicia. Las viudas, con los huérfanos y los extranjeros, eran las categorías más débiles de la sociedad. Los derechos que les aseguraba la Ley podía ser conculcados con facilidad porque, siendo personas solas e indefensas, difícilmente podían hacerse valer: a una pobre viuda, allí, sola, sin nadie que la defienda, podían ignorarla e incluso no hacerle justicia. Y lo mismo al huérfano, al extranjero, al inmigrante: en aquel tiempo era muy fuerte esta problemática. Ante la indiferencia del juez, la viuda acude a su única arma: continuar insistentemente importunándolo, presentándole su petición de justicia. Y precisamente con esa perseverancia logra su fin. El juez, en efecto, la acaba escuchando, no porque se sienta movido por la misericordia, ni porque su conciencia se lo imponga; simplemente admite: «porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia» (v. 5).
De esta parábola, Jesús saca una doble conclusión: si la viuda ha logrado doblegar al juez deshonesto con sus insistentes peticiones, cuánto más Dios, que es Padre bueno y justo, «hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche»; y además no «tardará en responderles», sino que actuará «prontamente» (vv. 7-8).
Por eso, Jesús exhorta a rezar sin cansarse. Todos tenemos momentos de cansancio y de desánimo, sobre todo cuando nuestra oración parece ineficaz. Pero Jesús nos asegura: a diferencia del juez deshonesto, Dios escucha prontamente a sus hijos, aunque eso no significa que lo haga en los tiempos y en los modos que nos gustaría. ¡La oración no es una varita mágica! Nos ayuda a conservar la fe en Dios, a fiarnos de Él aunque no comprendamos su voluntad. En esto, Jesús mismo −¡que rezaba tanto!− nos da ejemplo. La Epístola a los Hebreos recuerda que «Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente» (5,7). A primera vista, esta afirmación parece inverosímil, porque Jesús murió en la cruz. Sin embargo, la Epístola a los Hebreos no se equivoca: Dios salvó de verdad a Jesús de la muerte dándole sobre ella completa victoria, pero la senda recorrida para obtenerla ¡pasó a través de la muerte misma! La referencia a la súplica que Dios escuchó nos manda a la oración de Jesús en Getsemaní. Asaltado por la angustia de lo que se le viene encima, Jesús pide al Padre que le libere del cáliz amargo de la pasión, pero su oración está llena de la confianza en el Padre y se fía sin reservas a su voluntad: «Pero −dice Jesús−, no se haga mi voluntad sino la tuya» (Mt 26,39). El objeto de la oración pasa a segundo plano; lo que importa ante todo es la relación con el Padre. Eso es lo que hace la oración: transforma el deseo y lo modela según la voluntad de Dios, cualquiera que sea, porque quien reza aspira en primer lugar a la unión con Dios que es Amor misericordioso.
La parábola termina con una pregunta: «Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?» (v. 8). Y con esa pregunta se nos pone a todos en guardia: no debemos desistir de la oración aunque no sea correspondida. Es la oración la que conserva la fe, ¡sin ella la fe vacila! Pidamos al Señor una fe que se haga oración incesante, perseverante, como la de aquella viuda de la parábola, una fe que se nutre del deseo de su venida. Y en la oración experimentamos la compasión de Dios que, como un Padre, sale al encuentro de sus hijos lleno de amor misericordioso.
Hoy se celebra la Jornada internacional por los niños desaparecidos. Es un deber de todos proteger a los niños, sobre todo los expuestos a elevado riesgo de explotación, trata y conductas desviadas. Espero que las Autoridades civiles y religiosas puedan remover y sensibilizar las conciencias, para evitar la indiferencia ante el mal de los niños solos, explotados y alejados de sus familias y de su contexto social, niños que no pueden crecer serenamente ni mirar con esperanza al futuro. Invito a todos a la oración para que cada uno de ellos sea restituido al cariño de sus seres queridos.
Mañana en Roma viviremos la tradicional procesión del Corpus Christi. A las 19 en la Plaza de San Juan de Letrán celebraré la Santa Misa, y luego adoraremos al Santísimo Sacramento caminando hasta la Basílica de Santa María Mayor. Invito a romanos y peregrinos a participar en ese solemne acto público de fe y de amor a Jesús realmente presente en la Eucaristía.
El lunes pasado, en la amada Siria, ocurrieron atentados terroristas que han provocado la muerte de un centenar de civiles inermes. Exhorto a todos a rezar al Padre misericordioso y a la Virgen para que dé el reposo eterno a las víctimas, el consuelo a los familiares y convierta el corazón de cuantos siembran muerte y destrucción. Recemos todos juntos a la Virgen: Dios te salve María…
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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