En su catequesis semanal el Santo Padre resaltó el valor del trabajo recordando que el mismo Jesús trabajó y que era recordado entre sus coetáneos por ser el "hijo del carpintero”
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy reflexionamos sobre el trabajo y la familia. Como se puede leer en el libro del Génesis, el trabajo pertenece al proyecto de Dios en la creación. El mismo Jesús era conocido como el "hijo del carpintero”.
El trabajo es algo propio de la persona humana, y expresa su dignidad de criatura hecha a imagen de Dios. Por eso, la gestión del trabajo supone una grande responsabilidad social, que no se puede dejar a merced de la lógica del beneficio o de un mercado divinizado, en el que con frecuencia se considera a la familia como un peso o un obstáculo a la productividad.
Un trabajo que se aparta de la alianza de Dios con el hombre, y no respeta sus cualidades espirituales, tiene consecuencias negativas que golpean a los más pobres y a las familias. La misma vida civil y el hábitat natural terminan corrompiéndose. En esta coyuntura, las familias cristianas tienen la gran misión de manifestar los aspectos esenciales de la creación de Dios, como son la identidad y el vínculo del hombre y la mujer, la generación de los hijos, el trabajo que cuida la tierra y la hace habitable.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Pidamos a la Virgen María que interceda por todas las familias, y especialmente por las que sufren a causa del desempleo y la crisis, para que se les ayude a cumplir su importante misión en la Iglesia y en el mundo. Muchas gracias y que Dios los bendiga.
Tras haber reflexionado sobre el valor de la fiesta en la vida de la familia, hoy nos detenemos en el elemento complementario, que es el del trabajo. Ambos forman parte del designio creador de Dios: la fiesta y el trabajo.
El trabajo, se dice comúnmente, es necesario para mantener a la familia, para ver crecer a los hijos, para asegurar a los seres queridos una vida digna. Lo mejor que se puede decir de una persona seria y honrada es: Es un trabajador, alguien que trabaja, que en la comunidad no vive de espaldas a los demás. Hay tantos argentinos hoy −los he visto− que lo diré como decimos allá: No vive de arriba.
En efecto, el trabajo, en sus mil formas, desde el ama de casa, cuida también el bien común. ¿Y dónde se aprende ese estilo de vida laborioso? Ante todo se aprende en familia. La familia educa al trabajo con el ejemplo de los padres: el padre y la madre que trabajan por el bien de la familia y de la sociedad.
En el Evangelio, la Sagrada Familia de Nazaret aparece come una familia de trabajadores, y Jesús mismo viene llamado hijo del carpintero (Mt 13,55) o incluso el carpintero (Mc 6,3). Y san Pablo no dejará de amonestar a los cristianos: Quien no quiera trabajar que no coma (2Ts 3,10) (es una buena receta para adelgazar: ¡no trabajas, no comes!). Es Apóstol se refiere explícitamente al falso espiritualismo de algunos que, de hecho, viven de espaldas a sus hermanos y hermanas sin hacer nada (2Ts 3,11). El compromiso del trabajo y la vida del espíritu, en la concepción cristiana, no están en absoluto en contraste entre sí. ¡Es importante entender esto bien! Oración y trabajo pueden y deben estar juntos en armonía, come enseña san Benedetto. La falta de trabajo estropea también el espíritu, como la falta de oración daña también la actividad práctica.
Trabajar −repito, de mil formas− es propio de la persona humana. Expresa su dignidad de ser creada a imagen de Dios. Por eso se dice que el trabajo es sagrado. Y por eso la gestión del empleo es una gran responsabilidad humana y social, que no puede ser dejada en manos de unos pocos o descargada en un “mercado” divinizado. Causar una pérdida de puestos de trabajo significa causar un grave daño social. Yo me entristezco cuando veo que hay gente sin trabajo, que no encuentra trabajo y no tiene la dignidad de llevar el pan a casa. Y me alegro mucho cuando veo que los gobernantes hacen tantos esfuerzos para crear puestos de trabajo y lograr que todos tengan un trabajo. El trabajo es sagrado, el trabajo da dignidad a una familia. Debemos rezar para que no falte el trabajo en la familia.
Así pues, también el trabajo, como la fiesta, forma parte del plan de Dios Creador. En el libro del Génesis, el tema de la tierra como casa-jardín, confiada al cuidado y al trabajo del hombre (2,8.15), se anticipa con un pasaje sorprendente: Cuando el Señor Dios hizo la tierra y el cielo, no había ningún brote campestre sobre la tierra, y ninguna hierba campestre había despuntado −porque el Señor Dios no había hecho llover sobre la tierra ni nadie trabaja el suelo ni hacía subir de la tierra el agua de los canales para regar (2,4b-6a). ¡No es romanticismo, es revelación de Dios! Y nosotros tenemos la responsabilidad de comprenderla y asimilarla a fondo. La Encíclica Laudato si’, que propone una ecología integral, contiene también ese mensaje: la belleza de la tierra y la dignidad del trabajo han sido hechas para estar juntas. Van unidas las dos: la tierra se vuelve bella cuando es trabajada por el hombre. Cuando el trabajo se separa de la alianza de Dios con el hombre y la mujer, cuando se separa de sus cualidades espirituales, cuando es reo de la lógica del solo lucro y desprecia los afectos de la vida, el deterioro del alma lo contamina todo: hasta el aire, el agua, la hierba, el alimento... La vida civil se corrompe y el hábitat fracasa. Y las consecuencias afectan sobre todo a los más pobres y a las familias más pobres. La moderna organización del trabajo muestra a veces una peligrosa tendencia a considerar a la familia un estorbo, un peso, una pasividad, para la productividad del trabajo. Pero preguntémonos: ¿qué productividad? ¿Y para quién? La llamada ciudad inteligente está sin duda llena de servicios y de organización; pero, por ejemplo, a menudo es hostil a los niños y a los ancianos.
A veces quien proyecta está interesado en la gestión de fuerza-trabajo individual, que se ensamblan y utilizan o descartan según la conveniencia económica. La familia es un gran banco de pruebas. Cuando la organización del trabajo la tiene como rehén, o incluso obstaculiza su camino, entonces estamos seguros de que ¡la sociedad humana ha comenzado a trabajar contra sí misma!
Las familias cristianas reciben de esta coyuntura un gran desafío y una gran misión. Llevan a la calle los fundamentos de la creación de Dios: la identidad y el vínculo del hombre y la mujer, la generación de los hijos, el trabajo que domina la tierra y hace habitable el mundo. La pérdida de estos fundamentos es un asunto muy serio, ¡y en la casa común ya hay demasiadas gritas! La terea no es fácil. A veces puede parecer a las asociaciones de familias que son como David ante Goliat, ¡pero sabemos cómo acabó aquella pelea! Se necesita fe y astucia. Que Dios nos conceda recibir con alegría y esperanza su llamada, en este momento difícil de nuestra historia, la llamada al trabajo para dar dignidad a nosotros mismos y a nuestra propia familia.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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