Lo afirma la única persona en la historia de la Iglesia que sirve a dos papas a la vez
Las stanze vaticane impresionan. Al contrario de lo que pasa con los platós de televisión, ahí todo es mayor de lo que habías visto en imágenes: la porta di Sant’Anna, el Palazzo Apostolico, las majestuosas escalinatas, il cortile di San Damaso… Magnificencia histórica −con rincones de más de quinientos años−; espléndida, pero −contrariamente a lo que algunos insisten en manifestar− no ostentosa: yo diría que justo lo contrario. Mons. Georg Gänswein (1956) nos recibió en una de esas tantas salas: no muy grande, roja, bien iluminada, antigua, elegante. Como elegante es siempre el porte de este monsignore.
Le pregunté si le molestaba que algunos le conocieran como el “George Clooney del Vaticano”, y se rió: “Si le soy sincero, al principio tuve que buscar en Internet quién era y me dije: “¡oh!”. De todos modos, no exageremos…; sí oigo cosas, pero lo dejo pasar y, con el tiempo, desaparecen”. Sin altiveces que quizá esperarías de alguien con su posición, tan cerca de dos de las personas más influyentes del mundo. Sencillo.
Le pedí disculpas por mi itagnolo, pero él me salió con que el suyo es itatedesco. Yo pienso que habla la lengua de Dante con gran distinción y que los más de veinte años en la Ciudad Eterna −llegó en 1993− seguramente son causa de ello. En 1996, se puso en manos de Joseph Ratzinger, en la Congregación para la Doctrina de la Fe y, desde 2003, como su secretario personal, cargo que mantuvo al convertirse, el cardenal, en papa Benedicto.
En 2012 fue nombrado prefecto de la Casa Pontificia y, con el nuevo pontificado, Francisco lo confirmó en el cargo. Corría el año 2013, justo el mes en que el intenso calor detiene Roma, pero no para el papa Bergoglio: 31 de agosto. Así las cosas, Mons. Gänswein es, hoy, la única persona en la historia de la Iglesia que sirve a dos papas a la vez. Digamos que vive con el alemán −celebran Misa juntos, rezan el rosario, andan media hora todos los días…−, y, por la tarde, trabaja con el argentino.
¿Cómo lo hace para colaborar con dos papas? No creo que resulte sencillo, adaptarse a dos personalidades tan distintas
Efectivamente son muy diferentes uno del otro; y, para mí, pasar de una larga experiencia como secretario del cardenal Ratzinger, y Benedicto XVI después, a trabajar también con el papa Francisco, no fue nada fácil. Digamos que, usando un lenguaje informático, tuve que “hacerme compatible”, porque realmente ha sido un cambio bastante intenso. Recibí el cargo de prefecto, que después Francisco quiso confirmar, y lo que hacemos −mis colaboradores y yo− es servir. Y ya está. ¿Cómo? Pues depende mucho de las cosas y del modo como cada papa guía la Iglesia. No obstante, debo decir que hay una gran ventaja en todo esto: vivir y colaborar con dos papas, esta diversidad, me ha ayudado y me ayuda a crecer, a trabajarme: humana y espiritualmente.
Más allá de las diferencias físicas -aquello de los zapatos, la cruz, etc.-, a veces parece como que incluso en lo que dicen puede haber distancias
Todas esas historietas del comienzo del pontificado −que si usaba los zapatos negros, que si la cruz pectoral era de plata, que si…; son secundarias: cosas externas, modos de hacer. Si se mira un poco mejor el contenido, se ve que en el modo de ejercitar el munus petrinum hay una gran continuidad con su predecesor. Y así debe ser. Hablamos de un sudamericano y un alemán, muy distintos entre sí. El primero ha sido educado y formado desde la espiritualidad jesuita y es lógico que su modo de hacer, de pensar y también de ejercitar su mandato sea distinto al de alguien que ha tenido una formación sobre todo académica y universitaria.
A menudo, Francisco me recuerda a Juan Pablo II
Sí, puede ser. Los dos, aunque llegaron a la sede de Pedro teniendo veinte años de diferencia, venían con una experiencia pastoral enorme, si bien en un contexto político y cultural muy distinto. El papa Francisco, habiendo dirigido una diócesis muy grande y no fácil como Buenos Aires, y san Juan Pablo II, a la cabeza de una Iglesia de Cracovia que, en aquel momento, constituía el único lugar donde poder expresarse con libertad. Pienso que en esto los podemos comparar. También en algunos aspectos de su personalidad.
¿Cómo cuáles?
Francisco, por ejemplo, habla mucho de la ‘cultura del encuentro’: encontrarse con las personas, cuantas más mejor. Juan Pablo II no hablaba expresamente de esta cultura, pero la ponía constantemente en práctica. Es este contacto con los demás, también el contacto físico, lo que conmueve de los dos papados.
Alguna vez he oído decir: “Juan Pablo II es el papa de la esperanza; Benedicto XVI, el papa de la fe; Francisco, el papa de la caridad”. ¿Cree que, aunque simple, puede ser un buen análisis de la realidad?
Bueno…, es difícil resumir un pontificado entero. Siempre que se intenta constreñir en una palabra algo complejo es un riesgo. Yo diría que el papa Francisco es el papa de los gestos y el papa de la misericordia, ¿no? Aún estamos en pleno viaje, pero, pasados dos años, me parece que “el papa de los gestos” al menos da una idea.
Con esta perspectiva temporal de la que habla, ¿qué significa realmente, para Benedicto XVI, ser “peregrino terrenal”?
“La última etapa del peregrinaje terreno”: lo dijo en su último discurso como papa, en Castel Gandolfo. Y antes había dicho que ni bajaba de la cruz, ni dejaba al Señor. Sube al monte para rezar, y sigue rezando por la Iglesia y su sucesor. Su papel, ahora, es espiritual: rezar por la barca de Pedro. Pienso que es importante recordar que la Iglesia no se gobierna sólo con decisiones y estrategias, sino sobre todo, con la oración. En la Iglesia nos sabemos un equipo de oración −una squadra di preghiera−, y somos conscientes de que cuanta más gente rece, mejor, porque eso guía la barca de Pedro. Como ‘peregrino’, el papa emérito juega un puesto particular en este ‘equipo’.
Algunos siguen sin entender la renuncia y la ven, sí, como una estrategia para bloquear intentos de provocar algún daño
¡Podríamos escribir un libro entero de hipótesis y teorías al respecto!… El papa Benedicto, aquel 11 de febrero, leyó una breve y clarísima declaración, donde exponía sus motivos. Todo lo que se salga de ahí, todo lo que se ha dicho, es eso: hipótesis que no tienen ningún tipo de fundamento. Que si había personas o corrientes en contra de Benedicto, nada tienen que ver con la renuncia. Es obvio que una persona como él haya reflexionado mucho y por mucho tiempo una cuestión de tanta envergadura. No se he dejado intimidar por nadie. Fue muy claro en la entrevista de Peter Seewald: “Cuando hay lobos, cuando está el peligro, el pastor no debe dejar su grey”. No lo hizo entonces, y no lo ha hecho nunca; no es una huida. Esta es la verdad, y es la única explicación sobre el porqué de su renuncia.
Usted, alguna vez ha hablado de los frutos de esta renuncia. ¿Cuáles pueden ser?
El papa Benedicto vio que, para guiar la Iglesia de hoy, hace falta fuerza espiritual y también fuerza física. Es un acto de grandísima humildad renunciar al papado para dar paso a otra persona que fuera más joven y más fuerte. Me parece que es un gran ejemplo de amor al Señor y a su Esposa que es la Iglesia; un ejemplo que no todo el mundo puede o quiere comprender. Después, mirando un poco el pontificado del papa Francisco, se ve que la imagen de la Iglesia ha cambiado para mejor. Benedicto XVI dio el primer paso hacia este cambio: abrió la puerta por este camino. Creo que ya se ven los frutos, y pienso que se verán muchos más en el futuro.
De todos modos, para usted, esos días de febrero de 2013 no debieron ser precisamente tranquilos: muchos sentimientos encontrados
Sin lugar a dudas. Para mí fueron días muy difíciles, pero ya desde el momento en que el papa me dijo lo que quería hacer, muchos meses antes. Lógicamente, tuve que callármelo del todo y, como imaginará, requería un gran esfuerzo de mi parte. Aquel famoso 11 de febrero y, después, el 28… Me venían sentimientos de gratitud, pero también de…, de…, tristeza, de…; también de algo comparable a una especie de duelo. Pero la decisión había sido tomada por el santo padre y era una decisión de conciencia, coram Deo, y, por tanto, que sólo podíamos respetar y seguir.
¿Por qué cree que Joseph Ratzinger le eligió a usted como secretario?
¡Qué pregunta! Él tenía 75 años y estaba convencido de que Juan Pablo II aceptaría su dimisión… Yo trabajaba ya en la Congregación para la Doctrina de la Fe y su secretario recibió un nuevo cargo en la Congregación para la Vida Consagrada. El cardenal necesitaba a alguien que hiciera de secretario y me eligió a mí. Nunca me explicó por qué y nunca se lo he preguntado. Me sorprendió, sí; pero tomó esta decisión y yo acepté.
Supongo que más le sorprendió ver que su cardenal llegaba a ser papa…
Sí, sí. Por supuesto. Nunca lo habría imaginado, y creo que menos aún el mismo cardenal. Lo eligieron. Él quería retirarse, ¡pero el futuro le cambió por completo! Aceptó la elección como papa porque vio en ello la voluntad de Dios. Y yo me convertí en secretario del papa. También esos días fueron para mí como un tsunami. Momentos muy “movidos”, como puede suponer.
Con el nuevo papa, ¿en algún momento pensó que dejaría de ser prefecto de la Casa Pontificia y, por tanto, su vida sería un poco más “tranquila”?
La verdad es que no. No porque estuviera seguro de que él me confirmaría en el cargo, sino porque no me preocupaba. Por eso, ni lo he pensado, ni he tenido miedo al cambio. Es normal que el papa, cuando quiera, cuando lo vea oportuno, cambie su equipo. En 2013 decidió mantenerme en el cargo, y aquí estoy. Ahora sólo pienso en servirle lo mejor que pueda.
En su opinión, así como el papa Ratzinger dio mucha importancia a la lucha contra el relativismo, ¿cuál piensa que es el punto más importante del papa actual?
La cuestión de la verdad es siempre importante y creo que el papa Francisco también lo ve así. No es que no esté interesado por la lucha contra el relativismo, sino que ve claramente que Dios, en su pontificado, le pide que se concentre en otros puntos, en otros desafíos. Le gusta mucho hablar de una ‘Iglesia misionera, pobre’; de una Iglesia como ‘hospital de campaña’ o ‘Iglesia que sale hacia fuera’. Es en estos ambientes donde el papa Francisco está actualmente luchando.
Otra de las cuestiones que tiene presente es el de la familia. ¿Por qué cree que se han dado tantas noticias confusas del último sínodo y del que se celebrará en octubre?
Hay personas que escriben o han escrito sin estar bien informadas o bien preparadas y, existen ‘corrientes’ en esta línea. Por eso es tan importante que los pastores de la Iglesia y todos los fieles tengan las ideas y el contenido claros, y lo expliquen con franqueza y sinceridad. El sínodo de octubre debe partir no de un problema particular, sino de la temática principal, la evangelización y la familia. Está claro que la Iglesia no cierra los ojos ante las dificultades de los fieles que viven en situaciones complicadas. No obstante, debe ofrecer respuestas sinceras que se orienten, no al espíritu de los tiempos, sino al Evangelio, a la Palabra de Jesucristo y a la tradición católica.
¿Dónde están los desafíos actuales, en este campo?
Uno clarísimo son los cristianos que se encuentran en situación matrimonial, hablando teológicamente, ‘irregular’. Es decir, personas divorciadas y vueltas a casar civilmente. Debemos ayudarles, ciertamente, pero no de modo reduccionista. Es importante acercarse a ellos, crear y mantener el contacto, porque siguen siendo miembros de la Iglesia, como todos los demás: ni han sido echados, ni menos aún excomulgados. Esto no implica que no haya problemas en cuanto a la vida sacramental. La Iglesia tiene que ser muy sincera, también para con los fieles que viven en esta situación. No se trata de decir: “pueden o no pueden”; es un tema que tendría que verse de modo positivo. La cuestión del acceso a la vida sacramental se debe afrontar sinceramente, sobre la base del magisterio católico. Espero que en los meses de preparación del sínodo se presenten propuestas que ayuden y sirvan para encontrar las respuestas necesarias para estos duros desafíos.
Algunas de estas controversias vienen de su patria, Alemania ¿Por qué?
Bien… Es verdad que no todos los errores vienen de ahí, pero sí concretamente este punto de que estamos hablando: hace veinte años, Juan Pablo II, después de un diálogo largo y trabajoso, no aceptó que los cristianos vueltos a casar pudieran acceder a la Eucaristía. Ahora no podemos ignorar su magisterio y modificar las cosas, sin más. ¿Por qué algunos pastores quieren aceptar lo que no es posible? No lo sé. Quizás ceden al espíritu de los tiempos, o se dejan llevar por el aplauso humano que provocan los medios de comunicación…; no lo sé. Ir a contracorriente suele ser más desagradable. Pero un pastor no debe tomar decisiones según los más o menos aplausos que pueda recibir de los medios; la medida es el Evangelio, la fe, la sana doctrina, la tradición.
¿Por qué cree que estos medios de comunicación que cita se expresan poco o nada respecto a los cristianos perseguidos? ¿Está solo, el papa?
El papa ha sido muy claro en este punto y, a pesar de todo, grandes instituciones no dicen nada o, si dicen, lo hacen con poca fuerza. Y esto es muy grave. Se trata de un comportamiento inaceptable. Por el momento, el papa es la única voz que tiene el coraje y la fuerza de hablar y decir las cosas como son, y no creo que tenga miedo, ni que busque el aplauso de la gente. Como san Pablo, interviene opportune, et importune.
El día a día del papa es intenso y, por tanto, deduzco que el suyo también; ya no tiene tiempo ni para jugar al tenis, que es lo que le gustaría, o dedicarse a la universidad… ¿Habría deseado otra vida?
Debo decirle que nunca me he hecho esta pregunta. Porque nunca he pedido: “quiero hacer esto, esto, o esto…”. Si me ha llegado un encargo, lo he aceptado. El papa Benedicto me ha pedido algo, entonces yo lo he aceptado y lo hago de buen grado. Y lo mismo para el papa Francisco.
¿Es consciente del momento histórico que está viviendo?
Me doy cuenta de que mi situación es, en efecto, bastante particular. Pero no lo veo como algo extraordinario. Es un desafío particular, pero lo vivo natural y tranquilamente. Miro de vivir con coherencia y de responder a los desafíos cotidianos con gran confianza en Dios. Eso no quita, claro, que a veces tenga que convivir con algún “latido” de más…, pero siempre con serenidad.
De aquellos días de juventud -usted con melenas (se ríe)-, a hoy, ¿qué diría Georg Gänswein de su vida?
Cuando miro con perspectiva, también me río un poco de todo eso…; tendría 18, 19 años y, en aquella época −último año de instituto e inicio del seminario−, estaba de moda: ¡no era el único! A mi padre no le gustaba y provocaba pequeños momentos de tensión… Pero, personalmente, siempre me ha servido un principio de vida: “confía, pero mira de quién”. Y otro, que en alemán dice: Tue recht und scheue niemanden. Es decir, “haz lo que creas justo y no tengas miedo de nadie”.
Fuente: sumandohistorias.com.
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