El Santo Padre continúa su catequesis sobre la misericordia en la Biblia; explicó que cada persona es particularmente querida por Dios y que al igual que ayudó al pueblo judío a salir de Egipto desea ayudar a cada uno
Queridos hermanos y hermanas:
El relato del libro del Éxodo que hemos escuchado nos muestra cómo la misericordia de Dios ha estado siempre presente en toda la historia del Pueblo de Israel. Por esto, cuando su vida se vuelve dura por la esclavitud en Egipto, Dios no permanece indiferente ante a su sufrimiento. Lo salva del Faraón por medio de Moisés, a quien escoge como mediador de liberación. Lo saca de Egipto, lo conduce a través del Mar Rojo y del desierto, hacia la tierra prometida, hacia la libertad.
La misericordia de Dios no es indiferente al dolor del oprimido, al grito de quien sufre violencia, esclavitud, o es condenado a muerte. El sufrimiento es una triste realidad que aflige a toda época, también a la nuestra. Nos hace sentir impotentes y tentados a endurecer el corazón. Dios, en cambio, «no es indiferente», no abandona, sino que actúa y salva.
El ejemplo de Israel nos consuela y aviva nuestra esperanza en la salvación de Dios. Él elige a Israel, lo educa como un padre a su hijo, y le propone una relación de amor particular que lo convierte en "pueblo de su propiedad”. También a nosotros nos ofrece las maravillas de su misericordia, que llega a su pleno cumplimiento en Jesucristo, que con su Sacrificio Pascual inaugura la "Alianza nueva y eterna”, nos obtiene el perdón de nuestros pecados y nos convierte definitivamente en hijos de Dios.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que el Señor Jesús nos conceda experimentar siempre en nuestra vida el amor y la misericordia de Dios, nuestro Padre. Muchas gracias.
En la Sagrada Escritura, la misericordia de Dios está presente a lo largo de toda la historia del pueblo de Israel. Con su misericordia, el Señor acompaña el camino de los Patriarcas, les da hijos a pesar de la condición de esterilidad, les conduce por senderos de gracia y de reconciliación, como demuestra la historia de José y sus hermanos (cfr. Gen 37-50). Pienso en tantos hermanos que están alejados en una familia y no se hablan. Este Año de la Misericordia es una buena ocasión para encontrarse, abrazarse y perdonarse y olvidar las cosas feas. Pero, como sabemos, en Egipto la vida para el pueblo se hizo dura. Y precisamente cuando los Israelitas están a punto de sucumbir es cuando el Señor interviene y realiza la salvación.
Se lee en el Libro del Éxodo: «Después de muchos días murió el rey de Egipto, y los Israelitas gemían por su esclavitud, y elevaron gritos de lamento; y sus gritos de esclavitud subieron hasta Dios. Y oyó Dios su lamento, y se acordó de su Alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Y vio Dios la condición de los Israelitas, y Dios cuidó de ellos» (2,23-25). La misericordia no puede permanecer indiferente ante el sufrimiento de los oprimidos, el grito de quien está sometido a violencia, reducido a esclavitud, condenado a muerte. Es una dolorosa realidad que aflige a toda época, incluida la nuestra, y que nos hace sentir a menudo impotentes, tentados de endurecer el corazón y pensar en otra cosa. Dios en cambio «no es indiferente» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2016, 1), nunca aparta su mirada del dolor humano. El Dios de misericordia responde y cuida de los pobres, de los que gritan su desesperación. Dios escucha e interviene para salvar, suscitando hombres capaces de sentir el gemido del sufrimiento y de actuar en favor de los oprimidos.
Así comienza la historia de Moisés como mediador de liberación para el pueblo. Se enfrenta al Faraón para convencerlo de que deje partir a Israel; y luego guiará al pueblo, a través del Mar Rojo y del desierto, hacia la libertad. Moisés, al que la misericordia divina salvó recién nacido de la muerte en las aguas del Nilo, se hace mediador de la misma misericordia, permitiendo al pueblo nacer a la libertad salvado de las aguas del Mar Rojo. También nosotros en este Año de la Misericordia podemos hacer esta labor de ser mediadores de misericordia con las obras de misericordia para acercar, dar alivio, hacer unidad. ¡Tantas cosas buenas se pueden hacer!
La misericordia de Dios actúa siempre para salvar. Todo lo contrario que la obra de los que actúan siempre para matar: por ejemplo los que hacen las guerras. El Señor, mediante su siervo Moisés, guía a Israel por el desierto como si fuese un hijo, lo educa en la fe y hace alianza con él, creando un vínculo de amor fortísimo, como el del padre con el hijo y el esposo con la esposa.
A tanto llega la misericordia divina. Dios propone un trato de amor particular, exclusivo, privilegiado. Cuando da instrucciones a Moisés sobre la alianza, dice: «Si escucháis mi voz y guardáis mi alianza, seréis para mí una propiedad particular entre todos los pueblos; ¡porque mía es toda la tierra! Vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa» (Ex 19,5-6).
Ciertamente, Dios posee ya toda la tierra porque la creó; pero el pueblo se convierte para Él en una posesión distinta, especial: su personal “reserva de oro y plata” como la que el rey David afirmaba haber dado para la construcción del Templo.
Pues bien, así somos nosotros para Dios acogiendo su alianza y dejándonos salvar por Él. La misericordia del Señor hace al hombre valioso, como una riqueza personal que Le pertenece, que Él protege y en quien se complace.
Estas son las maravillas de la misericordia divina, que llega a pleno cumplimiento en el Señor Jesús, en aquella “nueva y eterna alianza” consumada en su sangre, que con el perdón destruye nuestro pecado y nos hace definitivamente hijos de Dios (cfr. 1Jn 3,1), joyas preciosas en las manos del Padre bueno y misericordioso. Y si somos hijos de Dios y tenemos la posibilidad de tener esa herencia −la de la bondad y la misericordia− respecto a los demás, pidamos al Señor que en este Año de la Misericordia también nosotros hagamos cosas de misericordia; abramos nuestro corazón para llegar a todos con las obras de misericordia, la herencia misericordiosa que Dios Padre ha tenido con nosotros.
El Pontificio Consejo Cor Unum, con ocasión del Jubileo de la Misericordia, ha promovido un día de retiro espiritual para las personas y grupos comprometidos en el servicio de la caridad. La jornada, que se tendrá en cada diócesis durante la próxima Cuaresma, será ocasión para reflexionar sobre la llamada a ser misericordiosos como el Padre. Invito a acoger esta propuesta, utilizando las indicaciones y ayudas preparadas por Cor Unum.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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