Texto de la catequesis del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:
Esta mañana reflexionamos sobre la íntima relación que hay entre la familia y la comunidad cristiana: la Iglesia es una familia espiritual, casa de los que creen en Jesús y viven según sus enseñanzas, y la familia, una pequeña Iglesia doméstica, escuela de amor a Dios y al prójimo.
De los grandes eventos de la historia del mundo sólo queda el recuerdo en los libros.
La historia de los afectos de las personas, en cambio, se conserva en el corazón de Dios y se inicia en la familia. Esa es la historia que cuenta. Así lo experimentó Jesús, Hijo de Dios, que nació en una familia y en ella, por 30 años, aprendió la condición humana, en la sencillez de una dura vida de trabajo, en una aldea insignificante.
Cuando inició su vida pública, quiso formar a su alrededor una comunidad, una "Asamblea”, una con-vocación de personas: esa es la Iglesia. No la quiso como una secta para privilegiados, sino como una familia hospitalaria, una casa donde todos, sin exclusión, fueran acogidos y amados. Es indispensable, pues, que la Iglesia y la familia caminen juntas como testigos de la comunión de amor, cuya fuente última es Dios mismo.
Saludo a los peregrinos de lengua española, a todos los grupos provenientes de España y de otros países latinoamericanos, en particular al grupo de la Academia Superior de la Policía de Colombia. Roguemos al Señor, por intercesión de María, Madre del Buen Consejo, que renueve y fortifique con su gracia el vínculo entre la familia y la comunidad cristiana, para que sigan ofreciendo esperanza y alegría a nuestra sociedad actual, que a menudo no les da el valor suficiente. Muchas gracias.
Hoy quisiera centrar nuestra atención en el vínculo entre la familia y la comunidad cristiana. Es un vínculo, por así decir, natural, porque la Iglesia es una familia espiritual y la familia es una pequeña Iglesia (cfr. Lumen gentium, 9).
La Comunidad cristiana es la casa de los que creen en Jesús como fuente de la fraternidad entre todos los hombres. La Iglesia camina en medio de los pueblos, en la historia de los hombres y mujeres, de los padres y madres, de los hijos e hijas: esa es la historia que cuenta para el Señor. Los grandes sucesos de las potencias mundanas se escriben en los libros de historia, y allí se quedan. Pero la historia de los afectos humanos se escribe directamente en el corazón de Dios; y esa es la historia que permanece para siempre. Es ese el lugar de la vida y de la fe. La familia es el lugar de nuestra iniciación −insustituible, indeleble− en esa historia, historia de vida plena que acabará en la contemplación de Dios para toda la eternidad en el Cielo, ¡pero que comienza en la familia! Y por eso es tan importante la familia.
El Hijo de Dios aprendió la historia humana por esa vía, y la recorrió a fondo (cfr. Hb 2,18; 5,8). ¡Es bonito volver a contemplar a Jesús y las señales de ese vínculo! Nació en una familia y allí aprendió el mundo: un taller, cuatro casas, un pueblecillo de nada. Sin embargo, viviendo durante treinta años esa experiencia, Jesús asimiló la condición humana, acogiéndola en su comunión con el Padre y en su misma misión apostólica. Luego, cuando dejó Nazaret y comenzó la vida pública, Jesús formó en torno a sí una comunidad, una asamblea, es decir, una con-vocación de personas. Ese es el significado de la palabra iglesia.
En los Evangelios, la asamblea de Jesús tiene la forma de una familia y de una familia acogedora, no de una secta exclusiva, cerrada: ahí encontramos a Pedro y a Juan, pero también al hambriento y al sediento, al extranjero y al perseguido, a la pecadora y al publicano, a los fariseos y a la muchedumbre. Y Jesús no cesa de acoger y de hablar con todos, incluso con quien ya no espera encontrar a Dios en su vida. ¡Es una fuerte lección para la Iglesia! Los mismos discípulos son elegidos para cuidar esa asamblea, esa familia de los acogidos de Dios.
Para que sea viva hoy esa realidad de la asamblea de Jesús, es indispensable reavivar la alianza entre la familia y la comunidad cristiana. Podremos decir que la familia y la parroquia son los dos lugares donde se realiza esa comunión de amor que encuentra su fuente última en Dios mismo. Una Iglesia de verdad según el Evangelio debe tener la forma de una casa acogedora, con las puertas abiertas, siempre. Las iglesias, parroquias e instituciones con las puertas cerradas no se deberían llamar iglesias: ¡se deberían llamar museos!
Y hoy, esta es una alianza crucial. Contra los centros de poderes ideológicos, financieros y políticos, ¿vamos a poner nuestras esperanzas en esos centros de poder? ¡No! ¡En los centros del amor! Nuestra esperanza está en los centros del amor, centros evangelizadores, llenos de calor humano, basados en la solidaridad y la participación (Pontificio Consejo para la Familia, Enseñanzas de J.M. Bergoglio−Papa Francisco sobre la familia y la vida 1999-2014, LEV 2014, 189). También en el perdón entre nosotros.
Reforzar el vínculo entre familia y comunidad cristiana es hoy indispensable y urgente. Ciertamente, hace falta una fe generosa para encontrar la inteligencia y el valor para renovar esa alianza. Las familias a veces se echan atrás, diciendo que no están a la altura: Padre, somos una pobre familia y también un poco destartalada; no somos capaces; tenemos ya tantos problemas en casa; no tenemos fuerzas... ¡Eso es verdad! ¡Pero ninguno es digno, nadie está a la altura, ninguno tiene fuerzas! ¡Sin la gracia de Dios, no podemos hacer nada! Todo nos viene dado, ¡gratuitamente dado! Y el Señor nunca llega a una nueva familia sin hacer algún milagro. ¡Acordémonos de lo que hizo en las bodas de Caná! Sí, el Señor, si nos dejamos en sus manos, nos hará hacer milagros −¡los milagros de cada día!− cuando está Jesús ahí, en esa familia.
Naturalmente, también la comunidad cristiana debe poner de su parte. Por ejemplo, intentar superar actitudes muy mandonas o demasiado funcionales, favorecer el diálogo interpersonal y el conocimiento y la estima recíproca. Y que las familias tengan iniciativa y sientan la responsabilidad de llevar sus preciosos dones a la comunidad. Todos debemos ser conscientes de que la fe cristiana se juega en el campo abierto de la vida compartida con todos: la familia y la parroquia deben hacer el milagro de una vida más comunitaria para toda la sociedad.
En Caná estaba la Madre de Jesús, la Madre del Buen Consejo. Escuchemos sus palabras: haced lo que Él os diga (cfr. Jn 2,5). Queridas familias, queridas comunidades parroquiales, dejémonos inspirar por esta Madre, hagamos todo lo que Jesús nos diga y nos encontraremos ante el milagro, ¡el milagro de cada día! Gracias.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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