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La vitalidad de la verdad puede ponerse en peligro si se cede a la comodidad, al propio interés o a las simpatías, por encima de la libertad de espíritu, de la responsabilidad y de la fidelidad a la verdad
Uno de los “valores” (o cuando el “valor” se ha personalizado convirtiéndose en hábito bueno) de las virtudes fundamentales de toda persona, es el amor a la verdad. Esto lleva consigo la voluntad de que se reconozca y acepte. Mucho, o todo, depende, en la vida personal y social, de la veracidad.
Decir la verdad
Para Romano Guardini (Una ética para nuestro tiempo, eds. Cristiandad 2007), el amor a la verdad implica el lenguaje (traducir la verdad en las palabras, en las actitudes y gestos), cierta seguridad interior (vencer la timidez y el apuro) y, antes, la conciencia. Ésta nos lleva a decir la verdad, señala, «a no ser que la situación te recomiende callar o que puedas eludir una pregunta de modo decente»; esto es, «en el supuesto previo de que el otro tenga derecho a ser informado».
Añade este autor que decir la verdad, para que sea humano y vivo (y no caiga en riesgos de unilateralidad, daño e incluso destrucción), debe contar tener presente las circunstancias, y por tanto la atención a las personas, el tacto y la bondad. Y es que «el que habla debe sentir también lo que causa con eso». Cita a San Pablo, cuando escribe a los cristianos de Éfeso que deben “decir la verdad en el amor” (Ef. 4, 15).
Por otra parte, la vitalidad de la verdad —agrega este gran educador— puede ponerse en peligro si se cede a la comodidad, al propio interés o a las simpatías, por encima de la libertad de espíritu, de la responsabilidad y de la fidelidad a la verdad. Por eso, junto con la precaución (podríamos hablar aquí de prudencia), importa la valentía para decir la verdad cuando es difícil.
Cuidado al decir la verdad: verdad y autenticidad
Entrando más en detalles, Guardini precisa que la veracidad necesita experiencia de la vida y comprensión de sus caminos. Sin esto, uno puede creer que expresa la verdad cuando por el contrario, la daña; por ejemplo, al emitir juicios apresurados sobre alguien. A este respecto cita el dicho: «La veracidad es la más sutil de todas las virtudes. Pero hay gentes que la manejan como una estaca».
La experiencia muestra que el hombre es un ser misterioso. Por eso debe vivir en la verdad y manifestarla también en las relaciones interpersonales (amistad, trabajo, amor, matrimonio y familia). Pero debe comenzar por no engañarse a sí mismo. Esto le sucede al que siempre pretende tener razón o hacer su voluntad, o habitualmente echa la culpa a los demás, sin caer en la cuenta de su propia culpa, presunción y estrechez de corazón, y de los daños que produce. Aunque sólo fuera por esto, es conveniente el examen de la propia conducta.
«La verdad —escribe Guardini— es también aquello por lo que el hombre hace pie en sí mismo y llega a tener carácter». La experiencia de sí mismo le informa de que esto no es automático, pues ha de vencer la posibilidad del mal ya en su interior (el cristianismo tiene una explicación para esto: el pecado original).
La verdad sobre el hombre y la Verdad de Dios
Deduce de ahí consecuencias importantes para los educadores, los científicos y los literatos, los políticos, los comunicadores, los artistas, etc.; pues cualquier “imagen” del hombre —en la ciencia y en la literatura, en la política, en el periodismo o en el cine— que “calle” sobre el mal, falsea la verdad del hombre. (Hoy también convendría añadir: y cualquier “imagen” que presente de modo unilateral los defectos o las miserias de la personas, sin sugerir o educar a la vez sobre su grandeza, su dignidad y belleza, también falsea la verdad).
Y concluye: de un modo definitivo, auténtico y absoluto, la verdad sólo está en Dios. Más aún, la verdad es su propio modo de ser y conocer. Por eso, «quien está por la verdad está por Dios. Quien miente se rebela contra Dios y traiciona a la raíz de sentido de la existencia». Y Dios terminará por dar a la verdad todo su poder en el día del Juicio.
La verdad es inseparable del amor
Benedicto XVI ha subrayado la importancia de unir la verdad con el amor. Ha explicado la expresión de San Pablo (realizar la verdad en la caridad o en el amor) completándola con la recíproca: vivir o realizar la caridad en la verdad (cf. encíclica Caritas in veritate).
Dice así el Papa: «Vivir la caridad en la verdad lleva a comprender que la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano integral» (n. 4). En relación con el saber y la ciencia, afirma: «La caridad en la verdad exige ante todo conocer y entender, conscientes y respetuosos de la competencia específica de cada ámbito del saber. (…) No existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor» (n. 30).
La caridad en la verdad implica también la apertura al don: la vivencia, en lo personal y en lo social, de la gratuidad como expresión de fraternidad; y, en último término, de la apertura a Dios (cf. n. 34) y a la dimensión espiritual del hombre (cf. n. 77), superando una visión puramente materialista.
Por tantos motivos, buscar la verdad, junto con el amor que le es inseparable, es un valor esencial de toda educación y exige, para tomar cuerpo, una sólida formación ética.
Ramiro Pellitero. Universidad de Navarra
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