La persona verdadera necesita un amor auténtico: ese debe ser uno de los grandes argumentos de la existencia, incluso en los tiempos livianos en los que nos ha tocado vivir
La vida consiste en un aprendizaje continuo. Una de las piedras angulares de la educación es tener conciencia de las propias limitaciones. La cultura abarca muchos campos, que se abren en abanico en distintos terrenos. Vengo observando desde hace un cierto tiempo un fenómeno que me llama poderosamente la atención: la falta de madurez afectiva en hombres jóvenes, que van de los veintitantos años largos en adelante, que no saben gestionar de forma sana el mundo de las emociones.
La educación sentimental es una pieza clave de la cultura. Difícilmente una persona podrá alcanzar un adecuado desarrollo psicológico si no sabe educar y enfocar de forma sana los sentimientos. Vivimos en una época de intensa incultura afectiva en el hombre (que no en la mujer), que se manifiesta de modos muy diversos: infidelidad de muchas parejas, consumo de sucedáneos sentimentaloides, amores ficticios, relaciones frágiles que se rompen y se recomponen y se vuelven a romper, rupturas traumáticas, amores eólicos y mucho desamor en nuestro entorno.
Los sentimientos son una base importante de nuestra existencia. Nuestra primera aproximación a la realidad es afectiva: esto no me gusta, aquello no me cae bien, me dio mala impresión… son frases que decimos en el lenguaje coloquial. Tengo que hacer la siguiente afirmación antes de seguir adelante: la mujer sabe mucho más de la afectividad que el hombre, conoce ese campo, lo cultiva y lo sabe expresar de forma más clara y eficaz. El hombre está en otros temas (la actualidad política y/o económica, su trabajo profesional, lo deportivo y un largo etcétera), de tal manera que se ha ido produciendo en los últimos años una marcada socialización de la inmadurez sentimental del hombre, que es casi un escándalo en la falda de este siglo XXI, hombres que solo quieren pasar el rato con una mujer, divertirse, pero que huyen ante cualquier cosa que huela a compromiso.
El mapa del mundo sentimental produce choques y enfrentamientos frecuentes. Unos son plácidos, otros producen temor e incertidumbre, otros gratifican con su presencia. No es una materia de corte matemático, sino que tiene profundas raíces psicológicas y presenta una amplia gradación de tonos y colores. El objetivo de la educación sentimental es lograr un buen equilibrio entre corazón y cabeza, entre lo afectivo y lo racional. En el siglo XVIII, la Ilustración produjo la entronización de los instrumentos de la razón. En el siglo XIX, con el Romanticismo, se dio la exaltación de las pasiones y de la emotividad. A lo largo del siglo XX, el mundo racional y el afectivo estuvieron a la gresca y solo al final del mismo se intentaron aunar ambas constelaciones. Es lo que Goleman llamó la inteligencia emocional, conjugar de forma armónica ambos ingredientes.
En la novela Climas, André Maurois describe a su protagonista, Phillipe de Marcenant, como un joven sensible, observador, que se enamora perdidamente de Odile, una jovencita de belleza etérea, desdibujada, huidiza, y de psicología frágil. Phillipe idealiza en exceso a esa muchacha y cuando viene la realidad del día a día, bastante más prosaica, aparecen las desavenencias, los momentos malos, la falta de diálogo, los silencios prolongados, la lista de reproches… Es un claro ejemplo de analfabetismo afectivo. Para vivir en pareja y que eso funcione hay que tener una preparación psicológica adecuada y conocer cómo funciona la convivencia, y sus principales reglas.
Las manifestaciones de esta incultura quiero clasificarlas en los siguientes apartados:
1º. Miedo o pánico al compromiso. Muchos jóvenes de hoy salen, entran, se relacionan, pero cuando se plantea que todo eso aterrice en un compromiso sólido reaccionan con miedo, ansiedad, gran desasosiego… o pánico o temor enorme a que eso no funcione, y salen huyendo. Solo quien es libre es capaz de comprometerse.
2º. Esa inmadurez afectiva se puede asociar con un buen nivel profesional. Se trata, por tanto, solo de un bajo nivel de conocimiento y manejo de ese campo. Se trata de buenos profesionales, médicos, ingenieros, arquitectos, abogados o gente con profesiones no universitarias que se desenvuelve bien en esas tareas, pero que paradójicamente sabe muy poco de la afectividad. Les cuesta amar, querer en el sentido de entregarse, y tratan de aplazar cualquier vínculo o unión. Pasarlo bien, pero sin otras miras.
3º. Va apareciendo de forma gradual una cierta in capacidad para expresar sentimientos. Los sentimientos aparecen mediante el lenguaje verbal (las palabras), el lenguaje no verbal (los gestos), el subliminal (que se cuela entre los dos anteriores), el epistolar (escribir pequeñas notas de amor… esto ya es para nota) y en los lenguajes modernos de las redes sociales. Esas dificultades para dar cuenta de lo que uno siente se llama hoy alximitia (palabra latina que procede de la: partícula negativa; lexos: lenguaje; y timia: afectividad): no saber o no poder expresar afecto. Eso a la larga es una limitación psicológica bastante seria.
4º. Este tipo de hombre se centra casi exclusivamente en el trabajo. Se va produciendo en él una hipertrofia profesional, que a menudo se desliza hacia la adicción al trabajo: no tener tiempo más que para trabajar. Trabajar y ganar dinero, esos son los dos objetivos. Por ese derrotero, esta persona utiliza lo emocional como divertimento, pasar el rato, un entretenimiento sin más… como una exploración de sí mismo como telón de fondo.
5º. Siguiendo este curso de ideas, esa persona se encamina hacia una mezcla de egoísmo y egolatría. Pensar solo en sí mismo y tener una idolatría de suyo. Solo se centra en progresar profesionalmente, adquirir una adecuada aposición económica y disfrutar y pasarlo bien. Todo se queda ahí. Se han evaporado los valores humanos y la palabra amor se diluye en encuentros sexuales puntuales, pasajeros, donde esa persona se busca a sí misma una y otra vez. Es la magia de lo efímero. Todo se torna intrascendente. No hay cabida para un amor auténtico. Es el monumento al individualismo.
Todo ligero, sin calorías. Es la vuelta del hombre light con otros ropajes. El hedonismo y la permisividad se sitúan en primer plano: el placer y todo vale. Ese joven que describo se mueve en esas coordenadas. Y de ahí se desprenden, desgajados, el consumismo y el relativismo. Un ser humano de poco valor, que termina cayendo sin darse cuenta en un gran vacío interior: sin moral, sin valores, es la ética indolora. Es la absolutización de lo relativo.
La persona verdadera necesita un amor auténtico: ese debe ser uno de los grandes argumentos de la existencia, incluso en los tiempos livianos en los que nos ha tocado vivir.
Enrique Rojas, catedrático de Psiquiatría.
Fuente: abc.es.
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