Hoy, como ayer, como siempre: los valores que se transmiten en familia; el valor del ejemplo…
Hay días −vamos a hablar claro− que uno está para posts. Y otros que no.
Así que hoy, que es de los que no… del post semanal se encarga Yago. Verás que escribe bien…
Yago es un chavalín de 7 años que juega al golf y de quien nada hubiéramos sabido (a pesar de que, sí, ganó un trofeo) si no llega a ser por lo que hizo después.
Hace escasamente un mes, con su letra de niño, Yago escribió una carta a su federación en la que les pedía que le retirasen el trofeo que acababa de ganar “para que se lo deis a mis compañeros que se lo merecen”.
Al llegar a casa, se había dado cuenta de que el jurado había cometido un error en el recuento de golpes…
Afirmaba el escritor galo Anatole France que no hace ninguna falta que los buenos ejemplos sean verdad. Basta −decía− que sean de verdad ejemplares. No estoy de acuerdo.
En cualquier caso, en el supuesto de Yago concurren las dos circunstancias: el hecho es tan real como ejemplar. Y la actuación del chico es justa, honesta, íntegra.
Chapeau para él y para sus padres, por los valores que le han transmitido.
Señalaba Benjamín Franklin que “en los tratos entre los hombres, la verdad, la sinceridad e integridad son de mayor importancia para la felicidad en la vida”.
Estoy convencido de que Yago, sus padres… y hasta los hijos de aquél, si un día los tiene, recordarán con legítimo orgullo y felicidad esa carta manuscrita en 2016 por un chavalín de siete primaveras. Y espero que una copia de la misma luzca, debidamente enmarcada, en la estantería de trofeos.
Seguro que a Yago no le resultó fácil escribir la carta, lo que hace mayor el mérito. ¡Menudo jarro de agua fría se llevó el pobre cuando se percató de la equivocación! “Había sido un error, pero no quería que nadie pensara que era un tramposo” y “su gran preocupación era que no se enterara su madre” (aquí tienes la noticia).
El padre de Yago le había dejado tomar la decisión: “podía no decírselo a nadie o cumplir con las reglas y comunicar el error a la Federación”, lo que le dejó “hecho polvo”. Yago se marchó y muy pronto regresó teniéndolo muy claro: renunciaba a su trofeo.
El crío no quería que se enterase su mamá y fíjate: apareció en los periódicos, lo sabemos hasta tú y yo… ¡Y mejor que se haya enterado la buena mujer! ¡Cómo se le caerá la baba −con motivo− con la carta que escribió su hijo!
Permíteme concluir con una breve historia que escuché hace poco:
Un padre estaba en la taquilla de un parque de atracciones comprando entradas para él y sus cinco hijos. Le dieron su pase y cinco tickets más para menores de 14 años. De pronto, el papá comentó a la vendedora: “Disculpe, se me pasó, éste cumplió ayer” −y señaló al mayor de los chavales−.
Ella, asombrada, le dijo: ¡Si no me lo hubiese advertido, hubiera colado!
Pero el padre pensó: si te lo hubiera ocultado voluntariamente tú no te habrías percatado de mi trampa, pero mis pequeños y yo, sí.
El padre del parque de atracciones −a éste no sé si le gustaba el golf− tampoco quiso meter la bola.
Una buena lección para sus hijos… que le costó cinco euros. Pero ni un discurso ni un razonamiento.
Hoy, como ayer, como siempre: los valores que se transmiten en familia; el valor del ejemplo…
Y, naturalmente, no me refiero a los cinco euros de más que hubo de pagar el padre. Que solo el necio confunde valor con precio, como decía Quevedo.
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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