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El mensaje de Benedicto XVI para la convocatoria de la Jornada Mundial de la Juventud (Madrid 2011) abre a los jóvenes un panorama fascinante. Ante todo subraya la preocupación por encontrar un «lugar de trabajo, y con ello la de tener el porvenir asegurado», lo que constituye hoy un «problema grande y apremiante». A la vez, los jóvenes aspiran a «una vida más grande» y nueva, «la vida misma, en su inmensidad y belleza». No se trata de un sueño utópico, porque el hombre está creado para el infinito, lleva en sí la "huella" de Dios, fuente de la Vida.
Sin embargo, no lo tienen fácil en la cultura actual, sobre todo en Occidente: «Se constata una especie de "eclipse de Dios", una cierta amnesia, más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza». Una consecuencia importante es el relativismo, que «no genera verdadera libertad, sino inestabilidad, desconcierto y un conformismo con las modas del momento».
El lema de la Jornada propone el modo de superar esas dificultades: "Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe" (cf. Col 2, 7). Primero las raíces. Entre las raíces de la vida humana, junto con la familia y la cultura, la Biblia destaca la confianza en Dios, centrada en la relación personal con Jesucristo. El joven Ratzinger llegó pronto a ese convencimiento: «Sí, el Señor me quiere, por ello me dará también la fuerza. Escuchándole, estando con Él, llego a ser yo mismo. No cuenta la realización de mis propios deseos, sino su voluntad. Así, la vida se vuelve auténtica».
En segundo lugar, la fe se compara a los cimientos que dan al edificio de la vida "una estabilidad perdurable". Jesús aconseja construir la casa sobre la roca de la amistad con Él, la escucha de su Palabra, la coherencia de la vida cristiana (cf. Lc 6, 47-48). Y el Papa le hace eco con su propuesta a los jóvenes: «Con Él a vuestro lado seréis capaces de afrontar con valentía y esperanza las dificultades, los problemas, también las desilusiones y los fracasos».
«Continuamente —les avisa— se os presentarán propuestas más fáciles, pero vosotros mismos os daréis cuenta de que se revelan como engañosas, no dan serenidad ni alegría». Y es que «sólo la Palabra de Dios nos muestra la auténtica senda, sólo la fe que nos ha sido transmitida es la luz que ilumina el camino». Les invita al agradecimiento a Dios y sus familias que en tantos casos les han transmitido la fe, en el seno de la Iglesia.
Benedicto XVI impulsa a los jóvenes a rechazar el individualismo: «No creáis a los que os digan que no necesitáis a los demás para construir vuestra vida». Denuncia el pensamiento laicista con su proyecto de "paraíso" sin Dios: «El mundo sin Dios se convierte en un "infierno", donde prevalece el egoísmo, las divisiones en las familias, el odio entre las personas y los pueblos, la falta de amor, alegría y esperanza».
Les previene para que no se dejen arrastrar por corrientes religiosas que les alejen de Cristo. Les pide que no dejen enfriar su fe y desperdiciar su vida; que no se dejen engañar por las filosofías que ignoran a Cristo; que amplíen su capacidad de amar hasta sus enemigos; que compartan el amor con los que se encuentran en situaciones de pobreza y dificultad.
En definitiva, se trata de redescubrir el gran sí que Dios nos ha dado en Jesucristo: «La cruz a menudo nos da miedo, porque parece ser la negación de la vida. En realidad, es lo contrario. Es el "sí" de Dios al hombre, la expresión máxima de su amor y la fuente de donde mana la vida eterna. De hecho, del corazón de Jesús abierto en la cruz ha brotado la vida divina, siempre disponible para quien acepta mirar al Crucificado».
«Por eso —continúa Benedicto XVI dirigiéndose a los jóvenes— quiero invitaros a acoger la cruz de Jesús, signo del amor de Dios, como fuente de vida nueva. Sin Cristo, muerto y resucitado, no hay salvación. Sólo Él puede liberar al mundo del mal y hacer crecer el Reino de la justicia, la paz y el amor, al que todos aspiramos».
El Papa indica los modos más importantes para el encuentro con Jesús: La Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia; los pobres, los enfermos y los necesitados; los Evangelios y el Catecismo de la Iglesia Católica.
San Juan en su primera carta dice que «la fe es la victoria que vence al mundo», pues ayuda a quitar lo que en el mundo hay de pecado, superar las propias debilidades y sobreponerse a toda adversidad (cf. 1 Jn 5, 4). Y para entender esto bien, es importante recordar que la fe no es una teoría, sino que comporta el testimonio de la vida cristiana, es decir, del amor y la justicia, traducido en un compromiso de servicio a la sociedad: «La victoria que nace de la fe es la del amor. Cuántos cristianos han sido y son un testimonio vivo de la fuerza de la fe que se expresa en la caridad. Han sido artífices de paz, promotores de justicia, animadores de un mundo más humano, un mundo según Dios; se han comprometido en diferentes ámbitos de la vida social, con competencia y profesionalidad, contribuyendo eficazmente al bien de todos. La caridad que brota de la fe les ha llevado a dar un testimonio muy concreto, con la palabra y las obras. Cristo no es un bien sólo para nosotros mismos, sino que es el bien más precioso que tenemos que compartir con los demás».
De este modo cabe esperar que el testimonio de los jóvenes en la era de la globalización servirá para que muchos otros descubran el sentido de su vida y la alegría del encuentro con Cristo.
Por eso es lógico que los jóvenes se preparen bien para el encuentro de Madrid, sobre todo en el plano espiritual, a través de la oración y la escucha de la Palabra de Dios junto con el apoyo recíproco. Que aspiren a una fe viva, una caridad creativa y una esperanza que imprima dinamismo a su existencia.
Así el testimonio de la fe es el horizonte, el camino y la meta de la vida plenamente comprendida y alcanzada, tal como todos la soñamos, especialmente los jóvenes: el sueño —realizable con esfuerzo— de un mundo que puede ser trasformado en "civilización del amor", frente a tantos egoísmos y espejismos, vacíos e inútiles.
Ramiro Pellitero, Instituto Superior de Ciencias Religiosas, Universidad de Navarra
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