seguirán silenciosos. Y más fieles que antes porque saben que el mundo les necesita fieles
VidaSacerdotal.org
Estos días se han dicho tantas cosas sobre la pederastia y los sacerdotes que parece difícil añadir algo nuevo. Ya ha habido quienes han demostrado con datos que la pederastia entre los sacerdotes es un problema realmente minoritario, otros han constatado que ciertos medios laicistas han aprovechado estos casos para organizar una campaña de insidias que va mucho más allá de la realidad, o han dado argumentos sólidos de que la lucha contra la pederastia en el clero no tiene nada que ver con relajar la exigencia del celibato para los sacerdotes. Por supuesto nadie ha contestado a los que han aprovechado la tormenta de estas semanas para insultar. El insulto es una actitud tan vil que no merece la pena ni siquiera contestar.
De antemano advierto que condeno con todas mis fuerzas cualquier acto de pederastia e igualmente a sus encubridores, sean sacerdotes o no. Pienso sin embargo que es oportuno reflexionar no sobre la actitud de quienes han cometido pederastia o quienes los han encubierto, sino sobre los demás sacerdotes, que constituyen la mayor parte del clero. Son sacerdotes silenciosos porque a ellos los medios de comunicación no les prestan su tribuna. Son lo que podríamos llamar la mayoría silenciosa del clero.
Son sacerdotes fieles a su vocación y entregados a Dios y a sus hermanos los hombres. Todos los días celebran la Misa y los demás sacramentos procurando hacerlo con auténtico amor de Dios, luchan por mejorar en sus pequeñas o grandes luchas cotidianas, asisten con generosidad a las necesidades de tantas personas que les piden ayuda y consumen su vida día tras día y año tras año sin pensar en sí mismos; muchos llevan décadas haciéndolo.
Nunca han pedido nada a cambio por ello y trabajan con abnegación a cambio de sueldos miserables, pero no les importa porque no desean las riquezas de la tierra sino el tesoro que está en el cielo. Por eso tantos de estos sacerdotes tienen siempre la sonrisa en los labios.
Estos sacerdotes no son perfectos, tienen errores, y cualquiera que lea este artículo podrá señalar defectos en su párroco o en el capellán del colegio de sus hijos. Pero ¿quién no los tiene? Luchan sinceramente por ser perfectos, pero ¿podemos encontrar a alguien sin defectos, salvo al Señor y su Santísima Madre?
Estos días ellos también han leído en los diarios las noticias de la pederastia en el clero. Les ha dolido saber que algunos de sus hermanos sacerdotes y obispos han cometido pecados y delitos tan graves. Deploran los pecados de los hombres, sean sacerdotes o no, pero a ellos, que son la mayoría del clero, este dolor les ha unido más al Señor porque recuerdan el dolor de Jesús cuando fue traicionado por Judas. Ellos, por su parte, prefieren consolar al Señor como las santas mujeres al pie de la Cruz o el buen ladrón.
Algunos han visto anteriormente otras crisis en la Iglesia; han visto incluso a hermanos sacerdotes, compañeros suyos en el seminario, que han abandonado su ministerio. Quizá muchos de ellos han sentido las mismas tentaciones: ¿quién no ha sentido tentaciones nunca? Pero las han superado y piden a Dios con humildad el don de la perseverancia.
Estos días han escuchado advertencias de la pronta desaparición de la Iglesia, y las han catalogado como una más de esas que se repiten de vez en cuando siglo tras siglo desde la época de Nerón. Son conscientes de que la Iglesia no desaparecerá porque Jesús cuida de su barca.
Cuando se ordenaron sacerdotes prometieron entregar su vida al Señor, no a los hombres, y los recientes acontecimientos les ha servido para renovar su propósito de fidelidad. Saben que en la tierra no hay señor por el que merezca entregar la vida entera salvo el Señor. A los méritos de su dilatada fidelidad han añadido otro mérito, y es la de ser fieles precisamente cuando desde tantas partes reciben incomprensión e incluso injurias.
Estos sacerdotes, que son la mayoría del clero, seguirán silenciosos. Y más fieles que antes porque saben que el mundo les necesita fieles.
Son del mundo, pero su heroísmo callado es tan elevado que el mundo no es digno de ellos (Hb 11, 38). Y no les importa. Seguirán estando en el mundo, silenciosos y heroicos, porque no piensan en sí mismos. Estos son los sacerdotes que salvarán el mundo.