Pautas que nos enseñan a vivir, a empatizar con los demás, a ser generosos, amables y leales
Tengo que confesar que me impresionó el exquisito recibimiento del Santo Padre por el presidente Barack Obama. Más aún, si consideramos que la religión de Obama es el protestantismo, y no precisamente de la línea de los que podemos considerar muy “complaciente” con los dogmas del catolicismo.
Pero pocos líderes mundiales han sido recibidos a los pies de la escalerilla del avión por el presidente, el vicepresidente de Estados Unidos y sus familias. Y este extraordinario gesto hay que valorarlo cuanto menos como elegante, un “saber estar” ejemplo para muchos líderes políticos del mundo.
No quisiera frivolizar sobre este tema pero sí dejar constancia de que la elegancia, el “saber estar”, no fue que el vestido de Michelle Obama y sus niñas fuera el más adecuado para el momento. Más bien, fueron las palabras, miradas, gestos, y por supuesto, la finura en el trato que evidenciaron al "emperador de la paz" en ese pequeño instante.
Y esta cortesía, afabilidad, es una cualidad necesaria para la convivencia humana, puesto que aprender a ser, aprender a conocer, aprender a hacer, y por supuesto, aprender a convivir son las grandes pautas que nos enseña a vivir, a empatizar con los demás, a ser generosos, amables y leales. En definitiva, desarrollamos los valores que todos los seres humanos llevamos en nuestro interior pero que muchas veces necesitamos de una preparación para desarrollarlos.
Como decía Ricardo Yepes en su artículo La elegancia, algo más que buenas maneras,
“ser cortés no es sólo tratar correcta y educadamente a las personas, lo cual implica ya reconocerlas dignas de buen trato, sino todavía más: omitir decididamente todo detalle que resulte molesto o vergonzoso, e incluso buscar la compostura, la finura y el donaire en el decir y actuar, de modo que se merezca por ello la estimación, el aprecio, y aún la admiración”.
Y añadía:
“Si el hombre habla, no sólo con sus palabras, sino también con su expresión, con su gesto, con su figura, con su vestido y apariencia, decir las cosas bellamente se torna no sólo bueno, sino deseable, pues al ejercerse nos dignifica como personas y eleva al nivel de lo verdaderamente humano la comunidad de vida que tenemos con los demás”.
De estos pequeños detalles dependerá una muy buena sintonía para, como señaló el Papa Francisco en la Casa Blanca:
“Edificar una sociedad que sea verdaderamente tolerante e inclusiva, para salvaguardar los derechos de los individuos y las comunidades, y para rechazar toda forma de discriminación injusta. Al igual que incontables personas de buena fe, están preocupados que sus esfuerzos por construir una sociedad justa y ordenada sabiamente respeten sus intereses más profundos y su derecho a la libertad religiosa. Esa libertad sigue siendo una de las posesiones más preciosas de América. Y tal como nos han recordado mis hermanos, los Obispos de Estados Unidos, todos son llamados a estar vigilantes, precisamente como buenos ciudadanos, para preservar y defender esa libertad de todo lo que pudiera amenazarla y comprometerla (…).
Quisiera que todos los hombres y mujeres de buena fe de esta gran nación apoyaran los esfuerzos de la comunidad internacional de proteger a los vulnerables en nuestro mundo y de estimular los modelos de desarrollo integrales e inclusivos, para que nuestros hermanos y hermanas en todos lados conozcan las bendiciones de paz y prosperidad que Dios quiere para todos sus hijos”.
Por supuesto, no pretendo con esta reflexión hablar de políticas. No me gustaría que nadie se llevara a engaño. Puede ser que no haya sabido reflejar −como era mi pretensión− el objetivo del mismo que es simplemente mi grata sorpresa hacia las buenas maneras, las formas, la exquisitez, el cariño,… de un saber estar, un saber hacer, que a más de uno de nuestros líderes políticos le pueden servir de ejemplo.